Si echamos en una olla todas las razones por las cuales la población brasileña no está fascinada con la Copa Mundial de Fútbol, y algunos la adversan, obtendríamos una mezcla difícil de digerir.
Una mezcla de ascenso social, mayor consciencia, hartazgo con la corrupción, con ciudades invivibles, con el dinero invertido en el torneo de balompié...
Alrededor del 52% de la población avala la competencia, el resto está en desacuerdo, le da lo mismo o no opina.
La hipótesis más alegre sobre esta actitud es que los 40 millones de brasileños que Luiz Inácio Lula da Silva sacó de la pobreza en sus dos administraciones (2003-2011) engrosaron una clase media que ahora demanda más servicios.
“Una de las cosas que están pasando en el sur es la expansión de la clase media, y eso se incrementará para el 2050, cuando 80% de sus habitantes estén en esa franja social. Hay que prestar mucha atención a este fenómeno de progreso que trae consigo demandas de mejor educación y salud”, dijo en el 2013 la entonces secretaria general adjunta de la ONU, la costarricense Rebeca Grynspan, al explicar las protestas que vivió Brasil durante la Copa de Confederaciones.
“Brasil ha sido capaz de crear un estado de conciencia crítica”, advirtió el periodista y escritor Juan Arias, quien escribe para el diario El País , de España.
Mario Osava, periodista y corresponsal de la agencia IPS y habitante de Rio de Janeiro, aseguró que Brasil vive una crisis urbana sin precedentes y su mayor exponente es el estado de São Paulo, donde se realizará el partido inaugural de la Copa.
“La gente puede demorar cuatro horas en ir a su trabajo y regresar a su casa. El embotellamiento está en promedio en 200 km y es similar en todas las grandes ciudades”, explicó.
Megaciudades invivibles. Los brasileños se entusiasmaron con las obras de infraestructura que requeriría la Copa 2014.
El gobierno de Dilma Rousseff invertiría mucho dinero en carreteras, viaductos, puentes, avenidas, transporte colectivo, aeropuertos y, claro, estadios. Pero , al igual que estos últimos, que no estarán del todo listos para el torneo, la promesa de obras que harían las ciudades más amigables tampoco se cumplirá totalmente y a tiempo.
“El transporte público en las grandes ciudades, donde está gran parte de la población brasileña, es desastroso. Pero es un problema más difícil de resolver que simplemente asignar recursos. Falta visión, estrategia, organización para que las inversiones sean efectivas”, opinó el economista Fernando Cardim de Carvalho, profesor de la Universidad Federal de Río de Janeiro.
Con toda certeza, afirmó, la seguridad pública es el mayor de los problemas, seguido del transporte público. “La criminalidad, apoyada por la expansión del tráfico de drogas, es una preocupación más frecuente para las poblaciones de las grandes ciudades. La violencia y la corrupción policial se suman para crear una situación muy difícil”, puntualizó.
“Brasil ilustra bien la inviabilidad de la vida en las megaciudades. No solo en las áreas metropolitanas del tamaño de Río o São Paulo, incluso en la mayoría de las capitales de los estados o en muchas ciudades del interior.
”El tráfico, la contaminación, la distancia entre la vivienda y el trabajo o la escuela, más allá de la prestación de servicios básicos como saneamiento o energía, tornan la vida muy difícil e irritante para la mayoría de la población”.
Al caos urbano en Brasil ha contribuido, en los últimos años, un modelo de desarrollo basado en el consumo interno.
Para la primera década del siglo XXI, China era el gran motor de la economía brasileña, pero cuando los chinos decidieron “enfriar” su crecimiento, el país suramericano se vio en apuros. Decidió, entonces, recurrir al consumo interno, estimulando la venta de automóviles por medio de crédito barato y reducción de impuestos.
“Ahora, es tal la congestión, que una manifestación de 500 personas puede paralizar toda una ciudad, con solo que cierren una calle”, manifestó Osava.
Copa cara. Quienes adversan la Copa se quejan del dinero invertido en su preparación y de los atrasos en la construcción de infraestructura.
El martes, la presidenta Rousseff recordó que la gran mayoría de la inversión pública en el Mundial es para Brasil y no para el torneo en sí, según informó la agencia AFP.
Defendió las obras en aeropuertos y de movilidad urbana. Sin Mundial, dijo, muchas ciudades no habrían podido planificarlas en años, aunque reconoció que buena parte se terminará tras el torneo.
El Gobierno brasileño sostiene que está invirtiendo 17.600 millones de reales ($8.000 millones) en infraestructura y 8.000 millones de reales ($3.600 millones) en construir y renovar estadios. Espera que la Copa Mundial de Fútbol le deje al país unos 30.000 millones de reales ($13.600 millones).
A la vez, alega que desde el 2010 al 2014 ha invertido 825.000 millones de reales ($375.000 millones) en salud y enseñanza, frente a solo 8.000 millones en estadios.
“Es absurdo decir que la organización del Mundial le quitó dinero a la educación”, aseguró Rousseff. El presupuesto de instrucción, agregó, pasó de $8.200 millones en el 2003 al equivalente de unos $50.000 millones en la actualidad.
Rousseff, quien pretende la reelección en octubre, afronta una caída en su popularidad que, según las previsiones, la obligaría a ir a una segunda ronda.
En el cortísimo plazo, enfrenta la posibilidad de protestas en diferentes ciudades donde se realizarán partidos.
Uno de los retos más serios era la amenaza de huelga durante la Copa de la Policía Federal. Para conjurarla, Rousseff decretó un alza salarial de 15,8% para ellos.
A pesar del panorama, parece que hay pocas dudas de que el fútbol hará olvidar a Brasil sus males... al menos por un mes.