Enrique Bolaños, un ingeniero industrial de 73 años, confiscado y encarcelado por los sandinistas, que se metió en política para cambiar su país, asumió ayer la presidencia de Nicaragua tras derrotar en las urnas a su viejo rival Daniel Ortega.
Bolaños estuvo a punto de ser el candidato de la Unión Nacional Opositora (UNO) en 1990, la recordada coalición que llevó a la presidencia a Violeta Chamorro y sacó del poder a Ortega y los sandinistas.
Se dice que la UNO no postuló a Bolaños por considerar que su tenaz e indoblegable antisandinismo era peligroso para la reconciliación nacional que se buscaba.
Dos décadas después, la historia colocó a Bolaños frente a frente con su viejo rival al que arrolló en las urnas dándole, quizás, la paliza que más le dolerá a Ortega.
Pendientes
Esta es la tercera derrota consecutiva que recibe Ortega y se cree que terminará con sus aspiraciones presidenciales.
La victoria de Bolaños sobre Ortega, podría ser también su primer cobro a los sandinistas.
Durante el gobierno del Frente Sandinista, en la década de los ochentas, fue objeto de persecución, prisión arbitraria y confiscación del patrimonio familiar.
Pero al dejar la cárcel comenzó una nueva lucha y en pocos días su carácter, su gran capacidad organizativa y su estilo mordaz, lo convirtieron en el máximo líder de la empresa privada, en la lucha cívica antisandinista.
La batalla para llegar a la presidencia estuvo plegada de promesas y acusaciones, en la que los sandinistas no dejaron de señalar los estrechos vínculos de Bolaños con el expresidente Arnoldo Alemán.
Bolaños fue vicepresidente de Alemán hasta hace ocho meses.
Los sandinistas lo acusan de ser cómplice de este, porque manejó una comisión de transparencia que tuvo pocos efectos correctivos.
Bolaños, un hombre de hablar pausado y suave y padre de cinco hijos, también mantiene su posición que los sandinistas deben devolver las propiedades de ciudadanos estadounidenses confiscados por los sandinistas y que siguen en sus manos.