A. Carbajosa y A. Espinosa
El cambio en Egipto, el gran país del mundo árabe y pieza clave del rompecabezas regional, ha despertado una oleada de temores y esperanzas en la zona.
“Estamos en un momento clave. No solo para la historia de Egipto, sino para todo Oriente Medio”, indicó un alto responsable israelí.
“Esperamos que el Gobierno que tome el poder en El Cairo, en setiembre, entienda que es necesario preservar el acuerdo de paz con Israel, que resulta fundamental para la estabilidad de toda la región”, agregó.
Israel es de los países que albergan más temores que esperanzas. La caída de Mubárak supone para Israel el fin de un
Sobre todo, le ha permitido a Israel contar con un mediador en el conflicto de Oriente Medio del que se fía y que ha estado dispuesto a ser cómplice en iniciativas israelíes como el bloqueo de la franja de Gaza.
Fue en 1979 cuando Egipto e Israel firmaron el tratado que daría lugar a la llamada “paz fría”, que hace alusión a la escasa calidez que se profesan las poblaciones de ambos países al margen de los acuerdos tejidos por los líderes políticos.
Israel teme ahora que un nuevo Gobierno egipcio nacido de las urnas y que refleje el sentir popular no esté dispuesto a mantener el tratado de paz.
Esto porque el embargo israelí solo ha sido posible gracias a la connivencia de los egipcios que mantienen prácticamente cerrado el paso de Rafah en el extremo sur de la Franja.
Los islamistas de Hamás que gobiernan en Gaza, calculan que la ascensión a la superficie política de sus padres espirituales, los Hermanos Musulmanes egipcios, solo pueden ser buenas noticias.
Sami Abu Zuhri, un portavoz de Hamás, pidió el viernes a los nuevos líderes egipcios que levanten el bloqueo de Gaza inmediatamente y que abran el paso de Rafah para permitir el libre movimiento de las personas y para que pueda empezar el proceso de reconstrucción (tras la destrucción causada durante la guerra del 2008)”, según declaraciones recogidas por la agencia Reuters.
Para la familia real de Arabia Saudí, sin embargo, el cambio de régimen egipcio supone una evidente fuente de preocupación, ante la perspectiva de perder un aliado frente a Irán.
Mientras, en la calles del reino, los ecos de las revueltas populares empiezan a sentirse. Los activistas más jóvenes exigen reformas políticas a través de Facebook, un grupo de intelectuales ha fundado un partido político y pedido al rey que autorice su funcionamiento.
La decisión supone una primicia en el conservador reino donde toda actividad política está prohibida desde mediados de los años 50 del siglo pasado cuando la familia real temió el contagio de las ideas panarabistas de Gamal Abdel Nasser, segundo presidente de Egipto.
En Irán, los dirigentes están convencidos de que los cambios desatados por las revueltas árabes van a reducir el peso de Estados Unidos, su archirrival durante las tres últimas décadas por la influencia en la región.
El presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad apenas podía ocultar la satisfacción que le produce ver en apuros a Mubárak, un líder que ha rechazado todos sus gestos de acercamiento y que, como han revelado las filtraciones de Wikileaks, considera a los gobernantes iraníes “mentirosos” y “poco dignos de fiar”.
El viernes, decenas de miles de iraníes desafiaron la nieve y la lluvia para celebrar el 32º aniversario de la revolución islámica.
Ahmadineyad aprovechó para reiterar la posición oficial de que las actuales revueltas son un eco de lo sucedido en su país en 1979 y poner a Irán como ejemplo para la región. “Pronto veremos el surgimiento de un nuevo Oriente Medio, uno en el que no hay lugar para las potencias arrogantes”, declaró.
En Líbano, el partido-milicia chiita Hezbolá felicitó al “gran pueblo egipcio” por su “glorioso triunfo”. Para Hezbolá, fuerza ascendente en la vida política libanesa, el fin de la era Mubárak es también buena noticia. A los enemigos de Israel los ilusiona la posibilidad de que un nuevo Gobierno egipcio no colabore con los israelíes y ven con buenos ojos un hipotético resurgir islamista en Egipto.