Washington
Frustrado tras años de vanos intentos de detener el derramamiento de sangre en Siria, Estados Unidos es apenas un espectador de la guerra civil al término de la presidencia de Barack Obama.
El secretario de Estado, John Kerry, sigue comunicándose esporádicamente con los cancilleres ruso, turco y de los países árabes acerca de las gestiones para un cese de fuego, y en ocasiones mantiene consultas con la oposición.
Pero a menos de dos semanas de la juramentación de Donald Trump, el gobierno del presidente Barack Obama ni siquiera pretende ser el protagonista de la mediación de paz que encabezó sin éxito durante años. Ya no hay contactos formales con Rusia y otros países en Ginebra, el centro de reuniones de la diplomacia estadounidense.
Se ha cedido la batuta a Rusia y, en menor medida, a Turquía e Irán.
Después de ayudar a las fuerzas sirias a expulsar a los rebeldes de Alepo el mes pasado, Moscú se presenta como el pacificador. Logró una tregua sin ayuda de Washington y el viernes anunció que iniciaba el retiro gradual de sus fuerzas de la región.
Enviados rusos están organizando las primeras conversaciones entre el Gobierno sirio y la oposición en casi un año. El inicio está previsto para fines de enero en Astana, Kazajstán.
"Seguimos en la llamada mesa", dijo el vocero del Departamento de Estado, John Kirby, el viernes. "Aunque no lo estamos en Astana, aunque no lo estamos en Moscú, lo entiendo. Pero no significa que nos vamos de Siria".
Más tarde añadió: "No somos parte de esta pieza. Eso no significa que nos vamos de todo el rompecabezas".
Sin meterse al agua. Sin indicios de cómo piensa proceder en Siria el gobierno entrante de Trump, la diplomacia estadounidense se cuida de participar de iniciativas que requieran una presencia prolongada de Estados Unidos. De ahí la ambivalencia del gobierno saliente sobre asistir, siquiera como observador, a la reunión de paz propuesta.
Según fuentes de Washington, Turquía ha dicho a Estados Unidos que su presencia sería aceptable, pero la Casa Blanca aún no ha tomado una decisión.
La disminución del papel estadounidense podría tener sus desventajas.
Hace casi seis años, Obama exigió que el presidente sirio Bashar al-Asad renunciara para permitir una transición democrática. Pero la reticencia de Obama a hundir a Estados Unidos en otra guerra en Oriente Medio significaba que Estados Unidos nunca tuvo la capacidad de garantizar ese desenlace.
Su papel crecientemente marginal en los últimos meses significa que tendría aún menos capacidad para ayudar a forjar el futuro de Siria y salvaguardar intereses vitales de Estados Unidos tales como la seguridad de Israel y la lucha contra el grupo Estado Islámico.
Por otro lado, Obama entrega el bastón de mando a Trump sin una participación militar o diplomática en gran escala en Siria. Obama nunca quiso ser dueño del conflicto, que ha matado al menos medio millón de personas y convertido a millones en refugiados.
La renuencia a intervenir en la guerra significa que Trump tendrá en Siria la flexibilidad que Obama nunca tuvo en las guerras heredadas de Irak y Afganistán.
Rusia, que respalda al gobierno de Assad, y Turquía, fuerte partidario de la oposición moderada, mediaron en el actual, endeble cese de fuego, vigente desde el 30 de diciembre. La tregua se mantiene, aunque siguen los combates. El gobierno y la oposición se culpan mutuamente por las violaciones.
La tregua no incluye las regiones de Siria en poder del Estado Islámico.