México y Quiché, Guatemala
Muertos que regresan del más allá en busca de venganza; amores imposibles, fantasmas, apariciones diabólicas o angelicales, almas en pena, demonios, seres sobrenaturales, son algunos de los relatos que pueblan el imaginario colectivo de la sociedad mexicana.
Esos cuentos y leyendas llegan hasta nuestros días como relatos que nos permiten ver las creencias del México antiguo, su transformación a lo largo del tiempo o su perseverancia como mitos o leyendas vigentes en la memoria.
Leyendas. A propósito de la fecha, ofrecemos un recuento de algunas leyendas y relatos de apariciones que tuvieron su origen o se fortalecieron en el mundo novohispano.
De acuerdo con la historiadora de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Mariana Pablova Norman casi todas las leyendas coloniales que hoy conocemos son una mezcla de la visión europea y amerindia, ya que quienes se encargaron de difundirlas, en las crónicas o en los diversos testimonios escritos fueron los españoles.
Otra de las características de estos relatos en México, es que la mayoría se circunscriben a sus calles más antiguas, es decir, el Centro Histórico.
En este perímetro eran o son más que conocidas las historias del Callejón del Manco, la del callejón del Muerto, en la zona que hoy corresponde a República Dominicana, o el de la Bruja Hipólita, pero también existen otras como el de La Casa de los Hermanos Malditos, ubicada en la calle de Mesones (entre Isabel la Católica y 5 de Febrero), en donde, se cuenta, en el siglo XVI, dos hermanos de origen español, al estar poseídos por los demonios de dos amantes que habían habitado la casa, sostuvieron una relación incestuosa.
Fantamas amorosos y vengativos. Según la historiadora, este relato se puede catalogar como “fantasmas amorosos”, es decir, aquellos que regresan del más allá porque murieron a una edad temprana y no tuvieron la oportunidad de conocer el amor carnal o que vuelven al mundo de los vivos para rencarnar en otros cuerpos y revivir la pasión.
En una categoría más pavorosa se encuentran las leyendas de los muertos vengativos: “Aquellos que regresan para exigir venganza al ser perturbados por alguna circunstancia, ya que sufrieron una muerte violenta ya sea por asesinato, ahogamiento o ajusticiados”.
Entre estos, destaca un relato de la delegación Iztacalco, la cual hace referencia a las transmutaciones de unos indígenas que fueron ajusticiados por españoles y que vuelven convertidos en perros para destrozar a sus asesinos. “Aparecen como perros enormes en la noche, se dice que aúllan en Iztacalco pero que se oye por toda la Nueva España”, refiere Pablova Norman.
Desde la época novohispana también era común las ahora llamadas “apariciones de crisis”, es decir, las personas que mueren de manera repentina pero que “les da tiempo de desdoblarse para avisar a sus familiares, amigos o seres queridos que han muerto o que están siendo asesinados por alguien”.
Uno de estos relatos más emblemáticos en la cultura popular de los mexicanos es la leyenda deLa Llorona, la mujer indígena cuya alma en pena vaga por las noches, después de haber matado a sus hijos y suicidarse por una decepción amorosa.
La Llorona. El historiador Javier Ayala Calderón, investigador de la Universidad Autónoma de Guanajuato (UAG), recuerda que el personaje de La Llorona aparece por primera vez en los relatos coloniales, como una transformación de la leyenda de la diosa mexica Cihuacóatl o mujer serpiente, que presidía los partos y que, según la leyenda, poco antes de la llegada de los españoles emergió de los canales para alertar a su pueblo de la caída de Tenochtitlán y lamentaba la suerte de sus hijos.
“Cihuacóatl era la diosa que presidia los partos, estaba relacionada con los niños, pero parece haber sido tomada por los españoles sólo como parte de una leyenda que circulaba acerca de que ya existía un augurio sobre la llegada de los españoles. La Cihuacóatl, la diosa, se aparecía de noche gritando dónde podría esconder a sus hijos. Esa es la versión más antigua de la Cihuacóatl convertida en Llorona”, comenta el historiador.
Como esta leyenda popular, de origen indígena, Ayala Calderón rescata las historias de los llamados “chaneques” o seres diminutos de la naturaleza que engañan a las personas que se pierden en los montes.
“Hay relatos de la Colonia en donde se habla de ellos, aunque ya formaban parte de la mitología del mundo prehispánico. Constantemente aparecen en las historias de finales del siglo XX y principios del XXI. Lo más común que se dice de ellos es que robaban la ropa de las personas que nadaban y las iban tirando por el camino”, relata.
