Jersón. El suelo de madera de un largo pasillo en una escuela de la ciudad ucraniana de Jersón cruje bajo los pasos de los niños que corren para subirse a un autobús con el cartel “Evacuación”.
Entre el ir y venir de maletas, los labios de Nadia Kondratkova, de color carmín, no dejan de temblar y sus ojos azules se llenan de lágrimas. Es la primera vez que se separa de sus dos niñas, de seis y siete años.
“Hace falta que descansen lejos de estas explosiones y las sirenas. Están agotadas, ya no duermen y gritan por la noche”, explica la madre, quien tomó la decisión de enviar a sus hijas fuera de esta ciudad del sur de Ucrania.
Jersón estuvo ocupada durante ocho meses por las tropas rusas y fue recuperada el 11 de noviembre de 2022, desde entonces estuvo sometida a bombardeos diarios.
La ciudad se extiende a orillas del río Dniéper, que se convirtió en la línea del frente meridional.
Los bombardeos se intensificaron desde que las tropas de Kiev intentan, desde hace semanas, avanzar en la ribera oriental controlada por los rusos.
Ante el creciente peligro, la administración puso en marcha un programa de evacuación temporal hacia un campo de vacaciones en Yaremche, en una apacible región montañosa en el oeste de Ucrania.
“Nuestra tarea es poner a los niños a salvo durante algunos meses”, explica Anton Yefanov, jefe adjunto de la administración militar de Jersón, frente a los autobuses que evacuan ese día a 65 niños. Anteriormente ya evacuaron a otros 287.
“Desde hace algunos meses, notamos un aumento del peligro con el incremento de los bombardeos”, añade este responsable, entre el sonido lejano de las explosiones y la mezcla de risas y sollozos de las familias evacuadas.
![Maryna (36, C) ayuda a sus hijas Anna (6) a vestirse para Halloween mientras Daria (11, L) juega, en la ciudad sureña de Kherson el pasado 31 de octubre](https://www.nacion.com/resizer/bks8xDHUQdO06HEWdMUsy_0S8-0=/1440x0/filters:format(jpg):quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/Y4NMG2ZYXRHTJCYLHJSPIXIILI.jpg)
Maryna (36, C) ayuda a sus hijas Anna (6) a vestirse para Halloween mientras Daria (11, L) juega, en la ciudad sureña de Kherson el pasado 31 de octubre (ROMAN PILIPEY/AFP)
“Olvidar la guerra”
Nadia Kondratkova no acompañará a sus hijas. “No sé cuándo las volveré a ver, esto dependerá del tiempo que pasen allí. Tengo miedo en Jersón, pero es la costumbre, sobreviví a la ocupación”, explica la mujer.
Volodimir y Marina Pchelnyk, padres en la cuarentena, prefieren dejar con ellos a sus hijas “aunque sea peligroso”.
Frente a su floristería en el mercado central de la ciudad, Daria, de 11 años, corretea disfrazada de bruja, mientras Volodimir pinta de rojo el contorno de los ojos de su hermana Anna, de 6 años.
“¡Soy la muerte! ¡Me escondo en las sombras!”, exclama la mayor envuelta en una capa negra.
“Celebramos Halloween para olvidar la guerra”, explica sonriente Volodimir. “Echan de menos a sus amigos. Muchos se fueron al extranjero y a otras ciudades”.
Mientras decoran la fachada del edificio con una sábana pintada con telarañas y murciélagos, las niñas montan a caballo sobre escobas, chocando con las personas mayores que hacen la compra.
“Un padre se supone que debe proteger a sus hijos, es una gran responsabilidad”, lamenta Volodimir. “Es difícil ser padre en este momento, explicarles lo que ocurre sin traumatizarlas. Les decimos que sean más prudentes, que escuchen las sirenas de alerta aérea”, añade.
La pareja intenta llevar a las niñas a las zonas de juegos “antes de las sirenas”. “Para que no olviden que hay alegría, y no solo sufrimiento y muerte”, dice.
En Jersón quedan pocos niños. Algunos hacen volar cometas en zonas de juego protegidas por sacos de arena, otros salen cuando cae la noche con sus padres porque hay menos alertas aéreas.
![Los niños que fueron evacuados de la región de Kherson comen con otros en una cantina de un centro de recepción de refugiados en la ciudad sureña de Mykolaiv.](https://www.nacion.com/resizer/1jISZdZWjq3PlqapoeWzotWIH_Y=/1440x0/filters:format(jpg):quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/MQESEHWE7JGC3E6V7EELNOPBGY.jpg)
Los niños que fueron evacuados de la región de Kherson comen con otros en una cantina de un centro de recepción de refugiados en la ciudad sureña de Mykolaiv. (ROMAN PILIPEY/AFP)
“Tragedia”
Guennadi Grytskov, de 43 años, decidió abandonar su casa en las afueras de Jersón el 14 de setiembre. Ese día, un misil cayó sobre la casa de su hermana, matando a su sobrino de 6 años e hiriendo a otro de 13.
Con su familia, Grytskov se mudó a Mikolaiv, 60 km al noroeste.
El olor a col rellena la cantina del antiguo internado, transformado en centro de acogida, donde se ha refugiado este padre de familia.
Sentado en su litera, Guennadi explica que decidió marchar por la muerte de su sobrino. “Fue una tragedia. Cuando nos fuimos, tomamos solo nuestros documentos y la ropa de los niños, eso es todo”, cuenta.
Ahora comparte una antigua aula convertida en habitación con sus cinco hijos, entre ellos uno con discapacidad, y su madre de 62 años, que muestra una fotografía de su difunto nieto en el teléfono.
“Teníamos que celebrar el aniversario de mi hijo ese día. Mi nieto me dijo que quería ir a la escuela, que quería aprender a escribir. Pero ya nunca podrá ir”, dice la abuela Lyubov.
Pese a la tragedia, se ha jurado que volverá. “Mi casa es mi casa”, dice la mujer secándose una lágrima.
![Niñas juegan en un parque infantil rodeado por una valla protectora contra los bombardeos, en la ciudad sureña de Kherson.](https://www.nacion.com/resizer/WNCyMl5qUOJwflkv0mcUU2t1sdM=/1440x0/filters:format(jpg):quality(70)/cloudfront-us-east-1.images.arcpublishing.com/gruponacion/67PYOYKKNFE55EYVREWHG6OTRY.jpg)
Niñas juegan en un parque infantil rodeado por una valla protectora contra los bombardeos, en la ciudad sureña de Kherson. (ROMAN PILIPEY/AFP)