Un presidente de la República encerrado en su residencia y un primer ministro que lo secunda en su dimisión: este es el más reciente episodio en un país –Yemen– casado con los sobresaltos políticos que lo acompañan desde tiempos ancestrales.
Yemen, un territorio casi del tamaño de Francia y sito en el extremo sur de la península Arábiga, no es terreno fértil para la gobernanza, situación que lo golpea en sus posibilidades de desarrollo para combatir esa pobreza que obliga a la mitad de sus casi 24 millones de habitantes a sobrevivir con apenas $1,5 (¢820) por día.
El ataque de los rebeldes chiitas hutíes ( Ansar Alá o Seguidores de Dios), a principios de semana, al palacio presidencial, que ocuparon, agregó otro nubarrón al futuro del país árabe más pobre, que se debate de nuevo ante el fantasma de la división y la casi imposible tarea de constituir un Estado nacional.
Las dificultades de este parto no son ajenas a Estados vecinos y potencias. A diferencia de otros escenarios, donde los recursos naturales explican la rebatiña de propios y extraños, las miradas sobre Yemen se posan en su posición geoestratégica: al sur de la península Arábiga, custodio de la garganta que comunica el golfo de Adén con el mar Rojo y mirando hacia el océano Índico. .
Siempre Yemen. En contraposición con otros países de Oriente Medio, inventados por el colonialismo de Occidente ( Irak , por ejemplo), Yemen existe desde al menos el 25 o 24 a. C.
El naciente islam lo conquistó en el siglo VII y lo unió a lo que hoy es Arabia Saudí, paso que explica la intrínseca relación entre ambos países y el papel de “guardián” que los saudíes se han atribuido hasta el presente con frecuentes intervenciones e intrigas en los asuntos de su vecino.
De la injerencia no se sustrajeron los otomanos ni los británicos, ambos imperios interesados en salvaguardar rutas comerciales con el Lejano Oriente.
La presencia de los primeros acabó con su derrota en la Primera Guerra Mundial y fortaleció en el norte de Yemen el imanato de los zayditas (chiitas) que se mantuvo hasta 1962, cuando se fundó la República Árabe de Yemen luego de un golpe militar urdido por el Egipto de Naser.
Gran Bretaña se mantuvo en el sur (primero, un protectorado; después, una colonia) hasta 1967 cuando se crea la República Popular de Yemen (marxista).
La evolución de Yemen pasa por la unificación del territorio en un solo país en 1990, sin que por ello hayan desaparecidos diferencias y recelos.
Primacía de incertidumbre. De hecho, uno de los riesgos allá es el latente separatismo de los sureños, quienes se ven como perdedores del proceso. Las demandas de los hutíes de más poder están exacerbando ese sentimiento.
La idea de reconstituir la fenecida República en Yemen del Sur dio pie en el 2004 a una guerra civil de cuatro meses que el gobierno presidido por Alí Abdalá Saleh consiguió a aplastar.
Otro factor que pone en riesgo el futuro del país (el presidente renunciante, Abdo Rabu Mansur Hadi dijo el jueves que Yemen se hallaba “en un callejón sin salida”) es la arremetida de los rebeldes hutíes zaydistas (apenas un 30% de la población del país), a quienes otros sectores acusan de aliarse con Irán (chiita) y recibir financiamiento del régimen de Teherán.
Ansar Alá, por su lado, señala a Hadi de tener vínculos con Al-Qaeda en la Península Arábiga (AQPA) y de permitirle acciones para diezmar a los hutíes.
Lo que este intercambio de acusaciones muestra es que las diferencias entre los zayditas y los sunitas (sobre todo los de la escuela chafita) obedecen más a factores geopolíticos que a rivalidades religiosas, advierte el académico español Juan Martos Quesada en Yemen. Situación actual y perspectivas de futuro .
No menos inquietante es la posibilidad de que el terrorismo yihadista busque sacar provecho de la crisis político-económica.
Yemen, por su pobreza (50% de la gente) y desempleo (al menos 40%), es caldo de cultivo para el auge del islam radical, a lo que se unen factores como la rampante corrupción y la pobre administración que caracterizaron la gestión de Saleh, depuesto en 2011 .
Otro investigador español, Javier Gil Pérez, destaca otras condiciones que favorecen a AQPA y grupos islamistas similares: la presencia de muchos combatientes en guerras en Afganistán, Pakistán o Irak; la falta de control de gran parte del territorio por el Estado; la carencia de material adecuado para combatir el terrorismo y “la facilidad con la que operan organizaciones de corte islamista en el país y calificadas como grupos terroristas por la Unión Europea (UE)”.
Este panorama explica la alianza de Estados Unidos con Yemen. Hadi había autorizado el vuelo de drones para combatir a los islamistas, pero una eventual toma del poder por los hutíes trastocaría esta política , pues ese movimiento la rechaza.
En Washington lo saben y no ocultan que les preocupa.