Zaporiyia. Una pareja enterró sus teléfonos móviles para evitar que se los decomisaran los rusos, otros entregaron su coche o pagaron sobornos para que los dejaran huir, y muchos son los que perdieron todo en el sur de la Ucrania ocupada.
En las regiones de Jersón y Zaporiyia, en parte ocupadas por las fuerzas rusas desde el inicio de la guerra, los habitantes que consiguieron escapar hacia territorios bajo control ucraniano relatan una atmósfera de paranoia casi total, y de sumisión a los caprichos de los soldados y responsables civiles instalados por Moscú.
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Rusia impuso la ley marcial en cuatro regiones de Ucrania cuya anexión reivindicó en setiembre. Sin embargo, ninguna está íntegramente bajo control ruso, y en ellas se libran intensos combates. La imposibilidad para los medios de acceder a estos territorios impide la verificación de las informaciones que de ahí proceden.
Pero lo que cuentan los habitantes locales que lograron pasar al lado ucraniano difiere mucho de lo que describen los medios pro-Kremlin al público ruso. “Era increíblemente aterrador. Toda la ciudad estaba llena de extranjeros armados”, dijo Anton Ovsharov, de 44 años, exingeniero de la central nuclear de Zaporiyia, la mayor de Europa, bajo control ruso.
Pagar en vodka
En Kashkarivka, un pueblo en la orilla occidental del Dniéper, Liudmila y Oleksandr Shevchuk, contaron que las tropas rusas entraban en casa de los habitantes, en busca de sus teléfonos móviles. Según ellos, los rusos temían que los locales comunicaran su posición a las fuerzas ucranianas.
“Iban de casa en casa con sus armas. Juntaban los teléfonos móviles en un balde y se iban”, explicó Liudmila, de 56 años. “Nosotros enterrábamos nuestros teléfonos. Todo el mundo lo hacía. Los que no lo hacían a tiempo, se quedaban sin ellos”, dijo la mujer.
Irina Myhailena, madre de dos niños, afirmó que los soldados la pararon con su hija en la mitad de una calle en la ciudad de Berdiansk. “Buscaron en mi bolso mi teléfono. El mismo día, la hija de 12 años de una amiga caminaba sola en la calle, y también la pararon, y registraron su bolso” relató esta agente inmobiliaria de 43 años.
“Teníamos que borrar todos nuestros mensajes. Y cuidado con nosotros si decíamos cualquier cosa contra Rusia. Nadie se sentía seguro”, agregó la mujer. Los que lograron huir aseguraron que los soldados estaban dispuestos a conducirlos hasta las posiciones ucranianas, pero mediante pago.
“Antes, se les podía dar vodka, pero ahora hay que pagar siempre”, afirmó Olga, de 57 años, que no quiso dar su apellido. “Los rusos nos llevaban y luego ellos volvían para apoderarse de nuestros bienes”, dijo esta habitante de Dudtshany, localidad luego reconquistada parcialmente por los ucranianos.
‘Presión psicológica’
Oleksandr Shevchuk explicó que sus amigos entregaron las llaves de su automóvil a los rusos para que los dejen pasar. “Luego hemos visto a soldados rusos circular en ese coche”, afirmó. Según la pareja, los soldados también ejercieron “presión psicológica” sobre los habitantes para que evacuen hacia Crimea, anexionada por Rusia en el 2014.
Nina Bezguba aseguró que huyó de su pueblo de Nijni Serogozy hace dos semanas, cuando llegaron ahí los chechenos, soldados de siniestra reputación que combaten junto a los rusos. “Los chechenos se quedan con nuestras casas. Yo diría que actualmente, el 60% de la población (de esa localidad) es chechena”, aseguró la mujer.
Según Irina Myhailena, las autoridades de ocupación confiscaron las empresas rentables como las estaciones balnearias y los hoteles en Berdiansk, en el mar de Azov. “Vienen con el comandante, señalan con el dedo lo que quieren, y ya lo tienen” dijo. Pero no todos se rinden sin hacer nada.
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Oleksandr Gorbonosov contó que con sus amigos echaban azúcar en los tanques de carburante del Ejército ruso, para que sus vehículos quedaran inoperantes, aunque de forma temporal.
“Luego, comprendimos que eso no servía para nada, pues los rusos iban a ver a los agricultores y los amenazaban con quemar su material si no les entregaban carburante”, explicó este hombre, nacido en la ciudad de Energodar. “Me escapé cuando me enteré de que los rusos sabían donde vivíamos. Tienen tantos informadores”, se lamentó.