Kiev. “Tenemos que estar preparados porque esto podría durar mucho tiempo”, aseguró un médico militar ucraniano, con nombre de guerra ‘Doc’, en la línea del frente en el sur de Ucrania. “Hay muchas lágrimas, mucha sangre. Uno llora en su corazón”, agregó este hombre de 40 años, que antes de la guerra trabajaba como técnico dental.
“Se está destruyendo la historia de varias generaciones”, lamentó ‘Doc’. En un complejo de búnkeres subterráneos, rodeado de obstáculos antitanques oxidados y lleno de gatos y perros errantes, sus compañeros se sirven cucharadas de sopa caliente.
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A la cabeza de la mesa, un hombre luce un tatuaje en el brazo en el que pone en inglés “Never give up (Nunca te rindas)”. “Seis meses de guerra, no es solo un gran dolor para el país, también es un pequeño dolor para cada uno de nosotros personalmente”, manifestó Mykola, un soldado de 41 años sentado a su izquierda.
El comandante adjunto del batallón, Artem, de 30 años, no lo esconde: “Hemos informado a nuestros soldados que el conflicto podría durar años”. Rusia invadió Ucrania el pasado 24 de febrero y trató de tomar la capital, Kiev, en una ofensiva rápida.
Pero las tropas rusas se toparon con la férrea resistencia de las fuerzas ucranianas, que los obligaron a replegarse y concentrar sus esfuerzos en el este del país y en el sur agrícola. Ucrania lleva anunciando una contraofensiva en el sur desde hace algunas semanas, pero esta se ha visto retrasada, según Kiev, por la tardanza en la entrega de armas occidentales.
El viernes, al ser preguntado sobre sus esperanzas respecto al conflicto durante una visita en Odesa, en el sur del país, el secretario general de la Organización de Naciones Unidas (ONU), Antonio Guterres, cerró los ojos y mencionó una “situación muy difícil, donde las perspectivas de paz no son evidentes”.
‘Destruir todo lo que es ucraniano’
En Mikolaiv, un importante centro regional que antes de la ofensiva contaba con cerca de medio millón de habitantes, la guerra parece no tener nada nuevo. Algunos carteles de apoyo a las tropas quedaron empapados por el invierno, rasgados por los vientos de primavera y blanqueados por el calor del verano.
Las costuras de los sacos de arena apilados alrededor de las barricadas empiezan a romperse y en los huecos crece incluso hierba silvestre. En las primeras semanas de guerra, un misil ruso impactó la sede del gobierno regional y mató a 37 personas.
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El agujero aún se puede ver y constituye una de las numerosas cicatrices de esta ciudad portuaria, que es el blanco de continuos bombardeos. La semana pasada, la universidad de Estado Petro-Moguyla del mar Negro fue bombardeada dos veces. La entrada principal quedó destruida, el techo fue dañado y las ventanas se rompieron en mil pedazos.
Con el derrumbe de la fachada, se puede ver el interior de las aulas. “Atacan las escuelas, los hospitales, el puerto y las infraestructuras de la ciudad”, afirmó el rector, Leonid Klymenko, desde una de las aulas. “Está claro que quieren destruir completamente la educación ucraniana, destruir el espíritu ucraniano, destruir todo lo que es ucraniano”, añadió.
Camino hacia la paz
La guerra alcanza ahora su séptimo mes y hay pocos signos de progreso. En julio, tanto la ONU como Turquía negociaron un acuerdo para permitir la reanudación de exportaciones de cereales desde los puertos ucranianos, un alivio para muchos países.
El viernes, Guterres visitó el puerto de Odesa, uno de los tres designados en el convenio para exportar los granos, para observar la aplicación del pacto. Pero su viaje se topó con los temores cada vez más grandes respecto a la situación de la central nuclear ucraniana de Zaporiyia.
Ubicada 200 km al noreste de Mikolaiv, la planta, la mayor de Europa, está ocupada por las tropas rusas desde marzo y es blanco de bombardeos, que hacen temer una catástrofe. “Encontrar un camino hacia la paz a corto plazo no será fácil, pero hay que insistir, porque la paz es el bien más importante en el mundo”, resumió Guterres a la AFP.
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