Siracusa, Sicilia. A unos 80 kilómetros de la costa suroriental de Sicilia, apareció la embarcación de refugiados, primero como un punto gris en el horizonte, subiendo o bajando con la agitación del Mediterráneo. Luego, conforme un buque de la guardia costera italiano se acercaba, el pequeño bote quedó a plena vista, al igual que la tenue figura de un hombre, parado en la proa, ondeando una manta blanca.
A la deriva en el mar, la embarcación se balanceaba con unos 150 sirios que huían de la guerra. Contrabandistas los habían dejado solos con un teléfono satelital y un número de urgencias en Italia: sálvenos, les rogaron a los italianos antes de que dejara de funcionar el teléfono. Nos perdimos.
El capitán Roberto Mangione gritó para que todos permanecieran en calma, mientras colocaba su barco de la guardia costera junto al inclinado arrastrero. Los sirios, pálidos y atormentados, empezaron a aplaudir. Llevaban seis días en el mar, bebiendo agua fétida y aguantando una tormenta aterradora. Una mujer llamada Abeer, aturdida y agotada, pensó: la salvación, por fin.
“No me quedaba nada en Siria”, explicó después de abordar el bote de rescate. Había huido con su esposo y tres hijos adolescentes. “Vinimos a Europa con nada, salvo por nosotros mismos”.
Una huida difícil. El éxodo sirio se ha convertido en una de las crisis mundiales de refugiados más graves de las últimas décadas. Más de dos millones de personas han huido de la guerra civil siria, la mayoría se ha reubicado en Jordania, Turquía y Líbano. Sin embargo, a partir de este verano, los refugiados también empezaron a llegar a Europa en lo que se convirtió durante muchas semanas en una crisis humanitaria en el Mediterráneo. En cinco meses, la guardia costera de Italia rescató a miles de sirios, mientras cientos de otros emigrantes, incluidos muchos sirios, morían en dos grandes naufragios en octubre.
Para muchos, arribar a Europa apenas era el comienzo de otro difícil viaje. Tras poner en riesgo la vida con la esperanza de asentarse en el próspero norte de Europa, muchos sirios se quedaron atrapados en el sur: viviendo ilegalmente en Italia y escondiéndose de la policía, mientras trataban de pasar a hurtadillas cerca de los guardias fronterizos para viajar al norte y solicitar asilo.
Los sirios empezaron a llegar en agosto a Milán, la capital financiera de Italia y un centro de tránsito cerca de su frontera norte, y siguieron llegando hasta noviembre, mientras los refugiados se cobijaban en la estación central del ferrocarril, planteándoles a los funcionarios locales un dilema: ¿se los ayudaba o se los aprehendía?
“Es una emergencia humanitaria”, señaló Pierfrancesco Majorino, un concejal de Milán, a finales de octubre.
Las políticas más generales sobre inmigración y asilo de Europa siguen minadas de contradicciones. Este año, Alemania y Suecia prometieron generosos beneficios y asilo a los refugiados sirios, lo que inspiró a miles de ellos a pagar cuotas exorbitantes a contrabandistas para realizar el peligroso viaje por el Mediterráneo.
No obstante, al llegar a Italia, la entrada a Europa, los sirios quedan atrapados en la burocracia: la ley europea manda a que la policía les tome las huellas dactilares y los registre de inmediato como refugiados en Italia, y quienes buscan asilo deben presentar la solicitud en el país donde les tomaron las huellas y los registraron primero.
Son pocos los sirios que quieren permanecer en Italia, donde la economía está atascada en la recesión y los beneficios para los inmigrantes son magros. Una vez que les tomaron las huellas, aun si llegan al norte, a Suecia o Alemania, los pueden regresar a Italia.
Como la mayoría de los sirios entrevistados para este artículo, Abeer pidió que sólo se la identificara con un nombre, por temor a decir cualquier cosa que pudiera provocar represalias a los familiares que siguen en Siria.
Después de que los rescataron, planeaban salir rápidamente de Italia rumbo a Suecia. En cambio, pasaron un mes de un lado para el otro en Italia, juntando dinero desesperadamente para el viaje al norte.
“Pensé que las cosas iban a ser más fáciles”, dijo después en un parque en Milán. “Sin embargo no fue así. Se han empezado a desvanecer nuestros sueños”.
Rescate en el mar. La tormenta golpeó al segundo día. La lluvia cayó sobre el barco de refugiados, mientras los fuertes vientos lo movían hacia arriba y hacia abajo, siguiendo las líneas de las elevadas olas. No había tierra a la vista por ninguna parte. Las personas tenían arcadas por el mareo.
