Lima. AFP. Pena de muerte, toque de queda, ley seca, penas de cárcel draconianas. Los sectores más bajos y vulnerables de la sociedad peruana, el caudal de votos del fujimorismo, exigen mano dura para combatir la inseguridad rampante.
Mucha gente votará este domingo por la candidata presidencial Keiko Fujimori en vez de a su rival Pedro Pablo Kuczynski porque ofrece firmeza para combatir la delincuencia y el crimen organizado, lo mismo que hizo su padre, Alberto Fujimori, para acabar con el terrorismo de Sendero Luminoso durante los años que gobernó Perú (1990-2000).
La delincuencia es la principal preocupación de los peruanos más pobres, vulnerables e indefensos, y donde el fujimorismo logra parte sus votos.
Para combatirla, la candidata promete sacar a la calle a las Fuerzas Armadas y modificar el Código Penal para que la Policía Nacional pueda actuar con mayor eficacia.
Asimismo, ha prometido construir cárceles a más de 4.000 metros de altura, donde no llega la señal telefónica –buena parte de los delitos son comandados desde las prisiones– para violadores, secuestradores y delincuentes peligrosos.
Incluso, ha enarbolado la pena de muerte para los pederastas pese a que lo prohíbe la Constitución.
Confusión. La gente confunde “liderazgo con mano dura” y, en este sentido, el fujimorismo, con Keiko al frente, “maneja muy bien las demandas populares y disfruta mucho mostrando dureza”, dice el politólogo Luis Benavente, director de la consultora Vox Populi.
“Queremos orden porque estamos hartos del desorden”, agrega el politólogo, para quien los partidarios de la mano dura se encuentran en las capas con menor acceso a la educación.
“El caos republicano nos ha llevado a mucha frustración social y la democracia no ha logrado responder a las demandas ni a las expectativas de la población”, asegura.
Pese al crecimiento económico de la última década –en torno al 5% de media– que ha mejorado el nivel de vida de buena parte de los peruanos, se mantienen incólumes las desigualdades rampantes.
El 70% de los trabajadores lo hacen en el sector informal de la economía, viviendo al día, sin ningún tipo de seguridad ni previsión social ni vacaciones.
“Para sacar adelante al Perú hay que ser duro”, dice Hilda Vera, de 82 años, quien considera que el padre de Keiko la “salvó a ella del terrorismo y a Perú de la ruina”.
Según una encuesta de marzo, 30% de los ciudadanos cree que [[BEGIN:INLINEREF LNCVID20160604_0006]]Keiko Fujimori[[END:INLINEREF]] puede combatir la delincuencia, frente al 13% que confía en Kuczynski.
Sin importancia. En un país donde solo en mayo cinco estudiantes fueron asesinados para robarles el celular, a pocos de los votantes de Keiko les preocupa que Fujimori padre esté en la cárcel cumpliendo una condena de 25 años por corrupción y crímenes de lesa humanidad.
En el mitin de cierre de campaña de la candidata, el jueves por la noche, en Villa El Salvador, una ciudad obrera en el cinturón de Lima, a un fotógrafo de la AFP le robaron parte del equipo en medio del tumulto, y una joven estaba estupefacta porque le acababan de sacar el celular del bolsillo de su ajustada chaqueta.
Sin embargo, la delincuencia tiene rostros mucho menos inocentes: cada vez son más frecuentes los asaltos a mano armada a restaurantes y farmacias, las extorsiones a empresarios, sicarios que llaman a la puerta de casa para amedrentar a periodistas que destapan trapos sucios, chantajes a colegios. La lista de los delitos es larga en un país donde ha penetrado con fuerza el crimen organizado.
Para Kuczynski, quien en los últimos día ha acortado la distancia que le separaba de su rival según las últimas encuestas, la “mejor seguridad en un país es la democracia”.
“No podemos creer que sacando las fuerzas armadas a la calles o enviando la gente a cárceles a 5.000 metros de altura se va a arreglar este problema”, asegura y apuesta por fortalecer a las fuerzas policiales y reforzar la seguridad en las cárceles, desde donde muchas mafias operan y dan órdenes vía telefónica.