Cuando uno ve fotos de Alepo, se observa una ciudad de la II Guerra Mundial, arrasada, donde los edificios que quedan en pie no son habitables y los pocos habitantes que siguen ahí sobreviven entre escombros.
Alepo, en el norte de Siria, era la segunda ciudad del país, su centro industrial y comercial, su corazón financiero. Cuatro años de guerra la han dejado en ruinas.
La guerra más devastadora nacida de la Primavera Árabe, el 15 de marzo del 2011, ha dejado, según cálculos extraoficiales, al menos 200.000 muertos y entre 18 y 20 millones de víctimas entre refugiados y desplazados, así como heridos.
La tragedia apenas empieza, según se desprende de la declaración de dos analistas del tema consultados por La Nación .
“Este es un conflicto que va a estar presente muchos años porque hay un empantanamiento de los actores y todos los apoyos lo que hacen es seguir nutriendo el conflicto y prolongándolo”, puntualiza Zidane Zeraoui, profesor del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de Monterrey.
Por su parte, el politólogo costarricense Sergio Moya señala que no hay una tendencia clara hacia la victoria del Gobierno o de los rebeldes, muy fragmentados. Moya indica que, en los últimos meses, la balanza militar se inclina hacia el gobierno de Bashar al-Asad porque ha retomado algunos territorios y ha podido bloquear zonas de abastecimiento de los alzados en armas.
Mas advierte: “Son avances significativos que, sin embargo, no apuntan a una finalización pronta del conflicto”.
El origen. ¿Por qué los levantamientos populares en otros países árabes de la región tuvieron un final y en Siria no? ¿Por qué cayó Muamar Gadafi en Libia y no Bashar al-Asad en Siria?
En primer lugar, Rusia y China no se opusieron a una intervención armada en Libia. Y en el caso de ese país, así como en Túnez, Egipto y Yemen, se trató solo de una demanda popular de mayor democracia donde no aparecía la cuestión religiosa ni antiestadounidense.
Siria, en cambio, es un aliado de Rusia, que tiene en Tartus la única base naval rusa en el Mediterráneo y eso explica el respaldo de Moscú al régimen.
Aunque el proceso en Siria se inició como en los demás países, hubo una gran diferencia: el radicalismo islámico apareció casi al mismo tiempo que el movimiento democratizador. Se vinculó con al-Qaeda, que respaldó con hombres, dinero y armas al Frente al-Nusra.
El dilema occidental. Tal situación colocó a Occidente ante un dilema: precipitar la caída de Asad era permitir que grupos radicales llegaran al poder.
“Esto deterioró la situación en la medida en que no hubo una intervención clara de Occidente; permitió que actores regionales intervinieran”, expresa Zeraoui.
La guerra siria es hoy un conflicto con actores locales y regionales. Por un lado, está el debilitado gobierno de Asad, que cuenta con el apoyo de las milicias libanesas de Hezbolá y de Irán.
Por otro lado, está el eje sunita: Turquía, Catar y Arabia Saudí que financian a los propios grupos radicales sunitas, como el mismo EI. La situación siria se degradó totalmente.
En esta coyuntura surge el Estado Islámico (EI) que, luego de la toma de la ciudad de Mosul, en Irak, anuncia la creación de un califato en suelo iraquí y sirio.
“El califato es una institución simbólica que busca eliminar las fronteras en Oriente Medio y esto es muy bien visto por las masas en la región”, comenta Zeraoui.
Se calcula, dice el experto, que el Estado Islámico está gobernando hoy a 12 millones de personas y tiene un ejército de por lo menos 100.000 hombres. Es un Estado de facto con un verdadero ejército, que controla el 35% del territorio sirio y parte de Irak.
La consecuencia de esta situación es que intentos de negociación no han prosperado. El Gobierno sirio no pretende negociar con una oposición moderada cada día más débil. El Estado islámico no negociará con un Gobierno alauita (rama del chiismo) al que quiere exterminar. Además, hay por lo menos un centenar de grupos insurgentes.
En esta circunstancia tan compleja, las potencias de Occidente dan tímidos pasos. Estados Unidos anunció que empezará a entrenar a cinco mil opositores moderados rebeldes moderados en Turquía.
“Eso podría volverse contra los propios intereses de EE. UU. No es la primera vez que ayuda de Occidente termina en las manos de EI. El problema es que no hay algo que se pueda llamar bando moderado, los que había han cedido ante la presión de los más radicales. A la luz de los acontecimientos y de la historia de Oriente Medio, el apoyo a grupos moderados termina siendo un Frankenstein”, dice Moya.
Hoy, Occidente ya no arruga la cara cuando se habla de Asad y no son pocas las voces que señalan que es un interlocutor válido con el cual habría que negociar una etapa de transición. Sin embargo, esta es una guerra que, al parecer, Occidente no decidirá.