Alepo
Entre tenderetes vacíos, un mercader pesa un pobre manojo de verdolaga, convertido en uno de los últimos productos alimentarios que pueden conseguir los habitantes de la parte rebelde de Alepo, sometida a nuevo asedio del régimen sirio.
Llegado para hacer sus compras, en el corazón del barrio de Tariq al-Bab, Omar al-Bik afirma que solo ha podido encontrar esta planta, frecuentemente utilizada en las ensaladas orientales.
"Este segundo asedio es peor que el primero. Antes, encontrábamos algunos víveres, ahora ya no queda nada, ni verduras ni azúcar, todo está caro", dice, aterrado.
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Es la segunda vez en dos meses que los barrios del este de la segunda ciudad de Siria, y principal frente del conflicto, controlados por los rebeldes, son asediados.
El régimen terminó de rodear el jueves este sector de la ciudad, en el que viven unos 250.000 habitantes, mientras que sus tropas también consiguieron arrebatar a los rebeldes una carretera de abastecimiento del sur de la localidad, después de haber tomado la de Castello, en el norte, un mes antes.
De hecho, ya no pueden entrar ni mercancías ni ayuda en esta zona, blanco de bombardeos diarios por parte del régimen de Bashar al-Asad y su aliado ruso.
Las bombas han sembrado la desolación en el este de Alepo, un paisaje de techos hundidos, casas aplastadas y chasis de vehículos entre los escombros.
El vendedor Abu Ahmad recuerda que solo hace unos días, su puesto estaba "lleno de verduras, de patatas, de tomates y de pepinos, de todo". "Ahora, solo vendo verdolaga", afirma.
"Antes, el kilo costaba 10 libras (apenas 2 céntimos de euro) y nadie la compraba. Ahora, el kilo está a 200 libras (40 céntimos de euro) y todo el mundo quiere", agrega.
Montado en bicicleta, un adolescente cruza la zona a toda velocidad con un ramo de perejil, otra planta disponible en Alepo Este.
En el barrio vecino de Sajur, Abu Omar, padre de cuatro hijos, cuenta que ya hace tres días que no tiene pan. "En casa, no me queda más que arroz y lentejas".
"Hay riesgo de hambruna dentro de dos semanas", teme.
Ahora que el cerco se ha cerrado en torno a Alepo de nuevo, Abu Omar, como muchos otros habitantes, teme que ya no queden esperanzas para este sector, que se rebeló contra el régimen hace cuatro años.
"Tengo la sensación de que este asedio será más largo y difícil que el primero", confía.
"Vamos a seguir así, a menos que nos hagan salir en autobuses como a los habitantes de Daraya", añade, resignado.
En Daraya, un antiguo bastión rebelde cerca de Damasco, el ejército sirio entró el 6 de agosto tras una evacuación forzada de sus habitantes y de los insurgentes. La localidad había plantado cara al régimen durante cuatro años, a pesar de un implacable asedio y de bombardeos casi diarios.
En el barrio de al-Mashaad, los transeúntes inspeccionan el tenderete de un vendedor ambulante, lleno de berenjenas, calabacines y pimientos que los alepinos suelen cultivar en su jardín.
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Tres piezas de carne cuelgan de un gancho en una carnicería, mientras que, unos metros más allá, un vendedor ordena sacos de pan oriental cerca de la vereda.
"Los mercaderes se han aprovechado de la situación", se queja Abu Ali, un anciano tocado con un bonete blanco.
"Desde el momento en el que empezó el asedio, subieron los precios. La víspera del sitio, el kilo de tomates estaba a 200 libras. Al día siguiente, subió a 500. ¿Por qué? ¡Si es el mismo tomate!", refunfuña. "¿De qué vamos a vivir?".
"Cuando las reservas se agoten, nos pondremos a comer hierbas", lamenta.