Brasilia
Dilma Rousseff dijo que resistiría y lo hizo, aunque su sentencia estaba escrita. Desde el miércoles dejó de ser presidenta de Brasil para comenzar un exilio político que espera termine con el reconocimiento de la historia.
Su retrato pasará ahora a formar parte de forma precoz de la galería de presidentes del palacio de Planalto, al lado del de Lula, su antecesor y mentor político.
"No esperen de mí el silencio de los cobardes", advirtió, seria y combativa, al encarar su defensa "con la cabeza erguida" ante los senadores que la juzgaron y condenaron.
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Fue la misma cara desafiante con la que enfrentó un tribunal militar hace 46 años, cuando fue condenada por guerrillera. Una fotografía en blanco y negro es testimonio de aquellos tiempos oscuros, en los que fue torturada.
"No puedo dejar de sentir en la boca, nuevamente, el sabor áspero y amargo de la injusticia", manifestó esta mujer.
Aunque en este caso, "no hubo prisión ilegal, no hubo tortura y este jurado llegó aquí con el mismo voto popular que me condujo a la presidencia", dijo.
Acusada de maquillar las cuentas públicas para esconder el caos económico en el que se encuentra Brasil, Rousseff aseguró hasta el final que es inocente.
Caída inevitable
Pero la decisión estaba en manos del Senado, al que no le tembló el pulso para destituirla. Cometió el fatal error de quemar todos sus puentes con el legislativo que construyó Lula.
En Brasilia siempre se dijo que Rousseff mandaba, no negociaba. Sus simpatizantes afirman que esa actitud es de determinación; sus críticos, de arrogancia.
En cualquier caso, el precio fue alto.
Posición férrea
Con todo, desde que inició este proceso, Rousseff se mostró inquebrantable, en público y en su círculo más íntimo.
"La veo muy pero muy fuerte, el impeachment le dio también ganancia, creció como política y como mujer. Ha crecido, se ha fortalecido", dijo a la AFP una fuente cercana a la mandataria.
No derramó una lágrima en todos estos meses. Y no es que no se le haya visto llorar en los seis años que ocupó el despacho presidencial: lo hizo, por ejemplo, cuando recibió el informe final de la Comisión de la Verdad, que confirmó 434 muertos o desaparecidos durante la dictadura militar (1964-1985), de la que fue una víctima.
"Papisa de la subversión" la llamó el juez que la condenó a prisión por pertenecer a un grupo armado clandestino, responsable de asesinatos y robos bancarios. Tenía tan solo 22 años.
Y aunque su participación en la lucha armada está envuelta en una nebulosa, la mayoría de los informes coinciden en que no estuvo involucrada directamente en operaciones de comando ni en asesinatos.
Rousseff deja la presidencia con una aprobación en mínimos históricos y con un gobierno golpeado por el megaescándalo de corrupción en la estatal Petrobras, por el que fueron arrestados varios políticos de su partido y por el que el propio Lula está en la mira de la Justicia.
Qué lejos quedó el Brasil de hace seis años, cuando Dilma Rousseff recibió la banda presidencial y heredó la abrumadora popularidad de su padrino y un país pujante, reconocido como una de las economías emergentes más importantes del globo y un modelo de cómo reducir la pobreza.
Tomó el gobierno de la mano de Michel Temer, el compañero de fórmula que asume ahora el poder de Brasil, poniendo fin a una era de 13 años de izquierda con el Partido de los Trabajadores (PT) en el gigante sudamericano.
A Rousseff no le tiembla la voz cuando asegura que fue blanco de un "golpe" liderado por este político conservador de 75 años, devenido en su más acérrimo enemigo.
El impeachment es la "elección indirecta de un gobierno usurpador", sostuvo en su último discurso como presidenta esta mujer, hija de un inmigrante búlgaro y una maestra de escuela.
Y parte ahora a Porto Alegre (sur), donde viven su hija y nietos, abandonando la residencia presidencial de Alvorada, donde estuvo "desterrada" durante su suspensión, pero también donde mostró una cara más humana, diferente a la de tecnócrata severa que le dio el título de "dama de hierro" desde sus tiempos de ministra de Lula.
Más presente en redes sociales, que antes solo usaba en tiempos de campaña, Rousseff se unió a sus seguidores y se mostró más cómoda en actos políticos, algo que nunca fue su fuerte.
La fortaleza que ha mostrado hasta ahora será claves para encarar lo que ella misma llamó una "pena de muerte política".