Kabul. Ezmarai Ahmadi volvió este domingo a su casa en Kabul, dejó las llaves de su vehículo a su hijo y vio al resto de los niños de la casa jugando alegremente dentro del automóvil. Después un misil estadounidense cayó justo encima, matando a diez personas, explica su hermano.
“El misil explotó encima del vehículo lleno de niños, que estaba aparcado dentro de casa”, explicaba el lunes Aimal Ahmadi, el hermano de Ezmarai, desde Kwaja Burga, un barrio densamente poblado en el noroeste de Kabul.
“Los mató a todos”, añade.
Según Aimal Ahmadi, diez miembros de la familia fallecieron en el ataque aéreo, incluida su propia hija y otros cinco niños.
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El lunes, cuando la AFP acudió al lugar, este padre en duelo esperaba impaciente la llegada de familiares que lo ayudaran a organizar el entierro de la mayoría de miembros de su familia.
“Mi hermano y sus cuatro hijos murieron. He perdido a mi hija pequeña, a sobrinos y sobrinas”, enumera con tristeza ante los restos del coche, reducido a un montón de metal calcinado.
Estados Unidos informó el domingo de la destrucción de un vehículo cargado de explosivos durante un ataque aéreo que buscaba abortar un intento del grupo Estado Islámico de estallar un coche bomba en el aeropuerto de la capital afgana.
La acción puede quedar como el último error del Ejército estadounidense en veinte años de guerra contra los talibanes, a menudo salpicados por la muerte de decenas de civiles como “daños colaterales”.
“Sabemos que hubo sustanciales y poderosas explosiones posteriores a causa de la destrucción del vehículo, lo cual indica que en su interior había una gran cantidad de material explosivo que puede haber causado más víctimas”, dijo el capitán Bill Urban, vocero del Comando Central del ejército el domingo.
“No está claro qué pudo haber sucedido y estamos investigando más”, añadió.
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Desesperación
Las palabras rezuman crueldad para Aimal, a quien le cuesta creer que su hermano pudiera ser tomado por un simpatizante del Estado Islámico o, todavía peor, por un kamikaze preparando un atentado.
Ezmarai era ingeniero y trabajaba para una oenegé, un afgano ordinario que simplemente buscaba llegar a final de mes en un periodo de fuerte inestabilidad, explica.
Sin embargo, los nervios estadounidenses estaban a flor de piel después de que un suicida se inmolara el jueves en un atentado bomba el jueves en la entrada del aeropuerto, donde se congregaban multitudes con la esperanza de poder dejar el país.
Más de un centenar de personas murieron, entre ellos 13 soldados estadounidenses, poco antes de que Estados Unidos completara el retiro de sus fuerzas en Afganistán entre la noche del lunes y la madrugada del martes.
Tras el incidente, la inteligencia estadounidense advirtió de otro posible ataque, y el domingo, militares norteamericanos dijeron que habían impedido un nuevo ataque.
“Todavía estamos evaluando los resultados de ese ataque, que sabemos impidió una amenaza inminente de EI-K al aeropuerto”, declaró Urban el domingo, citando las siglas de la rama afgana del grupo Estado Islámico.
Poco más de 38.000 civiles murieron entre 2009 y fines de 2020, según la misión de la ONU en Afganistán, que comenzó a registrar las bajas civiles en 2009. Otros 7.000 fueron heridos en el mismo período.
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Cuando los vecinos escucharon la explosión, rápidamente acudieron a la casa de Aimal y Ezmarai para ver en qué podían ayudar.
“Todos los niños murieron dentro del vehículo, los adultos estaban muertos justo en el exterior. El coche estaba en llamas, solamente podíamos encontrar trozos de los cadáveres”, dice uno de ellos, Sabir.
Las excusas preventivas de Estados Unidos, que mostró su profunda tristeza ante eventuales muertes de civiles, de poco le sirven a Rashid Noori, otro vecino.
“Los talibanes nos matan, el Estado Islámico nos mata, los estadounidenses nos matan”, se desespera.
“¿Acaso piensan que todos nuestros niños son terroristas?”, pregunta.