Járkov. Aturdida en plena calle, Svitlana Peleligina observa los restos de su edificio de apartamentos destruido por la última salva de bombardeos en Járkov, la segunda ciudad de Ucrania. “Toda la casa retumbó y tembló”, afirmó el domingo esta mujer de 71 años. “Aquí todo empezó a arder”.
“Llamé a los bomberos. Dijeron: ‘Estamos en camino, pero también nos están bombardeando’”, recordó. Según las autoridades, cinco personas murieron y 13 resultaron heridas en los últimos bombardeos en Járkov, a solo 21 kilómetros de la frontera con Rusia.
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Desde que el presidente ruso Vladímir Putin suspendió su ofensiva en el norte de Ucrania para tomar Kiev, sus esfuerzos militares se centran ahora en el este del país. Járkov es uno de los puntos estratégicos que ahora está siendo bombardeado casi a diario por las tropas rusas, concentradas a las puertas de la ciudad.
“¿Sabe cuando un perro oye un ‘bum’ y todo su cuerpo se pone a temblar aunque el ruido esté lejos? Ahora estoy así”, dijo Zinaida Nestrizhenko, de 69 años, acurrucada junto a una carretera con su gato, que logró rescatar de su casa. “Todo, cada parte de mí está temblando”, aseguró.
El domingo periodistas de la AFP en el lugar escucharon dos ráfagas de bombardeos y luego vieron cinco incendios diferentes en bloques de apartamentos con comercios en la planta baja, en lo que había sido un apacible distrito del centro de la ciudad.
Todos los edificios gubernamentales de los alrededores quedaron destruidos por anteriores ataques aéreos rusos contra la ciudad asediada, en la que vivían 1,4 millones de personas antes de la guerra. Un funcionario aseveró el domingo que una flota de 33 vehículos de rescate fue enviada con 150 bomberos a más de 15 direcciones en toda la ciudad, después una llamada de emergencia hacia las 2:00 p.m.
Poco después de las explosiones, camiones de bomberos de color rojo cereza se desplazaban en todas direcciones mientras los peatones y los coches se dispersaban presas del pánico. Las calles quedaron llenas de vidrios rotos y techos destruidos por la fuerza de las detonaciones.
En cada esquina parecía haber un nuevo lugar que atender para los equipos de rescate, que desenredaban frenéticamente las mangueras y las conectaban con las bombas de agua. Los equipos de rescate treparon por una escalera altísima para abrir una puerta y acceder a un tejado afectado por la explosión.
A través del agujero en ese tejado se podía ver a los bomberos trabajando febrilmente en otra casa destruida al final de la calle. Cerca de allí, un abrigo marrón yacía en la acera, teñido de rojo por la sangre acumulada en la calle, mezclada con el agua de lluvia que empapó la ciudad durante un intenso aguacero.
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