Este asunto del salario mínimo es difícil. A primera vista, elevar el mínimo parece una manera fácil de combatir la pobreza. Simplemente, se les paga más a los trabajadores de bajos ingresos. Después de todo, algunos estudios académicos concluyen que, dentro de límites razonables, no es punitivo para el trabajo. Un mínimo más alto no reduce los puestos de trabajo demasiado, y quizás nada. En conjunto, ésa es la posición del gobierno de Barack Obama, de los demócratas del Congreso y de los grupos liberales. Lamentablemente, quizás no sea tan simple.
Los demócratas proponen elevar el jornal federal mínimo actual de $7,25 por hora a $8,20 este año, a $9,15 en 2015 y a $10,10 en 2016. Suponiendo que no afecte el empleo, casi 28 millones de trabajadores se beneficiarían en 2016, calcula el Economic Policy Institute, un grupo de estudios liberal. Es decir, 17 millones que están ahora por debajo del mínimo propuesto, más otros 11 millones de operarios, a quienes se paga un poco mejor y que obtendrían aumentos para mantenerlos por encima del mínimo.
Una persona que trabaja 40 horas semanales a la tasa mínima vería que su salario pasaría de $15.080 al año en la actualidad, a $21.008 en 2016. El salario anual actual está un 20% por debajo de la línea federal de la pobreza para una familia de tres, mientras que el salario de 2016 estaría levemente por encima para una familia de tres (aunque no de cuatro), dice EPI. No todos los trabajadores recibirían grandes aumentos, porque muchos trabajan a tiempo parcial (46%), no se quedan un año completo o ya están por encima del mínimo. Aún así, el avance salarial sería considerable.
El economista John Schmitt, del Center for Economic and Policy Research, otro centro de estudios que tiende a la izquierda, dice que estudios recientes sobre el salario mínimo concluyen que los “aumentos modestos” tienen “un efecto pequeño o nulo sobre el empleo”. Las empresas recurren a otras formas de absorber los costos agregados en lugar de reducir la nómina o las horas de los trabajadores. Cuando se paga mejor a los operarios hay menos recambio de trabajadores. Ese hecho recorta los costos de reclutamiento y entrenamiento; también eleva la productividad de los trabajadores, porque conocen mejor su trabajo. Finalmente, las empresas adoptan “aumentos pequeños de los precios.”
Todo ello suena plausible; pero quizás sea también incompleto.
Para comenzar, el salario mínimo es un instrumento poco preciso para ayudar a los pobres, porque cubre a muchos trabajadores de familias que están bien por encima de la línea federal de la pobreza. Según las cifras del gobierno, el 53% de los trabajadores que se beneficiarían de un mínimo más elevado provienen de familias con ingresos superiores a $35.000, entre ellas un 22% con ingresos que exceden $75.000.
Después, los economistas aún no se ponen de acuerdo con respecto al efecto sobre el trabajo. En estudios –y en sus comentarios sobre otros estudios– los economistas David Neumark, de la Universidad de California en Irvine, y William Wascher, de la Reserva Federal, concluyen que los mínimos más altos sí debilitan los puestos de trabajo de baja remuneración. Bajo suposiciones plausibles, hasta un efecto pequeño (digamos, un pérdida de trabajo de un 1% por cada aumento del mínimo de un 10%) implica casi un millón de puestos perdidos en el curso de tres años.
Pero las investigaciones académicas, independientemente de sus conclusiones, podrían ser irrelevantes. Las empresas no consultan los estudios para decidir qué hacer. Responden sobre la base de su propio panorama económico. Quizás no reaccionen ahora a un mínimo más alto como lo hicieron en el pasado. Dos hechos sugieren esta posibilidad.
Primero, el aumento propuesto es enorme. Para 2016, representará casi un 40%. Los aumentos similares en el pasado tuvieron lugar cuando una inflación elevada causó la subida rápida de jornales. El mínimo siguió el ritmo. Pero hoy en día no es así. Comparada con jornales promedio, la subida propuesta del mínimo parece ser la mayor desde los años 60.
Segundo, las empresas se han mostrado renuentes a crear puestos de trabajo. Reducen la contratación de operarios con el menor pretexto. Parecen obsesionadas con el control de costos. La Gran Recesión y la crisis financiera 2008-9 crearon tanto temor que cambiaron, por lo menos temporariamente, la conducta. Las empresas se mueven con mayor cautela.
¿Tomarían los empleadores los considerables costos del mínimo con calma –o reaccionarían reduciendo la contratación y automatizando más los puestos de baja remuneración (ejemplo: las cajas de los supermercados)?–. Ésa es la pregunta esencial. Y qué es más importante para los trabajadores de bajos ingresos: ¿más puestos de trabajo o jornales más altos? Hay un fuerte simbolismo en el aumento del jornal mínimo, pero la idea de que pueda incrementarse considerablemente sin que tenga un efecto nocivo en los puestos de trabajo constituye un espejismo.
Robert Samuelson inició su carrera como periodista de negocios en The Washington Post, en 1969. Además fue reportero y columnista de prestigiosas revistas como Newsweek y National Journal.