San Juan Sacatepequez. Las campanas de la iglesia anuncian el fin de la misa, y cientos de indígenas mayas salen lentamente para ir a votar por el próximo presidente de Guatemala, con la esperanza de que combata la pobreza, la violencia y la corrupción.
“Queremos, obviamente, un mejor país y que (el nuevo mandatario) sea mejor que el presidente que está ahora, Alejandro Giammattei”, dice Ana Chitay, de 22 años, en la plaza central del pintoresco pueblo de San Juan Sacatepéquez, unos 30 km al oeste de la capital.
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Soltera y sin hijos, esta joven maya es contadora, pero está desempleada desde hace meses.
En las zonas indígenas del país más poblado de Centroamérica, la pobreza supera el 80%, según cifras oficiales, y este municipio rodeado de montañas con pinos y cipreses no es una excepción, a pesar de ser famoso por la producción y venta de muebles de madera.
Mientras Chitay camina hacia su centro de sufragio, ignora si votará por Bernardo Arévalo, quien encarna la opción de cambio, o por la ex primera dama Sandra Torres, representante del continuismo.
Ambos candidatos son socialdemócratas, pero muy diferentes entre sí. Arévalo centró su campaña en la lucha frontal contra la corrupción y Torres en promesas de ayuda directa a los más pobres.
Mientras se aleja de la iglesia de San Juan Bautista, Chitay dice que espera que cualquiera sea el ganador, tenga “conciencia de que hay gente que sí necesita ayuda”.
“Esperamos que cumpla lo que promete y que los próximos años que esté en el gobierno esté mejor el país”, indica la joven, quien se protege del frío matinal con un suéter morado y bebe un atol, bebida caliente a base de cereales tradicionales.
Unos 9,4 millones de guatemaltecos están convocados a las urnas, tras una campaña marcada por intentos de la fiscalía por marginar a Arévalo, el inesperado favorito.
“Ya no se puede vivir”
María Rac, ama de casa de 66 años, camina entre puestos de venta de verduras en el parque central del pueblo, que también sirve de mercado.
Viste un colorido huipil (blusa) y un corte (falda), atuendos tradicionales de las mujeres mayas kaqchikel, una de las tres comunidades indígenas más numerosas de Guatemala.
Después de comprar flores, debe votar en un local situado a pocas cuadras del parque.
“Esperamos del presidente trabaje para nuestros hijos. No queremos cosas regaladas, nosotros queremos trabajo para que ellos se superen”, indica Rac, mientras el sol empieza a calentar la plaza.
Cinco mesas de sufragio fueron instaladas bajo los portales con arcos del frontis del edificio municipal, una casona colonial de dos pisos de color amarillo.
Los votantes llegan a cuentagotas durante la mañana a este improvisado centro de sufragio, mientras unos perros callejeros deambulan y otros canes duermen a la sombra de los portales.
Rac también demanda que el nuevo presidente enfrente la creciente violencia criminal, que el año pasado dejó 4.274 muertos en el país, uno de los más violentos de la región, según datos oficiales. En 2019, el año anterior a que asumiera Giammattei, fueron 3.624.
“Ya no se puede vivir en todos lados porque hay mucha delincuencia”, se lamenta.
Giovanni Méndez, vendedor de cajitas de cerillos de 53 años, dice que un gran reto es atacar la pobreza.
“Hay bastante que ver por Guatemala, tanta pobreza. Si van a ver en las montañas hay mucho niño desnutrido, no tienen nada que comer”, indica.
“Un cambio total”
Más de 10 millones de los 17,6 millones de habitantes de Guatemala son pobres, según datos oficiales.
La pobreza se concentra en los poblados indígenas, donde miles de familias viven en precarias casas de barro y calles de tierra, sin agua potable ni electricidad.
En Guatemala existen 22 etnias de origen maya, cada una con su propio idioma. También hay poblaciones xincas y garífunas (afrocaribeñas).
Los indígenas constituyen el 42% de la población de Guatemala, aunque líderes de pueblos originarios señalan que son el 60%.
Con un casco de motocicleta en la mano, Efraín Boch afirma que el nuevo presidente debe hacer “un cambio total”.
“Y que ataque la corrupción, que nos está afectando, eso es lo que pido al gobierno entrante por los siguientes cuatro años”, dice a la AFP este conductor de camiones de 47 años.