Apariciones en los conventos. Un sitio propicio para las leyendas y relatos de apariciones, de carácter demoniaco o angelical, durante la Nueva España fueron los conventos de monjas, cuyas historias de apariciones tenían gran repercusión en la sociedad porque “eran las profesionales de la religión” y, según el historiador Manuel Ramos Medina, director del Centro de Estudios de Historia de México Carso, este tipo de apariciones permitían reafirmar la presencia o adehesión al mundo religioso.
“A veces el diablo se aparecía de formas distintas para tentar a las religiosas. Hay, por ejemplo, el relato que sucede con una religiosa carmelita descalza en Puebla, que se llamaba Isabel de la Encarnación, que tenía apariciones del diablo como para tentarla, se aparecía en forma de un joven atractivo pero ella lo rechazaba porque sabía que eran tentaciones del demonio”, cuenta Manuel Ramos Medina.
Estas apariciones demoniacas, explica el historiador, eran comunmente transmitidas por la Iglesia porque la gente se asustaba al conocer sobre esa clase de almas, y eso hacía que estuvieran más cerca de la institución religiosa, “como una forma de protección contra el demonio”.
Manuel Ramos Medina, quien lamenta que este tipo de relatos en los conventos hayan ido desapareciendo de la memoria colectiva, en gran parte, por las exclaustraciones que se dieron, señala que durante la Colonia en los conventos también fueron comunes los relatos de apariciones de ángeles, santos, vírgenes o el mismo Jesús.
Mariana Pablova Norman señala que estos relatos funcionan como testimonios de las creencias de una época pasada que deben ser rescatados para conocer mejor la ideología de esa época. El problema, señala la investigadora, es que las leyendas son orales, son transcritas por fuentes anónimas, sin ningua referencia y pocas veces son fuentes fidedignas, aceptables o viables.“Regularmente se recopilan de la vox populi y no hay una fuente clara, cada quien le va ir poniendo de su cosecha”, concluye.
Esto es solo un símbolo más de que la actividad el pueblo empieza temprano, con ventas de comida, frutas y artículos tradicionales como máscaras indígenas y trajes típicos.
Una familia llega con un envase de plástico que parten a la mitad, flores amarillas, hojas de pino y una botella de licor. Con estos objetos adornan la tumba del abuelo que falleció hace dos años.
Después de limpiar y adornar la tumba, que es un montículo de tierra con una cruz pintada de verde, el nombre del fallecido y la fecha de su muerte, desayunan tamales dulces y atol de maíz.
La muerte como transición. Para los indígenas de Chichicastenango, la muerte es una transición que mezcla sus creencias católicas y mayas. En la entrada del cementerio, una mujer frente a una fogata realiza una oración en idioma quiché, pidiendo la bendición de Dios y los ancestros mayas, mientras un hombre la observa sentado sobre una tumba.
Chichicastenango es uno de los municipios más importantes del departamento por su riqueza cultural y turística, por lo que es común ver a visitantes de Estados Unidos y Europa en los mercados el domingo, sin embargo, el Día de Los Fieles Difuntos no se ve a ningún turista.
La marimba, instrumento nacional de Guatemala, suena durante todo el día y toda la noche. Los cofrades, líderes comunitarios en su mayoría ancianos, se sientan en una mesa rectangular de frente a las celebraciones, las cuales observan en silencio y con semblante serio y saludan ocasionalmente a quien pasa frente a ellos.
Los bailes se extienden por horas, hasta que los hombres, extenuados bajo el sol, arrastran los pies con cansancio tratando de mantener el ritmo de las canciones tradicionales y populares de la región y el país.Las mujeres, también extenuadas, hacen comida desde bien temprano para los cientos de hambrientos.
Miles de tortillas de maíz, caldos y dulces de la región hechos especialmente para la celebración, como buñuelos y torrejas, ambos dulces, fritos y hechos de masa con manjar. A un poco más de 20 kilómetros, en el municipio de Sololá, los devotos colocan velas y pintan los mausoleos desde una noche antes de la celebración.
Junto a los tradicionales elementos de esta fiesta, los creyentes también colocan cerveza, ron y bebidas gaseosas frente a las lápidas de sus familiares. Este municipio también celebra la muerte con fervor, instalando ventas de comida a la entrada del cementerio para esperar a los cientos de visitantes.
A las orillas del lago de Atitlán cada población celebra a sus difuntos de distintas maneras, pero siempre con la pasión que genera en la tradición maya el viaje de las almas al inframundo.