Kiev. A cada ráfaga de viento, trozos de pared, partes de muebles y fragmentos de cristal salen volando y van a parar a los pies de lo que queda de las torres del centro de Chernígov, destrozadas la víspera por un bombardeo ruso.
Con la mirada clavada en el suelo, Sergei intenta evitarlos, con su bolsa de comida de gatos pegada al vientre como si fuera un escudo.
LEA MÁS: Tico atrapado por invasión rusa en Ucrania logra regresar a Costa Rica
“Había cuerpos en el suelo por todas partes. Aquí esperaban para entrar en la farmacia, y están todos muertos”, explica este superviviente, todavía desorientado por el constante ruido de las sirenas, aviso de un ataque inminente.
Chernígov, una ciudad clave del norte del país, situada a 120 km de Kiev y ubicada en la trayectoria de la incursión de las tropas rusas hacia la capital ucraniana, resistió siete días.
Al octavo, las fuerzas rusas mostraron que no se trataba de aumentar la presión sino de aplastar la ciudad, en unas imágenes de desolación que recordaban a Grozny, en Chechenia, en 1995.
El jueves por la mañana, los aviones rusos, tras despegar de la vecina Bielorrusia, se acercaron con un sonido atronador.
A la altura del barrio residencial, donde también había una clínica, soltaron una lluvia de pequeños artefactos con hélices, bombas de racimo, según dijo un habitante, Serhiy Bludnyy, que recogió algunos restos. Esto coincide con las numerosas imágenes del ataque publicadas en las redes sociales.
El bombardeo de menos de 10 minutos sobre el barrio, donde todavía había mucha gente, y en dos escuelas cercanas que servían de base para los soldados, causó 47 muertos y constituye uno de los ataques más letales desde el inicio de la guerra, el 24 de febrero.
“¿Pero qué quieren estos imbéciles?”, grita Serhiy Bludnyy, de 48 años, cuando se vuelve a oír el rugido de los aviones.
El ejército ruso, que ya avanzó en el noreste desde Sumy, quiere, con la toma de Chernígov, unir el eje ofensivo ruso septentrional.
Permanecer escondido.
Para conquistar la ciudad, de 300.000 habitantes, Moscú parece decidido a vaciarla primero.
El viernes por la mañana, salieron los últimos convoyes de civiles. Una fila de varios miles de coches se dirigía a Kiev, con las luces de advertencia e inscripciones bien visibles en los parabrisas donde se leía “NIÑOS”.
Petro Bahatyuk, de 65 años, no consiguió juntar a su familia para irse a tiempo. “Mi corazón está roto, mis hijos no consiguieron partir, mis nietos todavía están aquí, y vengo a buscarlos”, dice este vecino.
En un lugar secreto, varios responsables locales intentan organizar la supervivencia de los últimos civiles.
“Hoy hacemos material de camuflaje para nuestros hombres, la prioridad es permanecer escondidos del enemigo”, explica la vicealcaldesa Regina Gusak desde este lugar secreto.
Las otras dos bases, situadas en las escuelas bombardeadas, están destrozadas, por lo que se trajo todo el material a este nuevo punto: pilas de conservas, ropa y, en un rincón, protecciones para los colchones, porque los niños y las personas mayores no consiguen retener la orina durante los bombardeos.
“Cayó en una casa, hay fuego, vamos a ver, balance desconocido”, interrumpe uno de los voluntarios de la Cruz Roja antes de salir para inspeccionar.
Los soldados ucranianos no se ven por ninguna parte.
Chernígov fue abandonada a su propia suerte y está ahora en las manos de puñados de voluntarios armados de la “terroborona”, civiles que se han unido a la Defensa territorial, ambulancias y bomberos.
Un grito desesperado: “¡Vamos a morir!”
Denis Rokaz, de 25 años, electricista, patrulla en coche por la ciudad con un amigo. La música tecno a todo volumen les impide oír las sirenas.
“De todas formas, ahora los cohetes son de día y de noche. Pero vamos a luchar y ayudar como podamos”, dice mientras abre el maletero.
Dentro, hay un oso de peluche, un montón de medicamentos y material de primeros auxilios y también un lanzaproyectiles.
La extraordinaria resistencia de los habitantes de Chernígov, que se grabaron hace cuatro días frenando sin armas los dos primeros tanques rusos, parece cosa del pasado.
El viernes por la tarde todo se aceleró y los residentes se vieron atrapados en una ratonera.
Un depósito de petróleo alcanzado por un misil llenó de una humareda irrespirable el cielo del sector sur, el único por el que todavía se podía salir.
En el norte, el oeste y el este se desplegaron los tanques rusos y disparan contra todo el que intente acercarse.
Al final, el único eje que se podía cruzar, un viejo puente en el sur, también fue bombardeado.
Algunos coches de civiles intentan atravesarlo, mientras se acerca un Sukhoi a baja altitud.
Con la primera bomba, que cae a decenas de metros de ellos, todo el mundo se tira al suelo. Los niños lloran.
“Vamos a morir si nos quedamos aquí”, grita una mujer. Un policía ucraniano, aterrorizado, escondido detrás de su vehículo, grita para que pasen antes del próximo bombardeo.
No sabe si el puente aguantará. Tampoco sabe lo que les espera al otro lado.