Competencia Perfecta: Peligrosa deriva de la discusión sobre lo público
La ausencia de una discusión profunda sobre el tema tributario o los presupuestos gubernamentales tiene muchas implicaciones para las políticas públicas en general.
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PorJosé Luis Arce
La degradación de la derecha política en el país ― que ha mutado de un liberalismo clásico, bien fundado y preocupado no sólo por la libertad abstracta sino que además por la construcción de un marco colectivo de oportunidades, a posiciones teñidas por intereses específicos y, sobre todo, por las ruidosas, y efectivas, en lo electoral, posiciones libertarias que rayan, peligrosamente, en las utopías absurdas del anarcocapitalismo ― ha conducido a que temas clave como son la imposición y el rol de las intervenciones y políticas públicas se conviertan en temas tabú o en es eslóganes de vacías campañas proselitistas.
La ausencia de una discusión profunda sobre el tema tributario o los presupuestos gubernamentales tiene muchas implicaciones para las políticas públicas en general y, particularmente, para el espacio y papel que, como sociedad democrática, se desea y pretende asignar a lo público.
Mitos como el que la carga de la tributación es muy elevada o que el gasto público es excesivo ― que se repiten una y otra vez como mantras vacíos y apoyándose no pocas veces en indicadores de dudosa confección ― ha conducido a una curiosa y, particularmente peligrosa, forma de acometer las reformas en materia de impuestos, los presupuestos y, aún más grave, la reforma institucional.
En medio del frenesí electoral, en una búsqueda irreflexiva de aprobación y amparados en esas falsas premisas, los liderazgos políticos han evitado la incómoda situación que significa reconocer que las demandas que, legítimamente, esta sociedad hace del Estado y de las políticas públicas son enormes y complejas ― no sólo en términos presupuestarios, sino que por la naturaleza de los retos que deben enfrentarse: desigualdad, cambio climático y desarrollo, por ejemplo ― y que los recursos que se asignan a satisfacerlas, por lo menos los provenientes de la imposición, han sido a todas luces bajos e insuficientes.
No sólo se ha evadido infantilmente dicha discusión, sino que como se vive de posverdades, mentiras descaradas y en realidades paralelas, la salida sencilla ha sido estrangular las políticas públicas reduciendo, por un lado, de manera irreflexiva e irresponsable los presupuestos, disminuyendo gastos clave para el desarrollo y la equidad y protegiendo las partidas capturadas por grupos de interés y, además, como si lo anterior no fuese suficiente negativo, proponiendo reducir una magra y mal distribuida carga impositiva mediante concesiones populistas a grupos de interés.
Las consecuencias de este curso de acción resultan terribles pues no sólo se arriesgan los delicados balances presupuestarios, sino que se debilitan profundamente políticas en muchos campos cruciales como educación, igualdad de oportunidades, protección social, mitigación y adaptación al cambio climático, que constituyen las únicas herramientas posibles para enfrentar retos que sólo con intervenciones colectivas pueden ser enfrentados.
Entramos de esta manera en el peor de los mundos. Se destruye la capacidad de intervenir y llevar adelante políticas públicas que mitiguen o resuelvan problemas acuciantes y que requieren de acciones colectivas y, además, al debilitarse la capacidad del Estado de satisfacer las demandas de las ciudadanías se destruye convivencia y tejido democrático al tiempo que se instaura un conveniente, pero falso, discurso individualista.
Los liderazgos políticos más allá de los egos narcisistas o de utopías liberales construidas desde posiciones de privilegio deberían más que debilitar construir soluciones colectivas a estos y otros problemas y eso requiere, no menos Estado, sino mejores políticas e intervenciones públicas. La historia no termina acá, la izquierda política debería también poner sus barbas a remojar y entender, de una vez por todas, que sus políticas y posturas deben ser remozadas también.
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