Nueva York. Si no hubiera sido por las largas filas en los centros de votación, si una no supiera que era 2 de noviembre, día de las elecciones presidenciales, hubiera creído que se trataba de un día común de otoño en Nueva York.
No se veían ni banderas en las ventanas, ni simpatizantes con pancartas ni carros saturados de personas, de letreros y de pitazos.
Esto, según los propios neoyorquinos, se debe a que Nueva York es tradicionalmente demócrata, y es lo que se considera un estado seguro, es decir, los 31 votos electorales se los anotará el demócrata John Kerry.
Además, ayer no fue feriado, y la gente corría a sus trabajos. Wendy Weisman, una antropóloga de 35 años, votó por Kerry a eso de las 11 a. m., justo antes de tomar el tren hacia New Jersey, donde da clases.
Tras esperar un rato fuera de la Escuela de Chelsea donde votó Wendy; y entrevistar a unas diez personas, nadie parecía simpatizar con el republicano George Bush.
Así que tomé el metro y me dirigí al Bronx. Ahí, María Rodríguez, voluntaria en la mesa electoral, me sugirió que buscara partidarios de Bush en otro lugar. “Los republicanos ayudan a los ricos (…) vaya a Park Avenue o la Quinta Avenida”.
En la calle 82, en una pequeña escuela pública, los votantes son de otra estirpe: una anciana hablaba como Jackie Onassis, y a una elegante mujer oriental la recogió su chofer en un Mercedes. Aun acá, no fue fácil encontrar un republicano. Tras varios entrevistados –todos demócratas–, una marchante de arte afirmó orgullosamente haber votado por Bush. “No me gusta Kerry, es un traidor (…) con Bush sé lo que tengo y debemos conservarlo”.
Fuera de las escuelas tampoco se veían niños coreando los nombres de los candidatos, como en Costa Rica.
De hecho, Halloween, dos días antes, fue más vistoso y alegre. Las decoraciones abundaban, y las aceras estaban abarrotadas de enanos, brujas y unos cuantos “Kerrys” con gigantescos garrotes de espuma.