Tel Aviv. “Tenía que ir a la sinagoga, pero voy a un funeral”, dijo Shlomo Alperin, de 23 años, un testigo aún conmocionado por el ataque armado más violento en años en las afueras de la ciudad israelí de Tel Aviv. Desde su piso en el barrio de Bnei Brak, este joven ortodoxo oyó los disparos en la calle el martes por la noche.
Luego salió y vio el cuerpo sin vida de su vecino en el coche donde le dispararon y a dos hombres muertos en una cafetería donde suelen reunirse trabajadores ucranianos de la construcción. La Policía y la Embajada de Ucrania en Israel confirmaron el miércoles la muerte de dos ciudadanos ucranianos.
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“Es doloroso, son mis vecinos y perdieron la vida por nada”, dijo el joven, conmocionado por el ataque perpetrado por un palestino de Yaabad, en la Cisjordania ocupada, que abrió fuego contra la población mientras conducía en coche en las localidades de Bnei Brak y Ramat Gan, en los suburbios de Tel Aviv.
El miércoles por la mañana, el cuerpo de una de las víctimas, Avishai Yehezkel, fue llevado en un ataúd sobre el techo de un coche en Bnei Brak, una ciudad ultraortodoxa, hasta su lugar de descanso final.
Los trabajadores ucranianos “solían sentarse aquí durante horas después de su jornada laboral, eran muy buenas personas”, dijo Lior Rahimi, de 38 años, que explicó que estaba en la plaza Idan, cerca del café, minutos antes del ataque. “Vi a una persona muerta tirada en el suelo y su cuerpo aún no había sido cubierto”, dijo.
‘Miedo real’
El atentado dejó cinco muertos, cuatro civiles y un policía árabe israelí que participó en la operación para “neutralizar”, en este caso abatir, al atacante. En las calles de Bnei Brak, Ramat Gan y de los suburbios de Tel Aviv, el atentado recuerda los días más oscuros de la segunda Intifada, el levantamiento palestino de 2001—2005, haciendo temer una nueva ola de violencia.
“Hay un miedo real”, dijo Neta Levi, madre de dos hijos, conmocionada por el ataque armado más violento en años en la metrópoli de Tel Aviv, que ahora es más conocida por su playa, sus empresas emergentes, sus artistas y sus bares que por los atentados.
“Da miedo estar en la calle, voy a reducir las salidas. Voy a evitar los lugares donde hay mucha gente”, explicó, diciendo que no se lo había dicho a sus dos hijos, de siete y once años, “para que no se asustaran”.
“No creo que sea realmente posible evitar los atentados aunque aumentemos la seguridad en las calles”, dijo esta artista de 37 años en las calles de Ramat Gan, donde los cafés y las panaderías seguían abiertos como de costumbre, con algunas personas paseando a sus perros en los primeros días de la primavera.
“Todo esto da miedo, mi mujer no quiere llevar a los niños al colegio (...). Está conmocionada, es la primera vez que ocurre aquí, o quizá fue hace mucho tiempo”, dijo Shlomi Roth, de 27 años, residente en Bnei Brak.“Hasta ahora estaba lejos de nosotros y ahora está cerca, la sensación es que no estamos debidamente protegidos” dijo Yossi Raichman, otro residente.
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