A 44 días de su nombramiento, la primera ministra británica, Liz Truss, anunció su dimisión este jueves, luego de encontrarse inmersa en una crisis política que hasta le costó el puesto a su exministro de Finanzas, Kwasi Kwarteng, y que también la puso a ella en la cuerda floja ante la molestia de figuras de su propio partido.
En poco más de un mes, el Gobierno liderado por Truss puso en contra a los mercados, los votantes, así como a destacadas figuras del gobernante Partido Conservador, al presentar un plan económico ultraliberal, que generó una lluvia de críticas y puso en duda la estabilidad financiera de la economía británica, una de las más fuertes del mundo.
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Las medidas formaban parte de un paquete de reforma fiscal conocido como el “mini presupuesto”, el cual fue anunciado a los pocos días de que la primera ministra llegara al poder. Este plan contemplaba fuertes recortes de impuestos, así como ayudas públicas a las facturas energéticas, pero sin un plan claro para financiarlo, más allá de incrementar la deuda pública.
Parte de las medidas, que pretendían relanzar la economía y atenuar la inflación, que alcanzó casi el 10% en agosto, incluían una baja del porcentaje máximo del impuesto a las ganancias, de 45% a 40%, así como el congelamiento de las facturas energéticas por dos años.
En el caso de las empresas, el Gobierno pretendía financiar casi la mitad de las facturas durante seis meses. También incluía la desregulación en el sector bancario, mediante la anulación de un límite a los bonos para los banqueros, del 200% del salario anual hasta el momento.
El Gobierno no publicó el costo total del paquete de medidas, pero las estimaciones no oficiales hechas por economistas, ascendieron a los 100.000 millones de libras, mientras que el banco Barclay’s de Inglaterra habló, incluso, de 200.000 millones de libras.
Una vez que las medidas fueron divulgadas, las reacciones no se hicieron esperar, pues acusaron al Gobierno de que su política buscaba favorecer a los más ricos, algo que la propia Liz Truss reconoció. Sin embargo, el lunes 17 de octubre, el nuevo ministro de finanzas, Jeremy Hunt, dio marcha atrás a la propuesta en busca de tranquilizar el caos financiero.
Reacción de los mercados
Casi de inmediato, empezaron a llegar los efectos del anuncio realizado por la primera ministra y su anterior encargado de finanzas, en un Reino Unido que se encuentra al borde de la recesión y con un índice de inflación máximo en los últimos 40 años (a agosto rondó el 9%).
Tres días después de que divulgaron el plan, la libra esterlina cayó a un mínimo histórico frente al dólar, a $1,035. También se disparó el coste de la deuda pública, encareciendo a su vez el interés de los préstamos a familias y empresas del Reino Unido.
Como consecuencias del plan, agencias calificadoras como Fitch y S&P rebajaron la nota de Reino Unido de “estable” a “negativa” a principios de octubre. En ese entonces, Fitch afirmó que las medidas “podrían dar lugar a un aumento significativo de los déficits presupuestarios a medio plazo”.
A raíz de esto, el Banco de Inglaterra tuvo que intervenir para evitar que la situación se convirtiera en una crisis financiera, con un masivo programa de compra de deuda a largo plazo que terminó el viernes anterior. Sin embargo, mantuvieron una serie de medidas, como un mecanismo temporal de garantía para ayudar a los bancos a aliviar las presiones de liquidez.
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Giro radical
Aunque insistió en aplicar el plan económico durante semanas, Truss cedió ante la lluvia de críticas y destituyó a su ministro de finanzas, Kwasi Kwarteng. En su puesto fue nombrado el viernes Jeremy Hunt, quien este lunes anunció la suspensión de las medidas fiscales para calmar las aguas en la economía británica.
