Mikolaiv. Seis meses después del inicio de la guerra, los misiles siguen golpeando cotidianamente a Mikolaiv, una importante ciudad del sur de Ucrania, pero sus habitantes constatan con horror o con resignación que se adaptaron a esta nueva realidad.
En la fila para abastecerse de agua potable, en un barrio conocido como Soujii Fontan, que se traduce como Fuente Seca en ucraniano, una decena de vecinos hablan mientras esperan con bidones de 5 o 10 litros en los brazos.
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Desde que los combates dejaron fuera de servicio una cañería en abril, el agua del grifo, que primero estuvo cortada durante largo tiempo, ahora es salada y el agua potable sólo está disponible en las fuentes de distribución instaladas en los barrios. Pero estos inconvenientes no son lo que perturba a la población de Mokolaiv.
“Hace poco hubo una explosión cerca mío. Es aterrador, pero lo que es realmente terrible es que uno ya se acostumbró”, contó Eva Goudzon, una fotógrafa y cantante de 35 años. Para ella, es imposible dormir en las noches por los ataques. “Esto afecta a mi ritmo, ya que tengo que hacerme cargo de mis dos hijos durante el día”, explicó Eva.
La ciudad es un puerto estratégico en el estuario del río Dniéper y casi fue ocupado por las tropas rusas durante la guerra, que llegaron incluso a rodear a esta localidad.
De tomar esta posición, los rusos hubieran tenido libre la ruta hacia Odesa, hacia el oeste, y esto habría cambiado el rumbo de la guerra. Sin embargo, la resistencia tuvo un alto precio y muchas pérdidas para el Ejército ucraniano, que se lanzó con todas sus fuerzas en la batalla para contener el avance.
Pese a que el cerco se relajó, los bombardeos nunca cesaron. El más mortífero fue el 29 de marzo que golpeó un edificio público del Gobierno local y dejó 37 muertos, incluyendo muchos empleados municipales.
Desde el punto de vista económico, la ciudad está asfixiada. El puerto que era uno de los más importantes para Ucrania sigue bajo bloqueo de los rusos y los astilleros están paralizados. Ahora, los adolescentes tomaron el club náutico e ignoran los letreros con la prohibición de nadar.
Sin embargo, en el centro de la ciudad la vida sigue y los restaurantes están abiertos y en su mayoría son frecuentados por militares como Mikola, de 33 años, que es originario de Jersón, una ciudad ocupada por los rusos donde el soldado tiene a su familia. “Es triste decirlo, pero la gente comenzó a acostumbrarse, tratan de seguir viviendo como antes”, relató.
‘Peligroso’
“Acostumbrarse a los bombardeos es peligroso. Es necesario seguir bajando a los refugios”, alertó Valentin Railan, un voluntario de la Cruz Roja que supervisa la distribución de agua durante el día y que durante la noche intenta reparar el techo de la casa de su madre que fue dañado en un ataque en la víspera.
En Mikolaiv, las sirenas de advertencia suenan con regularidad y los viandantes siguen su camino sin levantar la cabeza. En esta ciudad que antes de la guerra tenía unos 500.000 habitantes, las explosiones recuerdan que la línea del frente está a unos 20 kilómetros.
La peor parte la sufren sus habitantes por la noche, cuando bombardeos breves, siempre a una misma hora, pueden golpear en cualquier lugar.
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En julio, dos universidades fueron atacadas. Después, el 1º de agosto, un centro médico y un depósito de alimentos ardieron, según el gobernador Vitali Kim.
La Universidad Petro Mohyla del Mar Negro, que es la más prestigiosa de la ciudad, fue atacada el 17 de agosto y después el 19. Pese a los bombardeos, el nuevo año académico será inaugurado en septiembre, como estaba previsto.
Andriy, un estibador de 40 años que está desempleado y que prefiere identificarse solamente con su nombre de pila, afirmó que él no se va a acostumbrar nunca. El 4 de abril, su padre murió en plena calle junto a otras 11 personas.
La Organización No Gubernamental (ONG) Médicos Sin Fronteras (MSF), que justo ese día estaba en el lugar, afirmó que hay elementos que pueden sugerir que se utilizaron bombas de racimo.
“Es muy difícil. Uno puede haber visto películas o documentales pero cuando suena una explosión, cuando se escuchan las sirenas o la caída de un techo, es otra cosa. Es aterrador”, contó con una voz apagada. “La gente sufre, la ciudad sufre y Ucrania sufre. Nadie esperaba esto. Pero, estamos aguantando”, dijo.