Se atribuye a Carl Sagan la frase “la ausencia de evidencia, no es evidencia de ausencia”. Si usted ve una hormiga en la ensalada, puede afirmar que hay una hormiga en la ensalada. Pero si no la ve, no puede afirmar que no hay una hormiga en la ensalada. Si nunca que usted lo observa ve a su hijo estudiando, no puede afirmar que nunca estudia. Podría estudiar cuando usted no lo observa. Por ejemplo el argumento de que no hay más allá porque nadie ha venido de ese lado a decirnos como es, es un argumento incorrecto: podría haber más allá pero ser imposible el regreso o la comunicación con este lado. Pero, ojo, este argumento tampoco permite afirmar que lo haya.
Ocurre con el comportamiento, cuando lo utilizamos para calificar las intenciones o la actitud de otro: fulanito no quiere colaborar. Y lo decimos porque fulanito no muestra entusiasmo cuando lo participamos de un determinado proyecto. Olvidamos que fulanito podría refrenar la manifestación de su entusiasmo, a pesar de estar verdaderamente entusiasmado.
¿Cómo saber si un producto novedoso no entusiasma a los consumidores? Podrían no mostrar entusiasmo por incomodidad ante la novedad, o por necesitar más tiempo para aprender a utilizarlo correctamente. Esto sería equivalente a un falso negativo, por ejemplo en medicina, descartar una determinada dolencia por no haber encontrado un signo delator. En algunas decisiones de negocios se puede ser víctima del falso positivo: afirmar la buena disposición de los consumidores potenciales a partir de sus manifestaciones favorables a un producto, las cuales podrían deberse a cortesía o a simpatía con lo novedoso.
La ciencia ha progresado porque su metodología es rigurosa. Y uno de sus elementos es la falsación: toda afirmación está abierta a ser retada por los miembros de la comunidad científica. Y basta una constatación que contradiga una afirmación científica, para que esta pierda valor. Recordemos que constatar miles de veces que los cisnes de aquí y de allá son blancos, no permite afirmar rigurosamente que todos los cisnes son blancos. Y que, al contrario, basta que constatemos que un cisne es negro, para que podamos afirmar que no todos los cisnes son blancos.
La realidad es muy compleja y en nuestra vida habitual, formamos juicios sin escudriñarla, a partir de apariencias. No es extraño entonces que nos equivoquemos con frecuencia lo cual debería llevarnos, al menos en los intercambios con nuestros más cercanos, a admitir que a menudo podríamos estar equivocados.
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