Moscú. La carretera Tanganrog-Mariupol, que en su día fue una ruta turística para los rusos que querían relajarse en Crimea, ahora solo es utilizada por los autobuses que transportan civiles evacuados de las zonas separatistas de Ucrania, donde hay nuevos enfrentamientos.
El puesto fronterizo de la frontera entre Rusia y la “República Popular de Donetsk”, autoproclamada por los separatistas, está lleno de gente, desde mujeres con sus hijos hasta ancianos, todos ellos cargados solo con pequeñas bolsas o maletas.
Estos habitantes de los territorios de la cuenca minera de Donets (Donbás), bajo el control de los rebeldes prorrusos de Ucrania, fueron trasladados a la vecina Rusia. Mientras tanto, los enfrentamientos se multiplican a lo largo de la línea del frente, lo que hace temer una reanudación de la guerra con Kiev que empezó en el 2014.
Los evacuados, invitados a calentarse en tiendas de campaña en la frontera, son redirigidos a los sanatorios, los centros de vacaciones de la época soviética que abundan en esta soleada región del sur de Rusia.
Otros optan por reunirse con sus familiares que viven en Rusia. Según el gobierno ruso, ya se acogieron a más de 40.000 personas del otro lado de la frontera. “Mi marido me dijo: ¡Toma a los niños y vete! Su salud física y psicológica es más importante que cualquier otra cosa”, dijo a la AFP Anna Tikhonova, de 31 años.
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Esta enfermera vive en Gorlovka, justo en la línea de contacto entre el ejército ucraniano y los separatistas prorrusos. “Cuando nos íbamos, oímos disparos”, dijo. “Hemos tardado casi un día en llegar. Permanecimos en la frontera durante mucho tiempo”, explicó, describiendo una “fila de 25 kilómetros, formada únicamente por coches” que buscan huir a Rusia.
‘Realmente aterrador’
Tikhonova llegó con su familia al antiguo campo de pioneros soviéticos “Sputnik”, en el mar de Azov, a once kilómetros de la frontera, pero se encontró con que el complejo recreativo para niños estaba lleno por la afluencia de evacuados.
“Nos dijeron que viniéramos aquí y que seríamos bienvenidos. Pero llegamos y nos dijeron: ‘Lo siento, no hay sitio’ y que llamáramos a urgencias”, lamentó. El viernes por la noche, las autoproclamadas “repúblicas” separatistas de Donetsk y Lugansk pidieron la evacuación de los civiles, diciendo que temían un ataque de las fuerzas ucranianas.
Estas acusaciones son rechazadas por Kiev y los países occidentales, que acusan a Rusia, partidaria de los separatistas, de haber concentrado 150.000 soldados en las fronteras de Ucrania y de buscar un pretexto para lanzar una operación militar contra su vecino. No muy lejos de la frontera, el pequeño pueblo de Rojok, cuyas calles descienden hasta la gélida orilla del Mar de Azov, está desierto pero lleno de coches con matrículas de la “República Popular de Donetsk”.
Los evacuados son recibidos en el complejo “Zvezda” (“Estrella”), custodiado por policías rusos armados y cosacos. Una de las nuevas inquilinas del complejo, Yulia Gorbushina, de 44 años, dijo estar satisfecha con las condiciones de vida, y confirmó que había “mucha gente” procedente de Ucrania.
Esta residente de Donetsk, ama de casa con dos hijos y una nieta, dijo que dudó en marcharse, pero que finalmente se convenció por el rápido deterioro de la situación en los últimos días. “El día que me fui, me dio mucho miedo. Fue como en el 2014, los peores días de la guerra”, añadió.
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En el 2014, cuando empezaron los combates con las fuerzas ucranianas, los separatistas comenzaron una evacuación masiva de mujeres, niños y ancianos a Rusia, mientras que muchas localidades quedaron bajo fuego.
Hoy, lo único que espera Yulia es que se declare de nuevo un alto el fuego entre Kiev y los separatistas, para que las bombas dejen de caer y ella pueda regresar. “Si todo se detiene, por supuesto que estaremos encantados de volver a casa”, aseguró.