Diciembre del 2015 dio el banderazo de salida a un enfrentamiento político entre el chavismo –que hasta entonces controlaba todos los poderes– y una oposición que logró arrebatarle en las urnas el dominio de la Asamblea Nacional.
Quedó planteado un pulso institucional cuyo desarrollo ha estado acorde con las expectativas que en aquel momento se pronosticaron y temieron.
La cohabitación imposible se hizo realidad y hoy Venezuela se hunde en una crisis política, económica y social para la cual no se ve luz al final del túnel.
La gravedad es tal que en la comunidad internacional se intentan poner en marcha esfuerzos de mediación y diálogo para tratar de detener un curso de colisión que, cada vez, adquiere ribetes más peligrosos.
“Venezuela se está aproximando a un escenario de implosión”, manifiesta Constantino Urcuyo, especialista en Ciencias Políticas y académico de la Universidad de Costa Rica.
La tensión ha crecido últimamente ante la ofensiva de una oposición que apuesta a sacar del poder al presidente Nicolás Maduro por medio de un referendo revocatorio , consulta instituida en la Constitución que impulsó y promulgó Hugo Chávez, fundador del régimen.
Sin embargo, el mandatario ya declaró “inviable” esa votación y, frente a la presión política y el deterioro económico, está decidido a echar mano de todos los recursos para mantenerse en el palacio de Miraflores.
Sin ánimo de ceder. Decisiones y advertencias de Maduro evidencian que ha optado por una mano más dura.El chavismo ha logrado neutralizar la capacidad de la Asamblea Nacional de legislar al contar con fallos favorables del Tribunal Supremo de Justicia (TSJ, que controla) para anular medidas del Parlamento.
Este, inclusive, puede desaparecer en cualquier momento por falta de “vigencia política”, según dijo el propio mandatario.
“Es evidente que hay una ruptura del orden constitucional. Es un régimen autoritario, en el cual todo está concentrado en el presidente”, indica Carlos Murillo, experto en Relaciones Internacionales y profesor universitario.
Los analistas, entre ellos el periodista y exembajador Eduardo Ulibarri, coinciden en que Maduro ha puesto proa hacia una mayor radicalización que encamina a Venezuela a una dictadura.
Urcuyo, quien califica el régimen como una “democracia iliberal”, señala que Maduro, al verse acorralado, cierra opciones, en cuenta la de poner en juego su presidencia en un referendo.
Para Ulibarri, Maduro se ha decantado por “una estrategia de radicalización” por medio de la apropiación de facultades (emisión de decretos de emergencia y de excepción ) y creando estructuras de poder paralelas.
El presidente ha optado por apoyarse en los militares a quienes Chávez recompensó con prebendas y más protagonismo, y que ahora detentan posiciones en sectores claves, como el petróleo, y dirigen diez de una treintena de ministerios.
Hasta el presente, los uniformados han sido fieles al chavismo, pero diversos observadores y actores políticos en Venezuela están atentos a cómo podrían reaccionar en caso de que la situación llegue a extremos.
Henrique Capriles, excandidato presidencial, no descarta un levantamiento militar por parte de sectores fuera de la cúpula castrense “corrupta”, pues esta “obviamente va a defender a Maduro ya que la caída de Maduro es la caída de ellos”.
La eventualidad de un “golpe interno” para relevar a un gobernante que podría estar siendo rebasado por la crisis, es otro escenario que Ulibarri y Urcuyo ven factible, aunque el segundo cree que la asonada podría provenir de la extrema izquierda chavista, que ha reclamado al presidente medidas económicas más radicales y una mayor represión.
Abrir la válvula. El deseo de evitar un empeoramiento de la crisis venezolana activó esta semana un esfuerzo de mediación alentado por la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) , que depositó esa tarea en manos de los expresidentes José Luis Rodríguez Zapatero (España), Martín Torrijos (Panamá) y Leonel Fernández (República Dominicana).
De entrada, el desafío de abrir un diálogo nacional y buscar un plan para atacar la crisis económica se percibe arduo y de pronóstico reservado, y Rodríguez Zapatero se encargó de disipar resultados fáciles y rápidos.
El número dos del chavismo y expresidente legislativo, Diosdado Cabello, advirtieron de que no cabe “pacto ni conciliación con la derecha” en un discurso de tono duro que no dejó por fuera la posibilidad de una lucha callejera.
La oposición, por su lado, condiciona ese diálogo a priorizar el referendo y la libertad de los presos políticos, entre otros, dos demandas que el régimen de Maduro ya rechazó anteriormente.
Esa urgencia de un “efectivo diálogo político” la plantearon el viernes los Gobiernos de Argentina, Uruguay y Chile.
Las iniciativas se presentan en un momento cuando Maduro enfrenta un entorno político diferente en América del Sur.
En Buenos Aires gobierna el centroderechista Mauricio Macri, crítico del rumbo en Caracas.
El canciller uruguayo, Rodolfo Nin Novoa, consideró el referendo como la “única manera” de superar la crisis venezolana.
Evo Morales, aliado de Maduro, sufrió un revés político en su intento por modificar la Constitución para volverse a reelegir.
Temporalmente, al menos, la derecha relevó a la izquierda en el Gobierno de Brasil.
Además, el patrocinio de la Unasur a aquella mediación, de seguro será visto, al menos, con escepticismo por la oposición, opina Murillo. “Unasur y otros esquemas regionales ya no tienen credibilidad y legitimidad porque siguieron apoyando a Maduro”, agrega.
La oposición más bien tira sus dados por la invocación de la Carta Democrática Interamericana y así lo pidió a la Organización de Estados Americanos (OEA) , una opción muy difícil pues, de entrada, Venezuela la rechaza.
Con el referendo sentenciado a muerte y una espada de Damocles que pende sobre la Asamblea Nacional, habrá que esperar para ver si los diplomáticos pueden deshacer el nudo gordiano que aprieta a Venezuela.