Nicaragua es un hervidero de indignación, enojo y muerte, donde los policías disparan a matar con fina puntería y el Gobierno prefiere el silencio.
La represión policial en una pequeña protesta, que se efectuó el 18 de abril, contra una reforma a las pensiones, se convirtió en la chispa que encendió la furia contra el régimen de Daniel Ortega.
El estallido ocurrió de forma impredecible, como a veces suelen propinarse los golpes más significativos. Desde entonces, a 420 kilómetros de San José, se cuentan muertos casi todos los días. Hasta ahora, se registran cerca de 100 asesinatos vinculados a la ola de violencia que empezó hace mes y medio.
Las revueltas detonaron en un país sin liderazgos definidos, ni mucho menos preparados. El obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, fue uno de los primeros en oponerse con contundencia al Gobierno, al tiempo que emergieron los estudiantes universitarios, a quienes les correspondió apropiarse de un rol clave en la historia de Nicaragua y poner la cara sin estrategias ni organización.
Se trata de una generación espontánea que no se siente representada en ninguno de los estratos del poder. Son jóvenes que espantaron el miedo de salir a exigir a las calles, que rayan las paredes con cantos revolucionarios, que usan las universidades como trincheras y que hacen caer los chayopalos para sembrar árboles de verdad.
En las protestas imploran por la salida del presidente, porque creen en la genuina lucha de que es posible vivir en un país más justo y con un gobierno menos autoritario.
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El liderazgo del estudiante Lesther Alemán Alfaro es un ejemplo del papel que asumieron los muchachos en medio de un escenario improvisado. El universitario empezó a ser reconocido cuando increpó a Ortega durante la primera sesión de conversaciones en el seminario de Nuestra Señora de Fátima, el 16 de mayo.
“Esta no es una mesa de diálogo. Es una mesa para negociar su salida y usted lo sabe muy bien ¿Por qué estoy hablando y por qué me salto la palabra suya? Porque nosotros hemos puesto los muertos”, expresó el joven con voz fuerte y tono firme.
Lo dijo sin micrófono y mirando el rostro serio del mandatario, quien participaba por primera vez en una ronda de negociación, tras 11 años en el poder.
De esta forma se convirtió en una voz relevante entre los estudiantes y ante la población civil, al lado de otros compañeros como Madelaine Caracas y Víctor Cuadras.
Lesther nació en Managua el 14 de enero de 1998. Tiene 20 años y es estudiante avanzado de la carrera de Comunicación Social de la Universidad Centroamericana (UCA), donde cuenta con beca por excelencia académica. Su mamá, Lesbia Alfaro, se dedica a las obligaciones de la casa y su padre, Lesther Alemán, es chofer de furgones.
El joven se sentía preparado para encarar a Ortega la mañana de ese miércoles. Consciente de que tenía una oportunidad única, estaba decidido a aprovecharla. Cuando intentó pronunciar las primeras palabras, el micrófono no se abrió, entonces reaccionó poniéndose de pie y, sin perder el impulso, alzó la voz como miembro de la coalición universitaria. En la mesa también estaban representantes de grupos sociales, de la empresa privada, los obispos y Rosario Murillo, esposa del gobernante y vicepresidenta.
“Conocía la agenda desde la mañana, sabía que después de la oración hablaba él (Ortega). Me dije que en cuanto pronunciaran el ‘amén’ tenía que levantarme. Cuando estaba la oración, el corazón me latía 200 por minuto (...) Logré sentir mi cuerpo como por un minuto, después solo sentía del cuello hacia arriba”, relata el joven a La Nación.
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En ese momento, llevaba una bandera nicaragüense atada a su cuello y vestía una camiseta negra, un gesto en honor a las vidas que cobró el uso excesivo de la fuerza promovido por el Gobierno, al darle el aval a los agentes policiales y alentar a las turbas conformadas por seguidores de su partido para atacar a los manifestantes.
La noche anterior al encuentro, el muchacho había trazado un plan con otros de sus compañeros y también eligió con cuidado cada una de las palabras que le diría al presidente.
“Tuvimos debates con todos los sectores sobre cómo podría ser el orden en la mesa de diálogo, entonces les dije que no lo dejáramos hablar (a Ortega), que él tenía que dar respuestas, no discursos. Toda una noche pasé dirimiendo mis ideas, escribiendo en una hoja 11 años de rezagos, dolores, violaciones que se han cometido en este país. Pasé meditando cada palabra, escribía, me levantaba, volvía escribir", cuenta.
Después de su intervención, que terminó por ser toda una hazaña, Lesther tenía temor de la reacción de las otras personas que estaban presentes, principalmente de los obispos, quienes mediaban en las conversaciones.
Sin embargo, el estudiante afirma que cuando cayó en cuenta de lo que había pasado, lo invadió un sentimiento de orgullo.
