Kiev. La enfermera ucraniana Viktoria Obidina pasó cinco meses en cautiverio, obligada a beber agua no potable y soportando el hambre y los golpes. Pero lo que más la atormentaba era no saber qué sería de su hija de cuatro años.
“Nos traían agua de un lago, a veces tenían peces. En agosto, cuando el lago empezaba a florecer, el agua sabía a algas”, cuenta Viktoria, que regresó a Ucrania a mediados de octubre gracias a un reciente intercambio de prisioneros.
En una entrevista a la AFP el lunes, la joven de 26 años narra su calvario en la tristemente famosa prisión de Olevnika, en territorio separatista prorruso en el este de Ucrania.
Cuando Rusia comenzó la invasión el 24 de febrero, Viktoria, enfermera militar en Mariúpol, fue enviada a Azovstal, un enorme complejo industrial donde cientos de soldados ucranianos resistían bajo tierra el asedio.
La hija de Viktoria, Alissa, se quedó en el apartamento familiar con una niñera. Pero cuando los víveres empezaron a escasear y los bombardeos rusos se volvieron constantes, decidió llevársela a Azovstal. Bajo tierra, la niña ayudaba a su madre.
“¡Era tan madura! Sabía muy bien que no debía distraerme. Me ayudaba, daba los medicamentos. Le decía cuáles y a quién”, dice Viktoria.
“Lo comprendí muy bien: ¿si no estábamos nosotros, quién atendería a los heridos?”, remata.
También hubo momentos de desesperación. “Me preguntaba: mamá, ¿es nuestro último día? Yo le decía que claro que no, que íbamos a vivir, que todo iría bien. Pero los bombardeos eran constantes, estábamos aterrorizadas”.
Fue durante uno de esos momentos cuando un soldado de Azovstal grabó un corto vídeo de Alissa escondiéndose en el búnker con un libro en las manos, pidiendo volver a casa. Las imágenes dieron la vuelta al mundo y ayudaron a presionar a Rusia para que evacuara a los civiles de la acería, pero también sellaron el destino de Viktoria.
Está esperando verme
En mayo, Viktoria y su hija se fueron de Azovstal con otros civiles gracias a una evacuación de la ONU. Pero las fuerzas rusas las reconocieron a causa del vídeo, y la madre fue detenida.
Antes de que se la llevaran, logró dejar a Alissa con otro evacuado.
“Me dijeron que la niña sería enviada a un orfanato, que yo era prisionera”, recuerda la madre, que acusa a los investigadores rusos de haberle pegado y forzado a revelar informaciones sobre el ejército ucraniano.
En la prisión de Olevnika, fue encerrada con una veintena de personas en una celda hecha para seis. En todo ese tiempo, no tuvo ninguna noticia de su hija ni ninguna idea de lo que le iba a pasar.
En octubre, Viktoria fue trasladada al pueblo ruso de Tanganrog con otras prisioneras, a lo que ella pensaba que era otra prisión. Con las manos atadas y los ojos vendados, fueron embarcadas en un avión.
Finalmente las llevaron en bus a territorio ucraniano, y Viktoria comprendió que se trataba de un canje de prisioneros. También supo que su hija estaba a salvo.
Con ayuda de familiares y voluntarios, Allisa, que cumplió cinco años este mes, pudo reunirse con su abuela en Polonia.
Viktoria perdió 10 kilos durante su encierro y está siendo tratada en una clínica de rehabilitación psicológica en Dnipro, en el centro de Ucrania. Prevé dejar el ejército y dedicarse a su hija.
En Polonia, Alissa va al jardín de infancia y aprende polaco. Madre e hija han podido hablar por teléfono.
“Ha crecido tanto”, dice Viktoria. “Ha dicho que me ha echado mucho de menos y que está esperando verme”.