
Asunción. “Es agotador. Me está cansando. Le dije a mi marido que tenemos que irnos, pero él dice que esperemos más. No sé hasta cuándo”, expresa Manuela Rovira, de 60 años, trepada en una edificación precaria de madera cercada por la inclemente crecida del río Paraguay.
Las inundaciones, acicateadas por intensas lluvias, expulsaron de sus hogares a unas 50.000 personas en Asunción, en su mayoría habitantes del cinturón pobre de la ciudad, según datos de la Municipalidad de la capital paraguaya.
La evacuación de damnificados continúa de manera incesante cada día, en medio de las precipitaciones y las bajas temperaturas.
Pero Juan Damofonte, de 68 años, el marido de Manuela Rovira, se niega a abandonar su “palomar”, construido de emergencia encima de su vivienda, que quedó completamente sumergida por la creciente. Confía en los pronosticadores que desde abril anuncian que se viene la bajante, aunque el milenario curso de agua no hace más que subir.
"No nos conviene ir al refugio. Aquí estamos de lujo", exclama optimista Damofonte, quien junto a Manuela comparte la vivienda con tres niños y otros dos parientes.
El silencio envuelve el ambiente. Solo es interrumpido por el graznido del mbiguá, un ave acuática que domina los cursos de agua y sus esterales en esta región.
Las decenas de familias que vivían en los alrededores se mudaron a las villas de emergencia montadas para su resguardo en el inmenso predio de un cuartel de Infantería, pero también en plazas, terrenos baldíos y a lo largo de los paseos centrales de las avenidas.
Otra gran parte del contingente de damnificados se instaló en las cuatro plazas del Congreso.
Las autoridades dispusieron baños comunitarios a los que se accede por riguroso turno, pero hay que pelear por el agua potable, pues el abastecimiento es insuficiente.
Ramón Aranda, un albañil de 50 años, carga bolsas de arena a lo largo de la vereda para proteger las casas de la calle Arsenales, en el barrio Sajonia.
Los vecinos usan los sacos para llegar a sus domicilios y así sortear el agua que cubre la calle.
Juan Argüello, de 58 años, relata que estaba por evacuar su casa, pero lo salvó la rotura de la alcantarilla sanitaria de la calle.
La materia fecal se esparció rápidamente a lo largo de la calzada invadida por la crecida, pero ayudó a destrancar los baños familiares.

En el barrio Chacarita, en los bajos del palacio de Gobierno, los vecinos se las ingeniaron para construir un puente flotante entre los techos de manera de comunicarse con tierra firme.
Alberdi, 140 km al sur de Asunción, ciudad de unos 10.000 habitantes situada frente a Formosa (Argentina), quedó rodeada de agua, como una isla, al igual que Pilar, de 30.000 habitantes, 300 km al sur.
La Policía y el Ejército asisten a los pobladores por agua y aire. La represa hidroeléctrica paraguayo-argentina Yacyretá envió vehículos anfibios para llegar hasta los sitios más aislados.
Agua por todo lado
Paraguay, epicentro de la mayor reserva de agua dulce del mundo y que comparte dos gigantescas represas hidroeléctricas con Argentina y Brasil sobre uno de sus caudalosos ríos, el Paraná, no registra una inundación tan generalizada en tan corto tiempo desde 1983, según los expertos.
Eduardo Mingo, portavoz de la Dirección de Meteorología, atribuyó el fenómeno a las intensas precipitaciones, poco habituales en esta época otoño-invernal del año.
Según Raimundo Martínez, un lanchero de 52 años, la ribera es ocupada por cada vez más familias que emigran del interior del país y pagan un canon al vecino que les toque para construir su vivienda precaria.
Si bien este país mediterráneo se mantuvo relativamente ajeno a la crisis económica de sus vecinos suramericanos (con un aumento promedio de 4% anual del PIB), “la desigualdad en la distribución del ingreso es notoria y torna difícil proyectar un crecimiento en clave de desarrollo”, comentó la economista Gladys Benegas.

En un país de 7 millones de habitantes, casi tres de cada 10 habitantes son pobres, pese al crecimiento de la macroeconomía, según la especialista, lo cual explica la mayor concentración de familias en el cinturón ribereño de Asunción.
“La ribera es nuestra vida. De aquí no nos saca nadie”, afirma categóricamente Juan Damofonte, mientras su mujer bromea diciendo: “Un día lo voy a dejar”, pero se desdice con ironía: “¿Qué puedo hacer sin mi media toronja?”.