La Palma. Margaretha y Luis, de 80 y 90 años, huyeron de su casa por la erupción del volcán de la isla española de La Palma hace dos semanas y decidieron instalarse en su pequeña barca en el puerto de Tazacorte hasta que amaine la tempestad. No les gustaban las opciones de alojamiento temporal.
“Se me ocurrió la idea, vamos a probar a ir a la lancha, es una lancha vieja que está ahí, pero bueno, podemos llevarnos unas cosas e instalarnos”, explicó Luis Rodríguez Díaz, cirujano del aparato digestivo ya jubilado.
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La lancha Hamurabi tiene 6,4 metros de largo y es una barca sufrida que en 35 años solo ha reclamado un cambio de motor. Acoge a Luis y a su mujer, la holandesa Margaretha Straates. Viven de espaldas al volcán Cumbre Vieja, que no para de señalar su presencia a golpe de explosiones. Margaretha y Luis pasan el tiempo en la parte trasera del barco, con una radio, una pequeña nevera, el ordenador de ella –con acceso a wifi– y un gato adoptado en su huida que se esconde en el camarote de proa cuando ve a los periodistas. El lugar es pequeño y obliga a alguna contorsión, no siempre bien resuelta, porque Margaretha se golpea la cabeza cada vez que entra en el camarote. ”Llevo ya tres chichones”, lamenta.
‘Muy malamente’
Ambos vivían en Todoque, un pueblo prácticamente borrado del mapa por la lava, y tuvieron que salir a toda prisa de su hogar. “Llegó allí la Guardia Civil y nos dice: ‘tienen ustedes que evacuar, pero de inmediato, rápidamente’. Y allá nos salimos con lo que teníamos puesto”, narra él.
Nunca imaginaron que la erupción fuera tan violenta y destructiva –ha borrado ya más de 1.000 edificaciones–, engañados, como muchos, por el precedente del volcán Teneguía, en 1971, “que era un volcán amable y destrozó muy poco”, dice ella. Al domingo, sabían que su casa estaba en pie, pero eso no bastaba para calmar la desazón: “estamos muy malamente, muy malamente”, afirma ella, recurriendo a un giro muy local.
El matrimonio es conversador, vivaz y muestra muy buen ánimo ante la adversidad, ayudado quizás por una vida de mudanzas. Él es español, de El Ferrol (noroeste), y ella holandesa, de Amsterdam. A mediados de los años 50, la hermana de Luis le regaló un viaje por Europa en premio por haber aprobado la carrera de medicina. “Estaba en un parque de Amsterdam junto a mi mejor amiga y nos encontramos al hombre más sexy que había visto”, evoca Margaretha, quien tenía entonces 16 años.
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Amsterdam, Gibraltar, Zimbabue, La Palma...
Intercambiaron sus direcciones y se casaron un tiempo más tarde en Gibraltar, porque en España existía solo el matrimonio religioso. Entre otros lugares vivieron en Londres y Zimbabue, entonces la Rhodesia británica, en la que Luis llegó a ser “la mayor autoridad de Sanidad de una zona del tamaño de Galicia”.
En 1977 estimaron que era el momento de volver a España, por la inestabilidad en la colonia británica que acabaría tres años después en la independencia, pero también por la muerte del dictador Francisco Franco (1939–1975), ferrolano como Luis. “Ahora que ya no está el régimen anterior de Franco, es mejor irse a España porque voy subiendo de edad” se dijo Luis, temiendo “no volver jamás”.
Sesenta años de matrimonio, dos semanas en un espacio pequeño y una erupción volcánica dan para alguna discusión, pero las resuelven con elegancia. Son figuras reconocibles en el puerto de Tazacorte, que estos días atrae a decenas de curiosos porque es uno de los pocos puntos de la isla desde donde se ven tanto el cono del Cumbre Vieja como el recorrido de la lava y su caída en cascada al mar.
En el puerto hay duchas, lavadoras y restaurantes. Además suelen subir al pueblo a diario. “Nadie, nadie” les puede decir cuando podrán volver a casa, lamenta Margaretha, quien constata con Luis que este domingo el fútbol le ha quitado protagonismo al volcán en la radio.
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