Johannesburgo. Perros policía están buscando víctimas este viernes entre los escombros de un edificio en Johannesburgo donde murieron 76 personas en un trágico incendio la víspera, destacando así la crisis de la vivienda precaria en el deteriorado centro de la capital económica de Sudáfrica.
Las autoridades pidieron a las familias de las víctimas que se dirigieran a la morgue de Soweto para identificar los cuerpos mientras continúan las operaciones de búsqueda en el lugar.
El director de los servicios forenses Thembalethu Mpahlaza señaló que “de todos los cuerpos recogidos, sólo 12 pueden ser identificados por medios visuales”.
Para el resto, añadió, “se necesitará un poco más de tiempo para finalizar la toma de muestras de ADN”.
Al menos 76 personas, incluyendo a 12 niños, perdieron la vida debido al fuego y el humo la noche del pasado 30 de agosto. Muchos quedaron atrapados y no pudieron escapar, ya que las rejas estaban cerradas para evitar la entrada de delincuentes en este problemático vecindario.
“Contabilizamos 76 muertos, dos personas murieron en el hospital”, informó el ministro de la Salud, Joe Phaahla, a los periodistas.
Se inició una investigación, pero la tragedia vuelve a poner de manifiesto el debate sobre estos edificios abandonados que caen en manos de arrendadores sin escrúpulos y bandas mafiosas, que principalmente los alquilan a migrantes o sudafricanos en situación de extrema pobreza.
En el centro de la antigua “ciudad del oro”, un opulento distrito de negocios en la época del apartheid, existen alrededor de mil edificios de este tipo, según las autoridades. Estos edificios están desconectados de la red eléctrica y la gente se calienta, cocina y se ilumina con gas o parafina.
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Durante una visita al lugar de la tragedia el pasado 31 de agosto por la noche, el presidente Cyril Ramaphosa prometió “abordar la cuestión de la vivienda” en los centros urbanos.
El edificio en cuestión pertenecía a la municipalidad y estaba incluso clasificado como patrimonio.
Durante la época del apartheid, los sudafricanos negros acudían allí para obtener sus “pases”, famosos documentos que les permitían acceder a las áreas blancas para trabajar.
En sus últimos años, el edificio fue utilizado como refugio para mujeres maltratadas, pero fue “invadido y usurpado”, según las autoridades locales.
Un drama “previsible”, lamenta Mervyn Cirota, concejal de la oposición. “Muchos de estos edificios están controlados por bandas que alquilan los espacios, lo que resulta en una superpoblación. No hay baños, agua ni electricidad”, advierte.
Los sudafricanos se refieren a estos edificios como “secuestrados”, y la policía se niega a ingresar en ellos sin una razón apremiante.
Son áreas sin ley, donde coexisten desocupados, familias, delincuentes y migrantes indocumentados.
Después del apartheid, hace tres décadas, la población blanca y adinerada abandonó el centro para refugiarse detrás de altos muros y vallas eléctricas en casas suburbanas arboladas y pacíficas.
Los negros, que llegaron en masa desde el campo en busca de trabajo, comenzaron a ocupar los edificios vacíos.
Incluso hoy en día, la ciudad más rica del país atrae a aquellos que buscan una vida mejor.
Este éxodo económico aumenta la presión sobre la vivienda, en medio de una crisis. El país, con casi 60 millones de habitantes, carece de 3,7 millones de viviendas, según el Centro de Financiamiento de la Vivienda Asequible en África (CAHF).
En estos edificios, el crimen organizado juega un papel importante. “Estas personas conocen las leyes y tienen una red. Algunos obtienen documentos de propiedad de manera legal”, subraya Lucky Sindane, portavoz de la brigada contra el crimen.
Las autoridades realizan operativos esporádicos para recuperar la posesión de “estos paraísos del crimen”, donde se descubren armas y grandes cantidades de drogas.
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Brigadas municipales, policía y a veces agentes de seguridad privada conocidos como las “Hormigas Rojas” (sociedades especializadas en la expulsión de “invasores clandestinos”) realizan frecuentes incursiones, armados hasta los dientes, y son conocidos por su violencia.