Tel Aviv. AFP. Varios autos están estacionados en doble o triple fila frente a una de las principales armerías de la ciudad de Tel Aviv. En el mostrador de esta pequeña tienda, los clientes se abren paso a codazos.
Ante la multiplicación de atentados palestinos, cada vez más israelíes deciden armarse. La nueva ola de violencia ha causado, desde el 1.° de octubre, siete fallecidos entre los israelíes y unos 30 entre los palestinos, entre ellos varios autores de ataques cometidos sobre todo con arma blanca.
Uno de los clientes de la armería se marcha con un paquete de balas en un bolsillo de su mochila. No se molestó ni en quitarse el casco de la moto o interrumpir su conversación telefónica para encargar y pagar las municiones.
“La última vez que tuvimos a tanta gente fue, quizá, en los años de 1970. Un estrés semejante y tanto pánico nunca lo había visto”, comenta el gerente de esta empresa familiar, Iftash Ben Yehuda, de 37 años. Ante una demanda que considera cuatro veces superior a lo normal, raciona algunos artículos.
“Hay escasez de bombas lacrimógenas desde hace varios días en el país. Por eso no vendo más de dos por cliente”.
Las armas de fuego de los modelos Smith & Wesson, Glock y Jericho (una marca israelí), que cuestan entre 400 y 800 euros, son las más solicitadas, afirma.
El comerciante ha decidido dejar de cobrar las sesiones de entrenamiento de tiro para “participar en el esfuerzo de seguridad pública”.
“Cuando hay un ataque con cuchillo o un tiroteo, un civil armado, si está bien entrenado o logra neutralizar al terrorista en unos segundos, puede cambiar la situación y marcar la diferencia entre un atentado que causa uno o dos heridos y un atentado que provoca varios muertos”, afirma.
“Si no controla, puede causar más daño que otra cosa”, advierte.
La legislación israelí estipula que salvo las fuerzas de seguridad, solo los civiles que viven o trabajan en zonas consideradas peligrosas, como las colonias de Cisjordania y Jerusalén, o que trabajan en la seguridad privada están autorizados a llevar armas de fuego.
Alrededor de 260.000 israelíes de entre 8,5 millones de habitantes, tienen permiso para portar armas. La ola de violencia ha hecho que aumenten las solicitudes.
Los israelíes parecen haber hecho caso de los llamamientos de varios responsables a permanecer “en estado de alerta” y “vigilancia”.
Se ha pedido a los guardias de seguridad que no dejen sus armas en los lugares de trabajo, y a los civiles con licencia de arma que la lleven bien visible.
El alcalde judío de Jerusalén, Nir Barkat, ha dado ejemplo. Este antiguo paracaidista conduce su todoterreno con el arma en bandolera.
En la Cisjordania ocupada, una mayoría de colonos, hombres y mujeres, la llevan en la cintura, en cuanto cruzan la barrera y la alambrada que rodean su asentamiento.
“La semana pasada, cuando mi vecina fue atacada por jóvenes palestinos encapuchados que lanzaron bloques de piedra contra su coche y el ejército tardó 20 minutos en llegar, me dije: ‘Ok, ahora es el momento de sacar la Glock de la caja fuerte’”, explica Aviva Yisraeli, una mujer que vive en Tekoa, colonia del sur de Cisjordania.
Desde entonces -cuenta- no se pone al volante sin su arma colocada sobre el muslo.
Unos llamamientos que suscitan preocupación. La abogada Smadar Ben Natan, una de las jefas de filas de una coalición de asociaciones contra las armas, afirma que en diez años se había logrado reducir a la mitad el número de particulares en posesión de armas en el país. “No convendría que estas políticas se pongan en entredicho por una situación provisional”, dijo.
A largo plazo, es evidente que más armas significa más peligro, advierte la abogada, citando como ejemplo al judío que apuñaló a otro el martes confundiéndolo con un árabe.