Viena. Frente al hotel Palacio Coburg de Viena una fila de sedanes negros estacionados aguarda a decenas de altos funcionarios, en su mayoría diplomáticos, que se empeñan en alcanzar un acuerdo sobre el programa nuclear iraní.
Irán solo tiene unos pocos “días” para unirse a un acuerdo sobre su programa nuclear o desencadenar una “grave crisis”, advirtió París, antes de que el negociador iraní asegurara que las partes estaban “más cerca que nunca de un acuerdo”.
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Con un paso rápido, un hombre camina incansablemente entre el majestuoso edificio y los hoteles de los alrededores, llevando a la delegación estadounidense la palabra de Teherán y viceversa. El coordinador de la Unión Europea, Enrique Mora, encargado de supervisar las conversaciones, actúa de intermediario entre Irán y Estados Unidos en estas conversaciones indirectas.
También están presentes en el Palacio Coburg —donde se concluyó el texto histórico del 2015— los negociadores de las partes restantes: Alemania, China, Francia, Reino Unido y Rusia. El pacto inicial ofrecía a Teherán una reducción de las sanciones internacionales a cambio de una drástica limitación de su programa nuclear. Aunque caducó tras la retirada de Estados Unidos en el 2018, bajo la presidencia de Donald Trump.
Su sucesor, Joe Biden, quiso reiniciarlo y, en abril del 2021, comenzaron las conversaciones en la capital austríaca. Después de una larga pausa, se reanudaron a finales de noviembre en este palacio, erigido en 1845 por el príncipe Fernando de Sajonia Coburgo, sobre un bastión fortificado de la ciudad.
Viena, sinónimo de discreción
Flanqueado por impresionantes columnas en su frente —que le valieron el apodo de “Spargelburg” (Castillo espárrago)—, el hotel dispone de 34 suites, un restaurante gastronómico e incluso seis bodegas donde reposan 60.000 botellas.
“Solo se vive una vez”, se lee en su página web, que desvela la lista de precios que ascienden hasta €3.550 por noche. Los afortunados huéspedes no hacen más que cruzarse con los diplomáticos, que encadenan encuentros de múltiples formatos —bilaterales, trilaterales, de expertos, etc— hasta tarde por la noche, incluso el fin de semana.
Los estadounidenses nunca ponen un pie allí. Su emisario Rob Malley es regularmente informado sobre los avances a pocos cientos de metros de distancia, en el lujo moderno del Hotel Marriott o el confort anticuado del mítico hotel Imperial, frecuentado desde hace más de un siglo por las estrellas y jefes de Estado.
Los iraníes, que viven al otro lado del Stadtpark, se niegan por el momento a sentarse alrededor de la misma mesa, lo que ralentiza considerablemente la tarea, deploran regularmente los occidentales. “Estamos más cerca que nunca de un acuerdo. Sin embargo, nada será acordado hasta que todo esté acordado”, tuiteó el ultraconservador Alí Bagheri, al frente de una delegación iraní muy numerosa, compuesta por unos 40 miembros.
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Para Viena, aplastada por dos años de pandemia, es una bendición. “Se saca provecho del ADN de la ciudad”, de su rico pasado de ciudad imperial, explicó Norbert Kettner, director de la oficina de Turismo. “Al final de la Primera Guerra Mundial, se convirtió en una ciudad demasiado grande en un país demasiado pequeño”, y “por lo tanto, continuó proyectándose más allá de sus propias fronteras”, destacó.
Sede de varias organizaciones internacionales, la capital de este país neutral ha acogido cumbres históricas, y nadie duda que Viena es sinónimo de discreción.