La familia de Abeer salió de Siria el 13 de setiembre, destrozada por la guerra. Ella empezó a vender cosas (anillos, un collar, una computadora portátil, su teléfono celular). Sus parientes y amigos mandaron dinero hasta que juntó 11.000 dólares.
La familia de Abeer voló a Egipto y rápidamente los metieron en un barquito en la oscuridad de las primeras horas de la mañana, mientras los maldecían los contrabandistas: “Nos amenazaban todo el tiempo”, contó Abeer.
Por razones de proximidad, la mayoría de los sirios viajan por Egipto en lugar de Libia, y muchos de los que llegan a Europa son de clase media. En entrevistas con docenas de sirios en Italia, varios dijeron que habían descartado Jordania, Líbano o Turquía porque Europa ofrece el potencial de oportunidades para profesionales y estilos de vida similares a los que dejaron atrás.
Los contrabandistas abandonaron el barco de Abeer al quinto día, y les prometieron que alcanzarían tierra en tres horas. Sin embargo, ya habían pasado 15 horas y la gente se desesperaba cada vez más. Abeer, totalmente agotada, dijo que había comenzado a contemplar el suicido.
Luego, a la distancia, divisaron el barco italiano de rescate. Sin embargo, conforme se acercaba, los sirios también recordaban: nada de huellas dactilares en Italia.
Puños apretados. Día o noche, conforme los refugiados han ido llegando a Siracusa en todo el verano y el principio del otoño, hasta los turistas en los cafés al aire libre han sucumbido al espectáculo. Algunas noches, apoyándose contra la barda provisional en el muelle, toman fotografías y miran en silencio a los sirios que se tambalean al desembarcar de los botes de rescate de la guardia costera.
Horas después de que llegan los refugiados al muelle, se manda a que los policías y los agentes aduanales tomen las huellas dactilares de cada persona y las registren en una base de datos que incluye a toda Europa. Muchas veces, los sirios cierran los puños negándose a revelar las puntas de los dedos. En algunos casos, se han quejado de que los policías los obligaron a rendirse y que hasta los golpearon.
Se suponía que Abeer representaba a su grupo ante las autoridades italianas. En Siria, había dado clases de inglés en un asentamiento palestino y supuso que podría comunicarse con las autoridades en Sicilia. Sin embargo, en el muelle, la llevaron de prisa a un hospital porque casi se desmaya por el agotamiento. Cuando regresó, la policía sostenía una tensa confrontación con un grupo de sirios porque había tomado a la fuerza las huellas dactilares de 20 personas.
“Fui a la reja y pregunté por el oficial de la policía”, contó. “El dijo: 'Está bien, le prometo que no voy a obligar a nadie más’. Fueron muy amables. Nos llevaron comida, abrigos y leche”. Y se detuvo la toma de huellas.
Escape de Italia. El 18 de octubre, un viernes, las familias se entretenían en unas bancas dentro de un parque en las afueras de Milán, mientras los niños corrían en círculos. Solo poco a poco fue quedando claro que la mayoría de las personas en el parque eran sirios, incluida Abeer y su familia.
Funcionarios en Milán, en lugar de aprehenderlos, decidieron ayudarlos estableciendo un “corredor humanitario” no oficial, arreglando duchas en beneficencias católicas y asignando, incluso, habitaciones en refugios locales para indigentes. Al preguntársele si se acataba la ley italiana al dar albergue a inmigrantes ilegales, Majorino, el concejal, se rió.
La oportunidad de escapar de Italia llegó inesperadamente a la familia de Abeer. Un contacto en Alemania estuvo de acuerdo en recogerlos en coche y llevarlos a Dortmund. Sin embargo, sólo cabían ella y sus tres hijos. Su esposo tendría que permanecer en Milán y encontrar otra forma de viajar al norte.
El coche llegó a Milán el 25 de octubre. Dos días después, tras desviarse por Francia, arribaron a Alemania. Luego, después de unos días más, abordaron un autobús y luego un tren a Suecia. El viaje se llevó 32 horas, pero lo lograron. Y el esposo de Abeer también encontró pasaje seguro.
Al presentarse ante las autoridades suecas, la familia finalmente permitió que le tomaran las huellas dactilares. Para noviembre, habían iniciado el trámite de los permisos de residencia, el primer paso en la construcción de una vida nueva.
“Anhelamos tener una habitación, no una casa”, dijo antes de abandonar Milán. “Abrir la puerta, cerrar la puerta. Volver a ser una familia”.