El hambre, la marginación podrían ser atemperadas o resueltas si fuéramos más solidarios.
Cuando ocurre una catástrofe en cualquier lugar, el evento se publicita, las necesidades se especifican, las vías para canalizar ayuda se expeditan, el buen destino de la ayuda se garantiza.
Si eso existiera sobre la pobreza extrema que ocurre a dos kilómetros de nuestro hogar, seríamos más solidarios.
La solidaridad de las empresas queda probada en los programas de responsabilidad social que algunas desarrollan y aplican en sus comunidades aledañas.
Es distorsionante e innecesario, vulnerar la regla de hacer máximas sus ganancias a largo plazo, una de las reglas básicas del régimen de libre empresa.
Pero más bien habría que crear una mayor conciencia sobre la sostenibilidad.
En un medio donde grandes grupos están marginados del bienestar, aumenta la inseguridad, disminuye el número y calidad de consumidores y trabajadores, el sistema político pierde sustento, lo cual hace menos sostenibles las ganancias de las empresas.
Los líderes espirituales del mundo podrían y deberían revitalizar la solidaridad.
Somos una civilización que es más productiva que sensible; que se esfuerza más por aumentar la eficiencia que por tratar de disminuir la pobreza.
Y eso es natural, porque el sistema de mercado, reverencia la eficiencia y estimula el interés individual.
Los líderes espirituales están llamados no a hacer una crítica de cómo funciona el sistema de mercado sino a desarrollar a las personas para que ejerzan su libertad de ser solidarias o avaras.
Para que reconozcan la superioridad de la sobriedad sobre el hartazgo.
Es parte de las reglas del mercado querer maximizar ganancias y bienestar.
Pero es parte de la libertad de la persona decidir qué hacer con sus ganancias y sus ingresos, de lo cual es ejemplo extraordinario la filantropía.
La abundancia contemporánea da para compartir con aquellos que lo necesitan .
Tal vez no nos hemos dado cuenta y seguimos en una actitud de rebatiña, como si estuviéramos al borde de la inanición.