Mijaíl Serguéyevich Gorbachov tenía 37 días como secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética cuando ocurrió uno de los peores accidentes nucleares de la historia la madrugada del 26 de abril de 1986. Ese día explotó el reactor 4 de la planta nuclear de Chernóbil, ubicado a pocos kilómetros de la ciudad de Pripyat cuando Ucrania era parte del bloque soviético.
La respuesta inicial y esfuerzos para mitigar la nube radioactiva que se extendía por Europa implicó a 500.000 personas y le costó a la Unión Soviética $68.000 millones al 2019, ajustados a la inflación.
Gorbachov, fallecido este martes 30 de agosto de 2022, a los 91 años, tenía 55 años cuando enfrentó la emergencia nuclear y política.
Para el 28 de abril de 1986, casi 48 horas después de la explosión, ni una sola palabra del incidente había aparecido en la prensa oficial, menos se había divulgado algún reporte en la radio y televisión soviéticas. La información desde Kiev o Pripyat llegada a Moscú (a 907 kilómetros de distancia) era escasa, incluso para los altos mandos, pero la que llegaba era alarmante.
Fue en ese contexto que Gorbachov convocó ese día a los 12 políticos más poderosos del país a una reunión de emergencia del Politburó: la comisión política del Comité Central del Partido Comunista, según detalla el escritor Adam Higginbotham en su libro Medianoche en Chernóbil.
Ese es considerado uno de los relatos más fidedignos sobre la tragedia, a partir de reportes originales e investigación de archivos históricos liberados años después por las autoridades de la actual Federación de Rusia.
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La docena de hombres no se reunieron en el salón de conferencias del Politburó, sino en la oficina de Gorbachov localizada en el tercer piso del Kremlim que, según el libro, “era cavernosa e incómoda. Todos estaban nerviosos”.
Gorbachov abrió la sesión preguntando llanamente: ¿Qué pasó?
Vladimir Dolgikh, secretario del Politburó y quien estaba a cargo del sector energético soviético, describió la explosión, la destrucción del reactor y la evacuación en curso de 49.000 personas en Pripyat. Dijo que helicópteros de la Fuerza Aérea estaban lanzando cargas de arena, arcilla y plomo a las ruinas del reactor en un intento por sepultarlo y que la nube radioactiva ya había llegado a Lituania, a unos 620 kilómetros.
La información era escasa y confusa al punto de que Dolgikh explicó al grupo que las fuerzas armadas decían una cosa y los científicos en el sitio otra, mientras ahora les tocaba a ellos decidir qué informar (y qué no) a la población.
Según dice el libro, para Gorbachov esta tragedia era una repentina e inesperada prueba de la apertura y transparencia en el gobierno que él mismo anunció 37 días antes en la conferencia del Partido Comunista, cuando lo nombraron el principal líder político de aquel imperio.
“Tenemos que emitir una declaración tan pronto sea posible. No podemos procrastinar”, dijo Gorbachov al resto del Politburó.
Sin embargo, “los reflejos tradicionales de secretismo y paranoia estaban profundamente arraigados. La verdad sobre incidentes de cualquier tipo que pudieran socavar el prestigio Soviético o causar pánico público siempre habían sido suprimidos”, advierte el libro al inicio de la segunda parte del texto titulada “Muerte de un Imperio”.
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Silencios oficiales
Higginbotham cita, como ejemplo, una explosión en 1957 conocida como Accidente de Kyshtym en una planta nuclear de Mayak (Ozersk, Rusia) que nunca ocurrió oficialmente, tres décadas después del incidente.
También, cuando un piloto de la Fuerza Aérea rusa derribó accidentalmente el vuelo comercial 007 de Korean Air Lines en 1983, las autoridades soviéticas decidieron negarlo pese a la muerte de 269 personas a bordo. Luego debieron admitirlo.
Gorbachov apenas había ascendido al poder y todavía podía verse debilitado por una revuelta política interna tal y como, asegura Higginbotham, le había pasado a su antecesor Nikita Khrushchev con su política interna de reformas liberales. Tenía que ser cuidadoso con Chernóbil.
En aquella oficina en el tercer piso del Kremlin se armó una gran discusión ese 28 de abril de 1986.
Unos decían que ni siquiera dos días luego del accidente tenían suficiente información para compartir, lo cual podría causar pánico mientras otros empezaron a acusarse entre sí de querer decir mucho o comunicar demasiado poco.
Si se decía algo, debía emitirse con límites, pero no había claridad de dónde trazar las líneas.
“La declaración debe formularse de manera que evite causar excesiva alarma y pánico”, dijo entonces Andrei Gromyko, presidente del Presídium del Sóviet Supremo (uno de los órganos de gobierno más importantes de la Unión Soviética a cargo de la jefatura de Estado colectiva). Para cuando votaron, el grupo se inclinó por un enfoque tradicional.
“Los ancianos del Partido reunidos redactaron una declaración poco reveladora de 23 palabras en ruso para ser emitida por la agencia estatal de noticias TASS y diseñada para combatir lo que luego el portavoz oficial del Comité Central llamó propaganda e invenciones de falsificación burguesa”, anota el libro sobre la reacción oficial cuando empezaron a salir noticias internacionales del accidente en esa misma semana.
Cualquiera que hayan sido las intenciones de Gorbachov, las viejas formas del Partido al final prevalecieron.
La agencia de noticias oficial Tass informó: “Ha ocurrido un accidente en la planta de energía atómica de Chernobyl cuando uno de los reactores atómicos resultó dañado. Se han tomado medidas para eliminar las consecuencias del accidente. Se está dando ayuda a los afectados. Se ha creado una comisión de gobierno”.