Moscú. El presidente Vladimir Putin, que el jueves lanzó un ataque contra Ucrania, tiene una obsesión: que ese país vuelva al redil en nombre de la grandeza de Rusia, aunque para ello tenga que invadirlo. Para muchos rusos de su generación, que cantaron odas a la gloria de la URSS, el fin de la Unión Soviética y su esfera de influencia en tres años (1989-1991) permanece como una herida punzante.
Putin, entonces oficial de la KGB en Alemania Oriental, vivió la derrota de primera mano. Y, según se dice, sufrió las miserias que cayeron sobre tantos de sus compatriotas, obligado a regresar clandestinamente a Rusia.
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La humillación y la indigencia de la antigua URSS contrastaron con el triunfalismo y la prosperidad de Occidente. Eso lo convenció, según dijo, de que el fin de la URSS fue “la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX”, el cual vivió también dos guerras mundiales.
Ello alimentó en él un deseo de revancha, mientras la Organización del Tratado Atlántico Norte (OTAN) y la Unión Europea (UE) se expandían para incorporar a los antiguos vasallos de Moscú. Para el presidente ruso, su misión histórica era frenar la invasión de su zona de influencia. En nombre de la seguridad de Rusia, Ucrania se convirtió en una línea roja.
‘Cohetes en Moscú’
En su visión, si Rusia “no resuelve esta cuestión de la seguridad, Ucrania estará en la OTAN en 10-15 años”, y después de eso, “los cohetes de la OTAN estarán en Moscú”, explicó Alexéi Makarkin, del Centro de Tecnologías Políticas.
Tras la revolución prooccidental del 2014 en Kiev, Rusia anexó la península ucraniana de Crimea y separatistas prorrusos ocuparon el este de Ucrania. Para Putin, su vecino se equivoca al verse como víctima del imperialismo zarista, luego del soviético y ahora del ruso. Considera que las dos revoluciones ucranianas en el 2005 y el 2014 contra las élites prorrusas fueron el resultado de conspiraciones occidentales.
Para el jefe del Kremlin, Moscú tiene que mostrarse fuerte, verse aterrador. Ceder no está en la naturaleza de este yudoka cinturón negro. “Si el combate es inevitable, hay que golpear primero”, declaró en el 2015.
Una de sus institutrices, Vera Gurevitch, contó que a los 14 años, el joven Vladimir, después de romper la pierna de un amigo, proclamó que algunos “solo entienden por la fuerza”. Ucrania, desde su “Revolución Naranja”, de el 2004 y el 2005, sufrió las “guerras del gas” que la desestabilizaron económicamente.
‘Detener el tiempo’
En el 2008, según la prensa rusa y estadounidense, Putin aseguró a su par estadounidense, George W. Bush, que Ucrania “no es un Estado”. En diciembre pasado, proclamó en su conferencia de prensa anual que ese país es un invento de Lenin.
Meses antes, en un artículo titulado “De la unidad histórica de rusos y ucranianos”, Putin explicó las acciones de su vecino como parte de un complot “antirusia” de Estados Unidos y sus aliados. Occidente creó “un sistema político ucraniano en el que pueden cambiar los presidentes, los miembros del parlamento y los ministros, pero no el rumbo secesionista y su animosidad hacia Rusia”, agregó.
Tatiana Stanovaia, directora del centro de estudio ruso R. Politik, indicó que bajo esa lógica, los 150.000 soldados rusos actualmente en la frontera con Ucrania no son una amenaza. “Una guerra no constituye un ataque contra Ucrania, sino una liberación del pueblo ucraniano del ocupante extranjero”, destacó siguiendo la lógica de Putin.
Por su parte, el portavoz del Kremlin, Dimitri Peskov, declaró en diciembre que “un pueblo hermano no se pierde, permanece un pueblo hermano”. En suma, se trata del poder ruso de restaurar el curso natural de las cosas en Ucrania y más allá.
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Moscú dice y repite que Occidente se aprovechó de la debilidad postsoviética de Rusia para hacerse de sus vecinos. Con sus soldados en las fronteras ucranianas, Putin reclama ni más ni menos que la Alianza Atlántica vuelva a sus líneas de 1997 y renuncie a la arquitectura de seguridad de la Guerra Fría.
Alexéi Makarkin lo resume así: “El motor de la acción de Vladimir Putin es su deseo de detener el tiempo”.