El economista José Luis Arce expone en su columna semanal los escasos avances el gobierno para enfrentar retos descomunales como la inequidad y la igualdad de oportunidades
Escuchar
PorJosé Luis Arce
A dos años del inicio actual periodo constitucional –tanto del Ejecutivo, como del Legislativo– sólo son claras unas pocas cosas: la situación social y económica del país continua vulnerable y, más allá de las fluctuaciones cíclicas, deteriorándose en cuanto a los futuros posibles; las políticas públicas necesarias para resolver los problemas que atribulan a las ciudadanías siguen ausentes y, por el contrario, las pocas cosas en las que se avanzó en el pasado han sido –en el mejor de los casos por incompetencia, pero no pocas veces adrede– desmontadas por unas formas de hacer política que privilegian el personalismo, la instrumentalización de las diferencias con el fin de polarizar y convertir la deliberación democrática en luchas tribales y, desgraciadamente, en este agujero negro político, por intereses particulares, de sobre conocido egoístas, pero hoy cada vez más miopes.
Mientras el Ejecutivo, concentrado en mantener su popularidad y atrapado en manifestaciones vacías de un poder que no tiene por su narcisismo y obstinación, busca atribuirse logros que, en el mejor de los casos, son producto de los ciclos habituales de la economía o de políticas públicas que afortunadamente supimos blindar en el pasado de las ocurrencias y desvaríos del momento (por ejemplo, la política monetaria y cambiaria), la larga lista de reformas, políticas e intervenciones públicas pendientes y necesarias para poder enfrentar retos descomunales como la inequidad y la igualdad de oportunidades, la pobreza y vulnerabilidad social, el cambio climático y, por supuesto, una verdadera política productiva y de desarrollo articulada con todos los demás ejes que conforman nuestra realidad social, económica y política sigue haciéndose cada vez más larga.
Discusiones antediluvianas que se pensarían superadas como, por ejemplo, las relacionadas con la razón de ser de los equilibrios fiscales vuelven a ser relevantes. No es más que una victoria pírrica un ajuste en las finanzas gubernamentales que se construye sobre la base de destruir la capacidad de las políticas públicas de responder a las demandas legítimas de equidad, oportunidades y sostenibilidad ambiental de las ciudadanías.
Superávits primarios más elevados y primas de riesgo país cada vez menores carecen de sentido si se interpretan tan sólo como formas de agradar a analistas en Wall Street y no en la dimensión que deberían tener como indicadores que muestran una responsabilidad colectiva por una financiación sostenible y comprometida con objetivos comunes y de largo plazo de los presupuestos gubernamentales.
Más vinculación con la economía internacional es, sin duda, no sólo un ejemplo del éxito de una de las pocas políticas públicas a las que se le dio continuidad e independencia de las veleidades político electorales en el pasado sino algo positivo que destacar, pero hacerlo sin pensar en cuáles son las acciones futuras necesarias para que ese crecimiento no sólo se fortalezca sino que alcance a toda la sociedad y sobre todo otras políticas –por ejemplo, las que promuevan equidad de género, desarrollo productivo local, acceso a las oportunidades– permitan no sólo un crecimiento más equilibrado sino que, ante todo, que las oportunidades estén disponibles y abiertas para todos.
No es necesario ser un observador muy perspicaz para caer en la cuenta de que tras el deterioro del sistema político y la erosión de los espacios de convivencia democrática lo que está es el monstruo de la inequidad y la desesperanza de las ciudadanías.
Si se es honesto, debe reconocerse el presidente Chaves no hace más que señalar problemas que desde hace muchas décadas eran evidentes, su verdadera responsabilidad es no contribuir con soluciones concretas, usar el carácter secular de esos problemas con el fin de justificar puerilmente su incompetencia o, peor aún (en lo que constituye el pecado capital de las narrativas y los liderazgos populistas), instrumentalizarlos con fines manipuladores y claramente alejados de la más esencial ética democrática con el fin de dividir y pescar en las aguas revueltas de la polarización.
Por supuesto que la responsabilidad no es sólo del Ejecutivo. Otros actores como los grupos políticos y de presión no contribuyen en nada a que las cosas sean distintas.
La oposición política y los grupos de interés lucen desarticulados, interesados en victorias electorales o legislativas pírricas, protegiendo sus cada vez más pequeñas parcelas y, sobre todo, aún sin salir del shock que significa Chaves para sus formas antediluvianas de comprender y hacer política.
Sin propuestas concretas y reales para resolver los problemas, con un pesado fardo sobre sus espaldas de culpa e impopularidad por los errores o las omisiones del pasado y leyendo el contexto político hoy como si se tratase de la década de los 90 será imposible impulsar las transformaciones necesarias para el bienestar de las ciudadanías y terminarán, al final del día, fortaleciendo al Ejecutivo y, lo que es más preocupante, alimentando los descontentos, es decir, cargando una bala más en el revólver con el que, peligrosa e irreflexivamente, esta sociedad se está acostumbrado a jugar cada cuatro años.
En beneficio de la transparencia y para evitar distorsiones del debate público por medios informáticos o aprovechando el anonimato, la sección de comentarios está reservada para nuestros suscriptores para comentar sobre el contenido de los artículos, no sobre los autores. El nombre completo y número de cédula del suscriptor aparecerá automáticamente con el comentario.