Ciudad de México
Del paisaje apocalíptico que quedó en Ciudad de México tras el fuerte sismo del martes, surgen luchadores enmascarados repartiendo fuerza y ánimo a los habitantes, brigadas nocturnas de ciclistas transportando víveres y hasta un heroico rescatista discapacitado, coloreando la tragedia de un esperanzador realismo mágico.
Las horas que siguieron al terremoto de 7,1 grados fueron de histeria, llanto y angustia. Muchos edificios se convertían en polvo dejando a personas y animales atrapados entre los escombros, y minando las calles de fugas de gas, derrumbes y postes eléctricos caídos.
Muy pronto, entre la tragedia, surgió el espíritu solidario que ha caracterizado a los mexicanos cada vez que enfrentan una catástrofe natural.
Pero más allá de la previsible donación de víveres y medicinas, hay quienes llevan sus fuerzas e imaginación al límite, inyectando ánimo, esperanza y hasta alegría a los habitantes, aún traumatizados por la tragedia que hasta el momento se ha cobrado más de 300 vidas
En la pintoresca y céntrica zona Roma-Condesa de la capital, donde muchos edificios se desplomaron, aparecieron dos luchadores antagónicos: Patán, un villano de máscara negra con los ojos de fuego, y Súper Ciudadano, héroe de máscara blanca.
Flexionando sus brazos para mostrar sus poderosos músculos, los enmascarados hacen reír a niños cuyas casas sufrieron afectaciones o cuyos padres partieron a ofrecer ayuda como voluntarios.
Se trata de representar "una lucha del bien contra el mal (...) Demostrar que si eres malo no consigues muchas cosas y que puedes dejar de ser un patán y volverte un superciudadano. Invitamos a la gente a hacer las cosas positivas", dice Patán, quien retaba a los pasantes a un concurso de fuerzas.
A unos cuantos metros, una mesa está repleta de osos de peluche, muñecas y soldaditos, todos juguetes donados para los niños.
"Buscamos que se salgan un poco de la situación y que vivan una realidad diferente, aunque no podemos engañar a nadie ni tapar el sol con un dedo", comenta el fornido Patán, mientras una mujer reparte chocolates entre los pequeños.
Solidaridad sin obstáculos. Los mexicanos se conmovieron ante la imagen de un joven en silla de ruedas quien puso manos a la obra para remover escombros.
Empujando las ruedas de su silla, el joven se inclina para recoger las piedras y restos en las zonas devastadas, almacenándolas en un costal atado a su espalda.
Otro héroe discapacitado fue un hombre sin una pierna que aparece hincado entre los escombros, trabajando con sus muletas y completamente cubierto de tierra, sudor y polvo.
En un tono distinto, un enjambre de ciclistas se desliza -día y noche- por las calles de la capital, esquivando bloqueos por derrumbes y zonas acordonadas. Gracias a Zello, una aplicación móvil de walkie-talkie, atienden en tiempo real solicitudes de agua, alimentos o medicamentos en puntos determinados de la ciudad.
"Nos dimos cuenta que hay partes de la ciudad que están cerradas, por las que ni una moto puede pasar. Entonces decidimos sacar la bici y la mochila grande para meter todo lo que quepa", dice Juan Islas, un mensajero de 37 años equipado de casco, una bocina portátil para escuchar los mensajes radio y una pañoleta para cubrirse la nariz.
Antonio Boni, otro amante del ciclismo de 38 años, salió a las calles desde las primeras horas después del sismo y trabajó hasta la madrugada del día siguiente removiendo escombros.
"Llevaba mi casco con lámpara porque no había luz, aún no llegaban los transformadores eléctricos y todo estaba oscuro", expresó este vendedor de productos farmacéuticos, que también ha transportado hasta 40 botellas de agua por viaje, principalmente para rescatistas del Ejército y la Marina.
Para los viajes más largos, un séquito de motociclistas hace base en una céntrica plaza, esperando a que les asignen una misión.
Vistiendo overoles multicolor, sombreros bombachos y zapatos gigantes, tropas de payasos se pasean por las calles anunciando representaciones gratuitas.
Regalo de risas. "Un ratito de alegría, un ratito de salir de esta situación" generada por el temblor, clama una payasita de coletas.
Instalados en las sillas de una plaza pública, un puñado de personas ríen a carcajadas ente los chistes de Bonbón, un payaso regordete vestido todo de rosa.
"A ver, niños, si en esta mano tengo ocho melones y en esta otra tengo siete ¿Qué tengo?", pregunta Bonbón ante pequeños y sus padres.
"¡Pues tengo manos muy grandes!", les dice, despertando risas.
La famosa plaza de Garibaldi, epicentro de las tradicionales bandas de música mariachi, funciona como centro de acopio para los damnificados. Pero, por la noche, los músicos llegan enfundados en sus elegantes trajes negros para cantarle a México la célebre melodía de Cielito Lindo.
"Ay ay ay, canta y no llores, porque cantando se alegran, cielito lindo, los corazones", coreaban los artistas junto con los pasantes, entre trompetas y violines.
Los mariachis también acudieron a tocar en la zona Condesa, que retumbó con el zapateado de mujeres vestidas en coloridos atuendos tradicionales, que alegraron por un momento con sus bailes al son de guitarras.