“La primera ministra y yo acordamos ayer dar marcha atrás a casi todas las medidas fiscales anunciadas en el plan de crecimiento de hace tres semanas”, anunció Hunt, ante el Parlamento, en una comparecencia que tenía como objetivo calmar el nerviosismo antes de la presentación oficial del nuevo plan, previsto para el 31 de octubre.
Tras su comparecencia en el Parlamento, los mercados financieros reaccionaron. La libra subió más de 2% frente al dólar, a $1,1401, mientras que las tasas de interés de la deuda pública a 30 años cayeron a casi 4%, reflejo también de una respuesta favorable de los inversionistas.
El fin de semana, el nuevo ministro de finanzas también adelantó que tendría que tomar medidas “duras”, como aumento de impuestos y recorte del gasto en todos los ministerios, lo que representa un giro radical respecto al programa de la primera ministra, cuya tendencia es prácticamente opuesta.
El viernes anterior, cuando anunció la destitución de Kwarteng, la premier también aceptó, finalmente, incrementar el impuesto de sociedades del 19% al 25%, una medida del gobierno anterior que estaba decidida a suprimir, aunque se declaró absolutamente determinada a llevar adelante el resto de su plan, del que finalmente desistió el lunes.
Dimisión
Luego de la convulsa salida del poder del exprimer ministro, Boris Johnson, la jefa del Gobierno británico tuvo varios golpes a su credibilidad, principalmente con la presentación de su reforma fiscal, lo que la colocó “en la cuerda floja” dentro de las filas del Partido Conservador.
Incluso, antes del anuncio de su dimisión este jueves 20 de octubre, las figuras de la derecha británica opinaron públicamente que Truss debía dejar el cargo. “Dada la situación, no puedo cumplir con el mandato para el cual fui elegida por el Partido Conservador”, declaró Truss, quien se convirtió en la primera ministra con menos tiempo en el cargo.
Su salida llega apenas seis semanas después de llegar al poder, con lo que el Partido Conservador se ve obligado a realizar una nueva elección interna, que será organizado de aquí al final de la próxima semana. Según la prensa británica, los diputados conservadores barajan desde hace días algunos nombres para reemplazarla en Downing Street.
Carlos Murillo Zamora, especialista en Relaciones Internacionales y profesor de la Universidad de Costa Rica (UCR), explicó que Truss había llegado al puesto con los votos suficientes, pero no con una posición firme, por lo que tuvo que ceder con su plan económico.
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A pesar de esto, su dimisión no deja de ser una sorpresa, pues el lunes, en una entrevista con BBC, la primera ministra se mostró dispuesta a continuar en su cargo, aunque aceptó que quiso “ir muy lejos y muy rápido” con su reforma. “Quiero aceptar mi responsabilidad y lamento los errores cometidos”, declaró la dirigente conservadora. “Seguiré en mi puesto para cumplir mis compromisos por el interés nacional”, añadió.
Incluso, el miércoles se defendió en el Parlamento ante una ola de críticas tras el abandono de su plan económico afirmando que es “una luchadora, no alguien que abandona”. “Estoy dispuesta a tomar decisiones difíciles”, agregó la primera ministra al ser cuestionada por los diputados.
Desde el referéndum del Brexit, en el 2016, Liz Truss es la cuarta persona del Partido Conservador en ocupar el puesto de primer ministro en el Reino Unido. Anteriormente, la silla en Downing Street había sido ocupada por Boris Johnson, Theresa May y David Cameron.
El analista internacional manifestó que en el Reino Unido los grandes partidos, incluido el Conservador, enfrentan una serie de desafíos, porque la población ya no vota tanto por la agrupación política, sino más bien por los candidatos. Ahora, con la rápida salida de Truss, se agitan más las aguas en las filas conservadoras, que en una semana iniciarán un nuevo proceso para elegir al sucesor.
Nota del redactor: Este artículo fue actualizado a las 8:40 a.m., de este jueves 20 de octubre, a raíz de la renuncia presentada por Liz Truss como jefa del gobierno británico.