Costa Rica recibió la independencia –al igual que al resto de las nuevas naciones en pañales del área– en medio de un “caos monetario”.
La circulación oficial de dinero estaba marcada por los escudos de oro y los reales de plata españoles, que por entonces ya eran las monedas de referencia a nivel mundial. Sin embargo, su utilización era más bien reducida.
La moneda se concentraba en un pequeño sector de la población, compuesto mayoritariamente por personas que habían logrado redituar del escaso comercio colonial; pero escaseaba para la mayor parte de la población, que seguía siendo pobre y priorizaba la producción para su autosubsistencia.
El dinero de oro y plata se consideraba una mercancía más en aquel tiempo y, como tal, era de difícil acceso para indígenas, afrodescendientes y campesinos. Estos más bien utilizaban otras formas de transacción como el intercambio de bienes y servicios (el trueque), o el pago a través de medios alternativos como las semillas de cacao.
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El cacao fue una moneda debidamente autorizada desde inicios del siglo XVIII y se prohibió hacia finales de ese mismo período; no obstante, se siguió utilizando hasta la primera mitad de los 1800 como una especie de moneda menor.
Según el historiador y curador de Numismática del Museo del Banco Central, Manuel Chacón, la historia del dinero en la Costa Rica recién independiente permite hacer frente a varios mitos. Por ejemplo, Costa Rica era menos pobre de lo que se dibuja y sí existían diferenciaciones sociales importantes, que no aparecieron únicamente con el auge de la caficultura.
“Las sociedades no son tan diferentes a las actuales”, señaló Chacón. “A veces nosotros creemos, o se nos ha vendido la idea, de que Costa Rica era totalmente pobre y de que prácticamente nadie tenía dinero; pero la realidad es que era una sociedad como muchas, con diferencias sociales, económicas y culturales a lo interno y que, como todas, tuvo que resolver la forma en que realizaba sus transacciones”, subrayó.
Algo similar comentó el investigador Ronny Viales. ”La sociedad de ese momento no era como nos la imaginamos, sino que era una sociedad bastante estratificada socialmente (...) Costa Rica sí tenía pobres, muchos pobres; pero también tenía ricos. Era una pobreza relativa”, apuntó.
Poco dinero, en pocas manos
La Costa Rica recién independiente tenía acceso a poca moneda y, la poca que tenía, la concentraba en pocas manos. Este bajo acceso a moneda ocurría por varios motivos, pero especialmente por el bajo comercio internacional y porque la provincia no era productora de minerales.
Apenas tenían acceso a dinero metálico algunas personas que se habían relacionado con el poder colonial y que habían podido desarrollar sus negocios (algunos incluso ilegales, a través del contrabando).
También tenían dinero algunos curas y, en menor medida, personas que accedían a créditos formales (documentados) o informales por parte de medios eclesiales o prestamistas privados.
Hacia el cierre del período colonial, las minas más importantes en las cercanías costarricenses estaban situadas en territorios que hoy pertenecen a México y Bolivia. Además, Costa Rica apenas desarrollaba algunas exportaciones de productos como tabaco, cacao, mulas, víveres y palo Brasil, pero todos se destinaban a territorios del mismo imperio español (no había mayor apertura).
Ante ese bajo flujo de monedas, el resto de la población –una mayoría que no comerciaba externamente y en su mayoría se dedicaba a la autosubsistencia– se vio sometida a emplear otros métodos para transar a lo interno.
El trueque servía para negociar a partir de necesidades complementarias y el pago con semillas de cacao (al igual que el oro o la plata) servía para asegurar el traspaso de una mercancía con valor de uso final (alimenticio) a cambio de otros bienes o servicios.
Esta semilla se implementó como moneda desde los 1600 e incluso recibió una autorización oficial para su uso en 1709. Luego se prohibió hacia finales de ese mismo siglo, pero se siguió utilizando durante los 1800.
Según explicó Chacón, esto provocó que se dieran equivalencias entre el cacao y la plata, en una especie de “tipo de cambio”. Estas equivalencias rondaban los 80 granos por cada real de plata a inicios del siglo XVII y los 100 para finales del siglo XVIII, explicó el historiador.
El uso del cacao generaba una distinción de clases. Aquellos que tenían acceso a plata y oro lo utilizaban como denominación menor. Los que no tenían acceso, como moneda principal.
