Gaza. “¿Hay supervivientes?”, grita Said al Najma, intentando mover los bloques de cemento que cubren la calle. Una noche más, los bombardeos aéreos israelíes sobre la Franja de Gaza dejaron en ruinas edificios enteros.
Mohammed al Aloul, fotógrafo de prensa, perdió a cuatro hijos, cuatro hermanos y varios sobrinos en el bombardeo que arrasó por la noche siete edificios en el campamento de refugiados de Maghazi, en el centro de la Franja de Gaza.
El pequeño territorio palestino controlado por Hamás sufre la incesante ofensiva de Israel desde que el movimiento palestino llevase a cabo el 7 de octubre un sangriento ataque sin precedentes que dejó 1.400 muertos en suelo israelí, según las autoridades.
Desde este nuevo bombardeo -que contribuyó al balance de casi 10.000 muertos en Gaza-, su vecino Said al-Najma y decenas de otros habitantes retiran los escombros en busca de supervivientes o cadáveres.
Entre los trozos de hormigón, manchados de sangre encuentran a veces partes de los cuerpos despedazados de los 45 muertos anunciados por el ministerio de Salud de Hamás.
“Solo podemos mirar”
"No tenemos nada para buscar y mover los escombros, así que la gente muere y nosotros solo podemos mirar", lamenta Najma. "Derribaron una calle entera sobre las cabezas de mujeres y niños sin previo aviso".
Pese a todo, a veces, la esperanza renace: aquí una anciana salió de los escombros, allí un niño, e inmediatamente un residente los lleva en su coche hacia el hospital más cercano.
Pero antes hay que cargarlos, ya que ningún vehículo puede pasar con los escombros. Las fachadas están cubiertas de agujeros de metralla.
Un vecino cuyo cuerpo consiguen sacar ya está muerto. El cadáver es envuelto rápidamente en una manta o una lona. Un familiar reconoce el rostro del fallecido, rompe a llorar, gritando, y los vecinos se lo llevan mientras lo consuelan.
Mohammed al Aloul no pudo llegar al lugar hasta por la mañana. Este fotógrafo de la agencia de noticias turca Anadolu pasó la noche cubriendo otros bombardeos y los intensos ataques a lo largo de toda la carretera le impidieron efectuar su trayecto antes.
“No dormí en toda la noche”, cuenta el palestino de 37 años, que no se quita desde hace días su chaleco antibalas con la inscripción “PRESS” y su casco. “Mi primo me llamó para decirme que mi casa quedó destruida en el bombardeo del edificio de los vecinos”.
"En mi casa, nadie pertenece a un grupo armado. Pero hoy, solo me quedan mi mujer y un hijo", afirma demacrado.
Entre sus hijos muertos, tres chicos y una sola hija a la que repetía "pronto te daremos una hermanita".
Pedir “a Israel que pare”
Hoy, ese sueño desapareció. "Lloraba al ver a los hijos de otros morir detrás de mi cámara, hoy soy yo el que perdió a sus hijos".
Mohammed al Aloul ya no reconoce su barrio.
En vez de casas, los bloques de hormigón obligan a la gente a zigzaguear y agarrarse a los trozos de pared que cuelgan aquí y allá. Los pisos de una vivienda se derrumbaron como un castillo de naipes.
Aquí, una antena parabólica parcialmente carbonizada voló por los aires, allí una puerta de madera sirve ahora de pasarela sobre los escombros. En los tejados, los depósitos de agua están desesperadamente vacíos.
Y en medio de la desolación, columnas de residentes van y vienen. Con las manos raspadas, el pelo y la ropa cubiertos de polvo gris de cemento, continúan su afanosa labor para intentar sacar a sus vecinos de entre los escombros.
"Necesitaríamos buldóceres para destruir los tramos de muro que aún quedan en pie para que entrasen excavadoras que pudieran sacar a los muertos y heridos", explica uno de ellos, Abu Chadi Samaan, de 55 años.
Pero sobre todo, añade, lo que hace falta es el fin de la guerra, pero "nadie le dice a Israel que pare".
Mientras tanto, "no tenemos ni agua, ni comida, ni nada de lo que se necesita para sobrevivir".
“Las personas que siguen vivas aquí son aquellas que la muerte no quiere”, declara.