Washington. La Casa Blanca está tratando de limitar la propagación del nuevo coronavirus en su propio interior. Sin embargo, no es sencillo.
El Ala Oeste, epicentro del poder estadounidense, es un lugar donde el distanciamiento social aconsejado para evitar contagios es, de hecho, muy difícil de aplicar.
Luego que dos miembros del personal resultaron infectados, el tema mantiene a Estados Unidos en suspenso.
No obstante, el lunes, pocas horas antes de una conferencia de prensa en los jardines de la Casa Blanca, el presidente Donald Trump no lo había abordado, ansioso por proyectar a toda costa, e irresponsablemente según sus detractores, la imagen de un país que superó la covid-19 y reinicia sus actividades.
"Las cifras del coronavirus están MUCHO mejores, bajando en casi en todas partes. ¡Se ha hecho un enorme progreso!", tuiteó Trump, entre dos ataques contra los medios de comunicación "enemigos del pueblo", y contra su predecesor, el demócrata Barack Obama, quien según el mandatario está en el corazón de un rotundo "Obamagate" del que no ha dado ningún elemento tangible.
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A través del prisma distorsionante del cine, el Ala Oeste suele verse inmensa en la imaginación colectiva. Pero este edificio, que alberga la Oficina Oval, los escritorios de los asesores más cercanos del presidente, la sala de prensa y las oficinas de periodistas acreditados, es en realidad un pequeño espacio en el que todos trabajan muy apretados.
Kevin Hassett, asesor económico de Trump, resumió este fin de semana el sentimiento general de manera lacónica: "Da miedo ir a trabajar".
"Cuando regresé sabía que estaba arriesgándome, que estaría más seguro sentado en mi casa que en el Ala Oeste, que con todas las pruebas del mundo y el mejor equipamiento médico en la Tierra, es un lugar bastante abarrotado", declaró a la cadena CNN.
Los hechos están ahí: la covid-19 se está acercando al presidente y al vicepresidente, quienes ahora son examinados a diario.
Pence no está en cuarentena
El nuevo coronavirus hizo su aparición oficial en la Casa Blanca hace unos días: Katie Miller, la portavoz de Pence y esposa de Stephen Miller, asesor cercano de Trump, dio positivo. Un edecán del presidente también.
Tres miembros de la célula de crisis del Ejecutivo estadounidense para afrontar la pandemia decidieron autoaislarse por precaución: Anthony Fauci, el epidemiólogo de renombre mundial que se ha distinguido en la lucha contra muchos virus, desde el sida hasta el Ébola; Robert Redfield, el director de los Centros para la Prevención de Enfermedades Infecciosas (CDC), y Stephen Hahn, el jefe de la agencia reguladora de medicamentos, FDA.
Ahora, durante las "sesiones informativas" en la sala de prensa, todos los periodistas, cuya temperatura se toma sistemáticamente antes de ingresar a la Casa Blanca, hacen sus preguntas con tapabocas.
A diferencia de muchos líderes mundiales, Trump ha optado por no ponerse uno, incluso durante una visita la semana pasada a una planta de fabricación de equipos de protección médica en Phoenix (Arizona).
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Pence no participó en una reunión en la Casa Blanca el sábado con Trump y la jerarquía militar. Pero estuvo en el Ala Oeste el lunes.
“El vicepresidente Pence continuará siguiendo los consejos de la unidad médica de la Casa Blanca y no está en cuarentena”, dijo su vocero.
Estados Unidos es, con mucho, el país más afectado del mundo por el nuevo coronavirus, con más de 79.000 muertes. Y si bien la situación está mejorando lentamente en Nueva York, el principal brote estadounidense, la epidemia no logra desacelerarse a nivel nacional.
Para Obama, la situación es clara: la gestión por parte de la Casa Blanca es un “desastre caótico absoluto”.