El cacao y el trueque llegaron para suplir una escasez de moneda que apenas se empezó a revertir en las décadas de los 1830 y 1840, con una mayor apertura comercial, tras la salida de los españoles y con las primeras exportaciones de café. El imperio español apenas dejaba negociar con territorios coloniales desde 1778, pero después de su salida se abrieron las puertas a todo el resto del mundo (con excepción de España).
Al momento de su independencia, recordó el investigador Jorge León en entrevista con La Nación, Costa Rica apenas tenía una población de unos 60.000 habitantes, y todos tan dispersos e incomunicados que era imposible pensar en un mercado interno dinámico. Por eso las monedas tenían un valor primordial de comercio externo.
Sin embargo, para una gran parte de la población, el comercio no era necesario. Muchas personas se dedicaban a la agricultura y al autoconsumo.
Esto cambió hasta la apertura comercial de la República Federal Centroamericana, a inicios de su vida independiente. Ello implicó la posibilidad de abrir la producción a mercados como el inglés, aumentar la producción de granos básicos y ganado, y realizar mejoras en infraestructura que brindaron un marco más propicio para dinamizar la economía interna.
“La apertura de los mercados externos fue un factor que permitió la entrada de moneda. Impulsó un intercambio monetizado que poco a poco fue dejando de lado el trueque y el uso de sustitutos de moneda como el cacao para mayor modernidad de nuestra economía”, comentó León.
Este cambio económico, agregó Viales, fue “relativamente rápido”.
La pertenencia
La llegada de la independencia trajo pocos efectos inmediatos en cuestiones relacionadas con la moneda; sin embargo, una de las consecuencias simbólicas más importantes fue la utilización de “resellos” desde 1822.
Estos “resellos” eran marcas propias que hacían las provincias recién independizadas a las monedas que recibían para “habilitarlas” y distinguirlas como parte de su dominio.
No obstante, la creación de las primeras monedas hechas en territorio costarricense llegó hasta un par de años más tarde. Ante una mayor actividad comercial y el auge minero en los Montes del Aguacate, Costa Rica optó por buscar la autorización para la apertura de una Casa de la Moneda.
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Las primeras monedas se acuñaron en una Casa de la Moneda provisional que se le concesionó a un ciudadano costarricense de origen español, llamado Mateo Urandurraga. Esta se ubicó en el Ingenio de San José de Los Horcones, en Alajuela.
En esta casa se produjeron las primeras monedas costarricenses, pero sus resultados generales fueron más bien pobres para las expectativas que había.
Más tarde, en 1828, Costa Rica creó su Casa de la Moneda permanente, pero esta también tuvo problemas en distintos momentos por falta de materiales.
Según explicó Chacón, la intención de estos movimientos era por sobre todo simbólica. Había que dejar de utilizar la moneda española, aunque la denominación y la cuantificación fuera la misma (escudos de oro y reales de plata).
“La moneda puede ser un símbolo de soberanía cuando nosotros creamos una nueva moneda porque somos un nuevo territorio, o puede ser un símbolo de sometimiento cuando estamos en medio del dominio español”, recordó el historiador.
El establecimiento del colón como moneda costarricense llegó hasta 1896, mucho tiempo después de aquella historia de independencia reciente. Su nombre, al igual que lo había hecho El Salvador (una economía hoy dolarizada) se planteó en medio de las celebraciones del cuarto centenario del descubrimiento de América.
Posteriormente, se dejaron de producir las monedas en metales preciosos. El dinero, poco a poco, se dejó de concebir como una mercancía más y , al finalizar el primer cuarto de los 1900, ya valía por su capacidad de compra y no por los materiales de los que se hacía o respaldo alguno de ellos.
Las siguientes revoluciones ocurrieron con la aparición de los billetes, antes de finalizar la primera mitad del siglo. Ahora todo apunta a que el mayor cambio en los próximos años estará relacionado con el establecimiento de transacciones electrónicas.
Para Chacón, la historia de la moneda posterior a la independencia marca a la sociedad costarricense de formas superficiales y más profundas. Por ejemplo, con la utilización de términos como plata o pesos para hacer referencia al dinero, o con la concepción de una moneda propia (el colón) como una forma de soberanía que incluso ha resistido a tentaciones de dolarización.