En la selva del Chocó, Colombia. Anochece en la selva más lluviosa de Colombia. El campamento está en tinieblas, los fusiles a la mano y los botes cerca. Los bombardeos militares han cercenado sus fuerzas y obligado a que se muevan con más frecuencia y menos tropa. Así sobrevive el ELN, la última guerrilla de América.
Han pasado 55 años desde su levantamiento en armas, el 4 de julio de 1964, y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), sigue ahí: sin vencer ni conceder la derrota. Su adversario es más poderoso que antes, pero la nueva generación de mandos reivindica la "guerra abierta contra el Estado".
"Varias veces hemos escuchado a presidentes, líderes paramilitares poniendo fecha a la derrota de la guerrilla y seguimos vigentes 55 años después", afirma el comandante Uriel, quien apenas sobrepasa los 40 y encabeza el Frente de Guerra Occidental.
Diezmado en distintas épocas, el ELN ahora tiene 2.300 combatientes contra los 1.800 que contabilizaba la inteligencia oficial en el 2017. Un ejército pequeño, resistido por la mayoría en Colombia, frente a los 265.000 efectivos de las Fuerzas Militares, sin contar la Policía.
Además de tropa, cuenta con una extensa red de apoyo en centros urbanos y se financia con los recursos del secuestro, la extorsión y de los narcos y demás traficantes que le pagan el "impuesto revolucionario" en sus zonas de dominio. Entre sus blancos frecuentes está la industria petrolera.
La AFP llegó hasta un campamento rebelde tras la ruptura, en enero, de las negociaciones de paz que sostenía el ELN desde el 2017 con el presidente Juan Manuel Santos (2010-2018).
Su sucesor, Iván Duque, sepultó las pláticas tras un atentado con coche-bomba en una academia policial en Bogotá que dejó 22 cadetes muertos, además del agresor.
Los últimos ataques aéreos militares dejan una huella visible en las filas rebeldes.
Las bombas direccionadas por chips ocultos por “el enemigo” en mochilas, botas o provisiones, han conseguido violentar una fortaleza del ELN: el bosque tropical húmedo del Chocó, un departamento de mayoría afrocaribeña y con poblados indígenas sobre el Pacífico, castigado por la pobreza, el desplazamiento y el abandono estatal.
Según cuentas de la guerrilla, desde el 2012 han sido 11 bombardeos con 25 muertos y decenas de heridos y mutilados en el Frente de Guerra Occidental. Una gota en un mar de sangre. En casi seis décadas de conflicto armado son más de ocho millones los muertos, desaparecidos, mutilados y desplazados por las acciones de las guerrillas, paramilitares y las fuerzas del Estado.
Jeiner tenía 20 años cuando hace dos perdió el brazo izquierdo. Comenzaba a oscurecer y este guerrillero recuerda que corrió herido, desorientado, antes de quedar tendido por otra explosión.
"Fueron seis bombas, la última me agarró a mí. Me privó (durmió) de una vez, cuando volví en sí y el brazo... nada, no había".
Junto a Jeiner, Jeifer (34 años) pelea sin un ojo; David (22) sin los dedos de una mano y Óscar se apoya en una prótesis tras perder la pierna izquierda.
Guerreros recién incorporados se están entrenando en esta selva de ríos caudalosos. Son negros e indígenas voluntarios y ninguno tiene menos de 16 años, subraya el ELN. Las autoridades denuncian, en cambio, el reclutamiento de menores a la fuerza.
La llegada de estos nuevos combatientes prolongan la vida del ELN y aplazan la extinción del último conflicto armado en el continente.
"Hay guerra para rato", advierte el comandante Uriel.
Caldo de cultivo
En Quibdó, la capital de Chocó, el desempleo casi duplica la tasa nacional de desocupación que ronda el 11%. También es la ciudad más pobre por ingresos del país.
El ELN se nutre de esta situación. "Ingresan muchos muchachos. Esta es la única oportunidad que tienen", explica Yesenia, una de las responsables del Frente Che Guevara al mando de Uriel.
