Moscú
Luego de 15 meses de intervención en Siria donde aparecía como jefe de guerra, Vladimir Putin se presenta ahora como pacificador en este país en conflicto, aprovechando la participación de Turquía y la retirada de Estados Unidos.
El presidente ruso fue el primero en anunciar el jueves por la noche la tregua y las próximas negociaciones de paz entre el régimen de Damasco y los rebeldes, y se convirtió una vez más en un interlocutor clave del conflicto.
Así es como Rusia logró imponer sus condiciones y lo que significa para las otras partes implicadas:
Tras el inicio de su intervención militar en setiembre de 2015 para apoyar al presidente Bashar Al Asad, Rusia se ha convertido en una pieza imprescindible en el conflicto sirio.
La tregua negociada con Turquía, y sin la participación de Estados Unidos, tiene lugar una semana después de la conquista total por el ejército sirio de la segunda ciudad del país, Alepo, su victoria más importante desde el inicio de la guerra, en 2011.
En poco más de un año, Vladimir Putin logró no solo salvar a Bashar al Asad sino imponer su dominio en una "Siria útil", articulada alrededor de las tres principales ciudades del país, Damasco, Homs y Alepo.
"Siria ha sido dividida en zonas de influencia y Rusia se posiciona como mediadora", resume Alexei Malashenko, analista en el centro Carnegie en Moscú.
Actualmente, el presidente ruso parece querer presentarse como un pacificador: después del anuncio de la retirada parcial de las fuerzas rusas en Siria, están previstas negociaciones de paz en Astana entre el régimen y los grupos de oposición.
Esta reunión en Kazajistán precederá las negociaciones intersirias auspiciadas por la ONU, previstas para el 8 de febrero en Ginebra, en las que el régimen de Damasco podrá presentarse en una posición dominante tras la toma de Alepo.
Turquía, miembro de la OTAN y aliado tradicional de Estados Unidos en Oriente Medio, ha actuado en estos últimos meses de una forma totalmente inesperada distanciándose de Washington para negociar directamente con los aliados de Damasco, Rusia e Irán.
Principal apoyo de la oposición siria, Ankara todavía insiste en la salida de Bashar al Asad como condición sine qua non para una paz duradera en Siria. Pero su retórica se ha suavizado después de reanudar las relaciones con Moscú, tras casi un año de crisis.
En agosto, el primer ministro turco, Binali Yildirim, afirmó que Al Asad era "uno de los actores" de Siria y podría permanecer de forma provisional.
Mientras los rebeldes que apoyaba Ankara perdieron la batalla de Alepo, la tregua permite que Turquía presente este fracaso como un triunfo diplomático.
El objetivo del presidente turco Recep Tayyip Erdogan en Siria es sobre todo impedir la aparición de una región autónoma kurda en el norte del país, en la frontera con Turquía, donde lanzó una ofensiva militar a finales de agosto.
Muy activas en la lucha contra el grupo Estado Islámico (EI), las milicias kurdas están consideradas como "terroristas" por Ankara.
Washington es el gran ausente en estos últimos esfuerzos para alcanzar una solución en Siria. La administración estadounidense se ha ido desentendiendo de la situación, antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, para acabar siendo excluida en el proceso orquestado por Moscú, Ankara y Teherán.
La diplomacia rusa siempre ha reprochado a Estados Unidos su incapacidad para obligar a los rebeldes a distanciarse de los yihadistas.
"La administración estadounidense actual es percibida como si no tuviera importancia (por las otras partes implicadas) porque ha sido incapaz" en Siria de hacer avanzar el proceso, estima Clifford May, de la Fundación por la defensa de las democracias. "Gente como Putin no se toma en serio al presidente Obama", añade.
Su sucesor en la Casa Blanca, Donald Trump, parece desconfiar más de la oposición siria y estima que las tropas del régimen son eficaces en la lucha contra el EI.