Esta campaña ha sido, particularmente, descorazonadora y destructiva, como resultado de los notorios vacíos en las propuestas programáticas y el tono abiertamente populista y polarizador de los mensajes electorales.
Aunque el nivel de hastío con esta situación nos haga esperar con ansias que este patético periodo electoral sea superado el próximo domingo y puestos ya a pensar en clave de futuro, sin afán de ser agorero o sonar deprimente, la verdad es que el escenario y perspectivas para la gobernanza y la convivencia democráticas y, en lo práctico, para las políticas públicas en general que se vislumbra para los próximos años es, siendo benignos y quizás optimistas, cuando menos preocupante.
Las propuestas de los candidatos que se enfrentan en el balotaje son, en el mejor de los casos, más de lo mismo, simple reedición de políticas añejas que, aunque efectivas en su parcela de la realidad, en el pasado han probado ser insuficientes para promover un crecimiento robusto y sobre todo inclusivo, y por lo tanto, de alguna manera el conformarse sólo con ellas, es seguir alimentando el descontento y la indignación que ha nutrido, desde hace más de una década, los apoyos electorales a movimientos cada vez más populistas, más polarizadores y eventualmente, incluso, más antisistema.
Frente a las propuestas añejas y poco innovadoras, se erigen las de los populismos de cualquier extremo, siempre sobre simplificadoras de los problemas y permanentemente apelando siempre al poderoso – pero peligroso y volátil – combustible político electoral que constituye la desesperanza, la indignación y el abandono que sienten diversos grupos de ciudadanos a los que, por error u omisión de la acción gubernamental, se permitió fueran quedándose atrás al momento de distribuir los beneficios del desarrollo y el crecimiento y, particularmente, a la hora de entregarles herramientas que propiciaran el más amplio posible marco para la igualdad de oportunidades.
Como si esto no fuera suficiente, la incapacidad de construir una fuerza política movilizadora sobre una base de un ideal de colectividad y de futuros compartidos y comunes; y quizás, siendo nuevamente duros, un excesivo maquiavelismo electoral, condujo a una descarada compra de voluntades electorales a través de concesiones de todo tipo – económicas, políticas y éticas – a grupos de interés.
El Ejecutivo que se elegirá el domingo no sólo tendrá una base débil de apoyo electoral – de acuerdo con los resultados de la primera ronda, a Chaves el 90% de los electores le adversaron y en el caso de Figueres esa proporción fue del 86% - sino qué, además la forma en cómo se condujo la campaña y cómo se construyeron los apoyos anticipa riesgos enormes de que se profundicen los problemas de captura de las políticas y los presupuestos gubernamentales en manos de grupos de interés. Y esto hoy, no es más que añadir más leña a la hoguera del descontento de la ciudadanía con el sistema y los actores políticos.
Ante retos tan cruciales como los asociados con el procurar un crecimiento y desarrollo sostenibles e inclusivos, enfrentando los retos del cambio climático y la necesidad de avanzar en una sociedad más justa y equitativa, pero capaz de sostener en el tiempo con solvencia las políticas para alcanzar esos objetivos, la verdad es que se hace difícil, sino imposible, esperar que a partir de la conformación del nuevo Legislativo y del grupo que le corresponda a partir del 8 de mayo formar gobierno esperar que se avance en las políticas públicas en una dirección firme y moderna. En el mejor de los casos, continuemos haciendo lo mismo realizado en las últimas décadas y, en el peor, terminarán debilitándose las instituciones e incluso a las pocas políticas de Estado que, en medio de nuestras consabidas dificultades para alcanzar acuerdos, han logrado mantenerse a pesar de los vaivenes de lo electoral. El futuro, desgarradoramente, no luce nada promisorio.