Surgido en la Guerra Fría, esta organización dio su primer golpe militar en 1965 con revólveres viejos, carabinas y escopetas de cacería.
Un año antes, un puñado de hombres entrenados en Cuba se propuso organizar la revolución socialista en Colombia, un país gobernado históricamente por élites liberales y conservadoras, con largo historial de violencia política y que además lidia con el narcotráfico desde los años 80.
Aunque fracasó, tampoco ha dado su brazo a torcer. "A una guerrilla se le puede debilitar; se le puede ganar terreno, se le pueden constreñir las zonas, pero a un pueblo en armas no se le derrota", sostiene Uriel.
Considerado un grupo “terrorista” por Estados Unidos, la Unión Europea y el gobierno de Duque, el ELN es el último grupo rebelde activo en América tras la disolución de las FARC, que firmaron la paz en el 2016 y desarmaron a 7.000 combatientes antes de convertirse en partido.
Los “elenos” negociaron su propio acuerdo, pero el diálogo fracasó y pasaron a ser el enemigo público número uno aunque solo operen en el 10% de los 1.100 municipios colombianos.
En Chocó libran una guerra de guerrillas en condiciones especiales. En esta selva espesa donde se trafica con madera, cocaína, oro y platino se mueven a pie o en botes con motores fuera de borda.
Y lo hacen en pequeños grupos desde que comenzaron los bombardeos y desembarcos de comandos militares que se internan por días en la jungla antes de asaltar las riberas. "Son letales", reconocen los guerrilleros.
De ahí que ningún destacamento (15 miembros) se quede más de cuatro noches en el mismo sitio. “Son medidas preventivas, porque durante un bombardeo no hay nada que hacer”, expresa Uriel.
A raíz de tanto movimiento -enfatiza- "se ha trastocado la vida guerrillera como la conocimos. Se pierde formación (política), pero se salvan vidas".
En sus orígenes el ELN estuvo bajo el influjo de la Revolución cubana y de la Teología de la Liberación, una corriente contestaria dentro de la Iglesia católica. Entre sus cuadros hay universitarios que todavía alientan ideas marxistas-leninistas y según sus líderes en el Chocó, muchos de sus combatientes llegan sin saber leer o escribir.
Los jóvenes - dicen los más veteranos - comienzan a "defender ideales" después de saciarse y convertirse en guerreros.
Atención a los bombardeos
Yesenia, con 39 años y 22 en la guerrilla, apenas presta atención al rumor que llega de lo alto. Después de “tanto bombardeo”, los “elenos” aprendieron a distinguir un sobrevuelo militar.
Para la Flaca, como prefiere ser llamada, es el primer aviso. Si persisten los sobrevuelos dará la orden de levantar el campamento. De todas formas -matiza- el plan es irse pronto.
Yesenia llegó hace dos días con una docena de hombres y tres mujeres armados con fusiles Galil, M-16, Ak-47, R-15,.50 y un rifle .30.
Cuando puede, el ELN levanta carpas y se aprovisiona directamente en los caseríos. Las comunidades ribereñas se acostumbraron a su presencia. Son ellos los que imponen las reglas de convivencia y los castigos por incumplirlas.
Antes se disputaban el control territorial con las FARC, pero con el desarme de los "compas" -como les dicen-, el ELN se quedó enfrentando al ejército, las disidencias del primer grupo y bandas armadas del narcotráfico.
Los combates destapan el miedo. Entre el 2017 y el 2018 hubo 21.100 desplazados en Chocó, según el registro oficial de víctimas. Y puede que más pobladores huyan dentro de poco.
Según Uriel, las disidencias preparan una avanzada con 70 hombres y el choque parece inevitable.
Yesenia, entretanto, disfruta sus últimas horas de reposo aferrada al mantra de las guerrillas clásicas. “El que se mueve más rápido gana. Y nosotros nos hemos sabido mover”.