“Sentía que estaban sobre mí 11 años de clamor. Me entró un orgullo no de jactancia, sino un orgullo de haber dicho que lo que muchos querían decir. Me sentí un Rigoberto López Pérez, que fue el que le disparó al primer dictador Anastasio Somoza García. Él le trunca todo al presidente en ese momento. Yo le trunqué en cierta medida lo que el presidente iba a decir y que en 11 años nadie se atrevió”, aduce.
El grito desde un camión
La primera vez que Lesther se rebeló contra el régimen de Ortega estaba subido en un camión, el martes 10 de abril, en medio de manifestantes que le pedían al Gobierno tomar acciones sobre el incendio que en ese momento devoraba 5.000 hectáreas en la reserva biológica Indio-Maíz, una de las principales áreas protegidas de Centroamérica.
El joven acudió a la protesta que se efectuó en las afueras de UCA, en Managua, y que fue convocada por un grupo de sus compañeras de clase. La asistencia no superaba las diez personas, pero el ambiente se animó cuando algunos choferes que transitaban empezaron a pitar y otras personas, en principio ajenas a la concentración, se unieron en el grito de las consignas opositoras.
Animado por el ambiente festivo, el estudiante lanzó al aire una advertencia al presidente: “si en algún momento usted nos va a reprimir, nosotros vamos a seguir en la calle”.
Sus palabras no buscaban desatar una crisis como la que se originó una semana después de esa protesta, cuando ni siquiera era imaginable un estallido social. Más bien hacían referencia a las incontables veces que la Policía Nacional de Nicaragua ha impedido manifestaciones con el uso de gases lacrimógenos y balas de goma, como por ejemplo, lo ha hecho en las marchas organizadas por los campesinos contra el fallido proyecto del canal interoceánico.
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El 18 de abril, una semana después, Nicaragua empezó a arder cuando un pequeño plantón en Managua fue reprimido por policías. Al día siguiente, Lesther se unió a una protesta estudiantil en la zona de la capital Camino de Oriente, donde fue atacado por los antimotines.
“Comenzó la represión y empecé a correr y a huir por más de cinco kilómetros, estaba huyendo de los antimotines que venían golpeándonos y tirándonos las balas directamente al cuerpo, no las tiraban a la calle”, cuenta el joven. Incluso, relata que pasó más de 20 horas encerrado con otros muchachos en la catedral de Managua, donde los estudiantes empezaron a definir cómo organizarse y él se erigió como líder.
El día de la primera gran marcha nacional, el lunes 23 de abril, Lesther ya era reconocido entre los manifestantes y, en ese entonces, la coalición universitaria también tomaba más forma.
¿Futuro presidente?
Desde que tenía cinco años, Lesther sueña con ser presidente de la República. Aunque ahora es más cuidadoso al responder si mantiene o no ese ideal, afirma que en los pasillos de la universidad se refieren a él como “comandante” por ese motivo.
Además, dice que desde encaró a Ortega, algunos amigos que antes no se tomaban en serio su aspiración presidencial, le han escrito para disculparse, porque ahora sí creen que puede llegar a gobernar el país.
“Cuando les contaba que ser presidente de la República era mi sueño a futuro, todos los muchachos me respondían: ‘si llegás ahí serías un dictador’. Después del 16 de abril recibí muchos mensajes de mis amigos pidiéndome disculpas y me dijeron que ahora sí estaba preparado para cumplir ese sueño”, asegura.
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Aunque el joven considera que le falta camino por recorrer para ganar experiencia, asegura que por el momento no está interesado en formar parte de un partido político. Tampoco afronta un camino fácil, pues la oposición en Nicaragua está desmantelada desde las últimas elecciones presidenciales del 2016, cuando Ortega sacó de la contienda a los rivales con más caudal electoral.
“Estoy enfocado en la coalición universitaria y seguiré en eso, porque antes de pensar en asuntos políticos necesito y quiero darle garantía a las personas que pueden creer en mí. Luego pienso en terminar mi carrera y crear más conocimiento”, afirma.
Un cambio de generación
El líder ve necesario un relevo generacional en los miembros que integran los poderes del Estado, ya que en su criterio “nadie nos representa, no hay un pensamiento joven”.
“Aquí la gente dice que en Costa Rica hay un presidente de 38 años y nosotros tenemos uno de 72 años. En nuestra Asamblea el diputado menor tiene 55 años. No hay representación, esas personas solo hacen referencia a la historia y la historia debe conocerse para no repetirla”, comenta.
La coalición universitaria toma distancia del caudillismo y le apuesta a la creación de partidos políticos para allanar el camino hacia unas nuevas elecciones.
En mes y medio la situación en Nicaragua no ha variado mucho. Los enfrentamientos continúan, la represión está vigente, el diálogo se interrumpió y Ortega sigue aferrado al poder.
Los muchachos de la revolución siguen trazando planes para consolidar su liderazgo. La inexperiencia es uno de los principales reproches hacia ellos. Sin embargo, también puede considerarse una de sus fortalezas, según cómo se mire.