Leópolis. El lugar exacto es un secreto. En Leópolis, en el oeste de Ucrania, entusiastas aficionados fabrican de manera discreta drones letales destinados a ser utilizados en la guerra contra Rusia. Sobre una mesa repleta de objetos, está colocada la estructura en forma de gran X de un dron, rodeada de hélices de plástico y bolsas de pequeños tornillos.
El dron debería estar listo para volar pronto, cargado con una granada antitanque del tamaño de una botella de vino y capaz de perforar un blindado ruso. Otros dos artefactos ya están equipados de hélices y de compartimentos para bombas miniatura para atacar a la infantería rusa y ayudar a los ucranianos que defienden el norte y el sur del país.
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Otro, del tamaño de un ave de presa y con forma de bombardero furtivo, será utilizado por la artillería para misiones de reconocimiento, identificando objetivos a atacar. Desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania, el colectivo Nebesna Kara (“Castigo celeste”) fabricó al menos cuarenta drones de este tipo para el Ejército ucraniano.
Antes de la guerra, sus seis miembros eran amigos que frecuentaban círculos de drones de competición. “Desgraciadamente todo ha cambiado”, dijo Alex, uno de los seis, que prefiere no dar a conocer su apellido por cuestiones de seguridad.
Los expertos estiman que las fuerzas ucranianas carecen de hombres y armas frente al Ejército ruso. Pero su defensa obstinada, basada en el conocimiento del terreno, sus ataques relámpago y el recurso al sabotaje tecnológico, hacen maravillas.
Al inicio de la invasión, la capital Kiev parecía que caería rápidamente en manos de una gigantesca columna de blindados rusos de 65 kilómetros de largo que avanzaba desde el norte del país. Equipos móviles armados de drones desempeñaron un papel clave para contrarrestar esta ofensiva, al identificar blancos para ataques aéreos, obligando al convoy a dispersarse.
“Es una técnica para el reconocimiento y la precisión de los disparos de artillería”, explicó otro miembro del colectivo, Dmitri, quien también prefiere no revelar su apellido. “Actualmente hay una fuerte demanda de esos equipamientos subversivos”, aseguró.
El colectivo, que funciona también con la ayuda de 10 "miembros consejeros" y cuenta con los conocimientos de 877 aficionados a través de una mensajería en línea, recibe pedidos de especialistas militares en zonas de conflicto.
Sus creaciones voladoras dignas del doctor Frankenstein son elaboradas a partir de modelos de venta libre, piezas fabricadas con una impresora 3D y componentes conseguidos en un minorista chino en línea. El Ejército ucraniano pidió donaciones para ayudar a la defensa del país. Naciones extranjeras enviaron grandes cantidades de “ayuda letal” y a los ciudadanos se los invitó a realizar una contribución financiera.
Según Alex, el programa de drones en miniatura funciona de manera similar. Los especialistas les indican cómo hacer operar el dron y ellos se encargan de fabricarlo a medida gracias a financiamientos participativos. Dmitri mostró en su teléfono un video filmado desde un dron que pasa zumbando a los largo de una trinchera rusa y revela las posiciones de fuerzas disimuladas en el campo.
“Si usted tiene un piloto acostumbrado a operar este tipo de artefacto, puede pasar sobre la trinchera y en cinco minutos tendrá toda al información que necesita”, aseguró Alex. “Un iPhone cuesta más caro que este tipo de equipo”, comparó.
En una esquina del taller de fabricación, hay paquetes con drones y de piezas de repuesto. Uno debe partir a Mikolaiv, donde un misil cayó el martes en el edificio de la administración regional matando a 30 personas.
Listo para ser enviado, está acompañado de una nota escrita en una hoja roja y azul, destinada al piloto ucraniano, pero quizás también a las fuerzas rusas apostadas en las afueras de la ciudad. “Besos grandes de Nebesna Kara”, escribieron en la nota.