Uno de los acertijos que más ha concentrado la atención de la teoría económica durante los últimos años es la confluencia, en el caso de las naciones avanzadas, de cuatro tendencias preocupantes: la baja en la inversión, a pesar de los bajísimos costos de endeudamiento y las elevadas tasas de retorno del capital; la desconexión entre un rendimiento sobre el capital estable en presencia de tasas libres de riesgo – por ejemplo, bonos soberanos de alta calificación crediticia – en caída libre; el aumento creciente de la brecha ente la riqueza financiera y la productiva; y, además, un preocupante aumento en la desigualdad.
En los últimos años ha cobrado fuerza, como una explicación tentativa a este intríngulis, el aumento en el poder de mercado a lo largo de las últimas décadas. De acuerdo con investigaciones recientes a cargo del Fondo Monetario Internacional, el poder de mercado en una muestra bastante amplia de empresas en economías avanzadas y en mercados emergentes ha aumentado.
Por poder de mercado se entiende, en este caso, no simplemente un aumento en la concentración en manos de unas pocas firmas sino, un concepto más amplio que incluye la posibilidad de que éstas puedan fijar precios por encima del costo marginal y, por lo tanto, obtener ganancias por encima de las normales (utilidades monopólicas).
La evidencia – siempre tentativa y sujeta a contrastación, como cualquier conocimiento científico – apoya la idea de que la ausencia de competencia y el poder de mercado no solo conducen a menor innovación, al traspasar ciertos umbrales, si no que, además, al conducir a una provisión de bienes y servicios menor que la óptima en un mercado competitivo, conduce a una menor inversión en capital productivo.
También los datos parecen mostrar que el mayor poder de mercado – en la forma de márgenes mayores sobre los costos – han aumentado la inflación y generado cierto nivel de factores ociosos, lo que ha conducido una tasa de desempleo natural mayor que la que había sido usual durante el siglo pasado.
Esto podría implicar, para la política monetaria, que las recesiones o desaceleraciones tenderían a ser más intensas y, por lo tanto, la acción de las autoridades monetarias para tratar de revertirla o, al menos mitigarla.
Por último, en temas distributivos, la baja competencia en mercados de bienes y servicios (mayores márgenes sobre los costos) parece tener un impacto negativo sobre la distribución, disminuyendo la porción del ingreso que es percibida por el trabajo, lo que se considera uno de los factores clave que explican el aumento en la desigualdad en las economías avanzadas durante la última década.
Toda esta evidencia internacional no hace más que volver más relevante la política pública en materia de competencia, las implicaciones, además de proteger a los consumidores, van bastante más allá, puede significar más inversión, mayor crecimiento económico y menor desigualdad.
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