Sao Paulo AFP Hartos de la corrupción de proporciones épicas en Petrobras, los precios que suben y el empleo que cae, casi medio millón de brasileños, vestidos con el verde y amarillo de la bandera nacional, se volcaron a las calles para exigir la salida de la presidenta Dilma Rousseff.
Hasta ahora, la tercera gran protesta contra el gobierno en seis meses –pacífica y en clima de carnaval– parece haber congregado a menos o igual número de manifestantes que ediciones anteriores: un balance del portal G1 informó de que unas 436.000 personas marcharon en 136 ciudades de Brasil, según la Policía, mientras los organizadores estimaron unas 704.000.
Pero estas cifras no contabilizan aún la manifestación que colmó gran parte de la avenida Paulista en São Paulo, centro económico de Brasil y su mayor ciudad, con 11 millones de habitantes, así como Rio de Janeiro y otras ciudades.
Agitando banderas de Brasil o vestidos con la camiseta verdeamarela de la selección de fútbol, los manifestantes cantaron el himno nacional, gritaron “¡Fuera PT!”, “¡Fuera Dilma!”, y levantaron pancartas de “No a la corrupción”, a raíz del colosal escándalo de sobornos que costó al menos $2.000 millones a la petrolera estatal Petrobras.
“Vamos a marchar hasta el fin. Hasta que la presidenta salga del Gobierno. Tiene que irse definitivamente y dejar este país en paz y libre de esa mafia del Partido de los Trabajadores”, dijo Patricia Soares, una funcionaria pública de 43 años en Brasilia, no lejos de un gigantesco muñeco inflable del expresidente Luiz Inacio Lula da Silva (2003-2010), vestido con un traje de rayas, de presidiario.
Por primera vez, el senador y líder de la oposición (PSDB, centro) Aecio Neves, que perdió en octubre el balotaje contra Rousseff por apenas 3 puntos porcentuales, participó en la protesta de Belo Horizonte (sureste) vestido con una camiseta Polo, amarilla.
“¡Basta de tanta corrupción! ¡Mi partido es Brasil!”, gritó Neves a los manifestantes. “Brasil despertó. Es el pueblo en la calle que permitirá la superación de la crisis. No este gobierno que no tiene más autoridad ni credibilidad”, dijo desde un camión.
Los organizadores esperaban superar la cifra de las protestas de marzo (entre un millón y tres millones, según diferentes cálculos). Otra protesta en abril convocó a unas 600.000 personas, según la policía.
En Río de Janeiro, decenas de miles colmaron la avenida Atlántica, frente a la célebre playa de Copacabana, en un perfecto día de sol. Algunos se manifestaban en bikini o shorts ; otros, cargando sus tablas de surf.
“Están saqueando Brasil”, lamentó Jorge Portugal, un jubilado de 63 años.
Los manifestantes piden la renuncia o el impeachment (destitución tras juicio político en el Congreso) de la presidenta de la sétima economía mundial, una opción que podría darse si el Tribunal de Cuentas juzga finalmente que usó, de manera indebida, fondos de bancos públicos para tapar agujeros en el presupuesto.
“Nuestro objetivo es cambiar Brasil. Ya no aguantamos más esta corrupción, los niveles de miseria y sufrimiento. No pueden haber millones de reales desviados al año”, dijo Rogerio Chequer, líder de Vem pra Rua (Ven a la calle), uno de los organizadores de las protestas, en São Paulo.
La Justicia brasileña examina, asimismo, si Rousseff financió su campaña con fondos ilegales provenientes de Petrobras, la mayor empresa de Brasil, lo cual podría terminar con una anulación de las elecciones del 2014.
“Las protestas no fueron tan fuertes, al menos no aumentaron. Está muy bien que la gente salga y proteste y hasta pida la salida de la presidenta, pero ¿para poner a quién?”, se preguntó el André Perfeito.
“En el empresariado y en la élite hay una idea de que sería aún peor si ella saliera”, estimó Perfeito en declaraciones a la AFP.
La mandataria de izquierda fue electa por primera vez en 2010, cuando Brasil creció un espectacular 7,5% y cautivó al mundo sacando de la pobreza a más de 40 millones de personas. La población total de Brasil es de 202 millones de habitantes.
Pero hoy, a siete meses de haber comenzado su segundo mandato, su popularidad ha caído a cifras de un dígito tras cuatro años de frágil o nulo crecimiento económico y la confabulación en Petrobras.
Rousseff, exguerrillera que luchó contra la dictadura, se aferra a su silla en el palacio de Planalto: “No voy a caer”, dice.