El tono de los reclamos de grupos de interés sobre al comportamiento del mercado de divisas en los últimos meses y sus exigencias en torno a modificaciones concretas –poco realistas y fundamentadas, por cierto– en la política cambiaria y monetaria adoptada por el Banco Central de Costa Rica ha transgredido líneas fundamentales, primero, de respeto y, además, de racionalidad.
En primer lugar, un elemento esencial: evidentemente en democracia –afortunadamente– se puede diferir, y expresar esas diferencias, sobre las políticas públicas adoptadas por el Gobierno o por instituciones que, por su naturaleza clave, tienen espacios de independencia significativos.
Pero esto no implica, de ninguna manera, que la forma en que se expresan esas diferencias suponga el uso de elementos efectistas innecesarios, se recurra a medias verdades o abiertas falsedades y, mucho menos conduzca a ataques ad hominem o a mensajes que, aunque a algunos les parecerán vehementes, rayan en el irrespeto a las instituciones y a quienes las dirigen.
Evidentemente, la misma inteligencia emocional y espíritu democrático se le debe exigir a quienes dirigen temporalmente los destinos de las instituciones: escucha, empatía y, especialmente cierto en el caso de las tareas resorte del Banco Ventral, capacidad de explicar y convencer sobre las razones y los beneficios de las acciones que se toman.
Golpear la mesa de manera violenta y sin sentido, no hace más que crispar y difícilmente servirá para convencer a las autoridades a modificar decisiones, en especial, cuando lo que se demanda carece de sentido o implica una redistribución de rentas o beneficios entre sectores políticamente inapropiada.
Esta actitud sólo conduce a riesgos institucionales, en especial, cuando se clama por “acción política” sobre temas tan delicados como la conducción monetaria, que podrían abrir peligrosas cajas de Pandora para la influencia política o de grupos de interés en esas decisiones, algo particularmente riesgoso dados los vientos que soplan en la política criolla.
Llegados a este punto, es crucial, un esfuerzo intenso para entender, al menos, dos elementos clave de esta discusión: ¿qué es lo que está sucediendo y, sobre todo, qué sucederá hacia adelante? Y, en segundo término, ¿qué se puede hacer, siendo realistas, para apoyar a los afectados por la deriva reciente de los mercados de divisas?
Lo primero implica entender que lo sucedido en el mercado de divisas en los últimos seis meses no puede interpretarse adecuadamente sin considerar al menos tres elementos: la seguidilla de shocks externos que condujeron a la pérdida de valor del colón entre 2020 y el primer semestre de 2022, el buen desempeño de sectores exportadores –de bienes y servicios– específicos en los últimos tres años y la necesidad de pasar, en un corto tiempo, de una política monetaria ultra expansiva a una contractiva para combatir el surgimiento de intensas presiones inflacionarias, generando espacios de arbitraje para los tipos de interés en ese proceso.
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La comprensión de lo que sucede como un proceso que se inicia en 2020 y que aún no concluye permite, primero, desmitificar y evitar medias verdades, pero sobre todo facilita entender que los mercados tienen mecanismos de ajuste y que éstos están en marcha, conduciendo muy pronto a un escenario de estabilidad cambiaria probablemente –mi apuesta personal aquí– lejos de los ¢550 y de los ¢700 por dólar estadounidense, y más a una fluctuación en torno a los ¢570 y ¢590 por dólar.
Entenderlo como proceso tiene una ventaja adicional, pero crucial: para empresas y familias les permite formular expectativas realistas acerca de lo que probablemente sucederá a futuro con la tasa de cambio más que caer presa del pánico –y con ello, por tanto, exacerbando la volatilidad y las tendencias de corto plazo– o pedir absurdos imposibles como alternativa a la política cambiaria seguida por la autoridad monetaria.
Por último, tema crucial por supuesto, ¿quiénes ganan y quiénes pierden? Y, sobre todo, ¿qué hacer para reducir –de manera realista y sostenible en el tiempo– los efectos negativos sobre los más vulnerables?
Un primer elemento en este aspecto es entender que en la actual coyuntura de mercado, los exportadores y los productores locales que compiten con las importaciones son, sin duda, los más afectados. Pero también, hay que comprender que otros sectores –en la jerga económica: los sectores no transables– ven su posición mejorada en el corto plazo con la apreciación real.
La Costa Rica de hoy no es, estructuralmente, la de los 90, hoy ese segundo grupo –como consecuencia del crecimiento económico y los procesos de acumulación endógenos– es más grande que el primero. No es una buena idea, en ese sentido, usar como argumento que las afectaciones o los beneficios de ciertos sectores tienen carácter universal.
Y dentro de los “perdedores” hay quienes dejan de ganar y hay quienes pierden –¡y mucho!– en esta coyuntura, y por tanto las penurias de estos últimos deberían ser las que más desvelos generen.
Para responder a sus clamores de ayuda poco o ningún sentido tiene pedir que la autoridad monetaria establezca un nivel de tipo de cambio específico: pedir esto es irreal e incorrecto, la experiencia ha demostrado que hacerlo por esa vía es adoquinar de buenas intenciones el camino al infierno.
La salida es más compleja porque requiere tiempo y paciencia. Primero entender que el proceso de ajuste en la economía está en marcha y que esto revertirá en un futuro no tan lejano el comportamiento observado en el mercado y, lo segundo y más importante, preparar a la economía para evitar fluctuaciones abruptas (responsabilidad en el manejo macroeconómico y reformas que mejoren las reacciones de los mercados en momentos de ajuste), crear mecanismo para que los agentes económicos que lo deseen cubran estos riesgos (derivados cambiarios) y diseños modernos y sostenibles –asociados con los presupuestos públicos– para apoyar a los más vulnerables entre los realmente perdedores.