Economista
Puestos por las circunstancias en una situación intensa, desarrollamos gran ansiedad por salir de ella. La persona que pierde su puesto; el que detecta una brillante oportunidad que podría desaparecer; quien recibe la renuncia de su mano derecha; o quien recibe señales serias de que la relación con su pareja está en peligro.
Todos comienzan a generar posibles soluciones a gran velocidad, cuando no quedan sumidas en torbellinos de lamento que más bien dificulta encontrar las soluciones.
Existen dos expresiones comunes que se refieren a estas situaciones.
Una es “agarrarse de un clavo ardiendo”.
Dado un problema, dada la alta valoración por resolverlo pronto, se adopta una solución que no solamente no es la óptima sino que es perjudicial.
Para sustituir a la mano derecha que renunció, se le da un ascenso impremeditado a una persona que no tiene las condiciones y deterioramos la futura eficacia de la unidad de trabajo.
Cuando alguien intempestivamente se queda sin trabajo, se dedica a buscar cualquier puesto, sin examinar sus destrezas, sus verdaderas necesidades económicas y sobre todo, sus gustos profundos, sin pensar que somos mejores en aquéllo que nos atrae profundamente.
Otra expresión relacionada con situaciones como las descritas es la que designa a algo como “confites en el infierno”.
Se trata de una solución atractiva a corto plazo pero que a la larga se va a convertir en desagradable, gravosa, intolerable.
Generalmente se utiliza como un llamado al buen juicio, como un recordatorio de que no solamente hay que ver el valor facial de lo que se nos ofrece sino también todas sus consecuencias.
Se lo decimos a la persona que muy entusiasmada nos cuenta que va a cambiar su empleo motivante y desarrollante por otro que no lo es, solo porque en el nuevo va a tener una remuneración más alta.
O a quien deja una ocupación coincidente con sus talentos para optar por otra de mayor relumbrón.
Resolver el problema bien es tan importante como resolverlo pronto.